Durante los últimos siglos tampoco los italianos estaban para tirar cohetes en vivencias democráticas, pero el que tras la Segunda Guerra Mundial consiguieran consolidar en la izquierda la hegemonía política del Partido Comunista, pese a la Guerra Fría, la política de bloques y el cavernario anticomunismo de los Estados Unidos y sus aliados, hacía pensar que la solvencia de esa izquierda y su enraizamiento en la sociedad expresaba, como poco, convicciones ideológicas y políticas muy extendidas y consistentes. Si a ello se le sumaba el buen hacer en la política cotidiana, con apuestas estratégicas capaces de romper el aislamiento al que se trataba de someter a los comunistas, particularmente la propuesta del llamado Compromiso Histórico, dirigida a los democristianos para una gobernación común y frustrada por el calculado asesinato de Aldo Moro, que había mostrado una clara predisposición a recoger el guante lanzado por el Secretario General del PCI, Enrico Berlinguer, se entenderá mejor el por qué de esa cierta perplejidad ante lo que en las dos últimas décadas ha pasado con Berlusconi

Omito otra serie de consideraciones que abundan en esa buena imagen que muchas personas de mi generación y la siguiente teníamos de la experiencia italiana de la época, trasladable, por supuesto, al campo sindical y social. Sea como fuere, esa perplejidad me ha animado en más de una ocasión a recabar la opinión de militantes de la izquierda de ese país sobre las razones del apoyo a Berlusconi. La última vez, hace apenas un año, mi interlocutor contestó que la pregunta debía ser otra, esto es, la de conocer la trayectoria de la izquierda para que sus paisanos prefirieran a semejante personaje. Tras observar lo que ha hecho Matteo Renzi con Enrico Letta empiezo a entender las cosas bastante mejor.

Al hilo del descrédito nada inocente en que está hoy tanto la política como los políticos surgen por todas partes voces, movimientos, populismos y nuevas formaciones cuyo denominador común es prometer medidas regenerativas a cambio de que los partidos, digamos tradicionales o con mayor arraigo pierdan peso e influencia en la sociedad. En el caso de Italia una de las variantes es el Movimiento anticasta, Cinco Estrellas, de Beppe Grillo. La otra variante se ha gestado dentro del propio Partido Democrático mediante una operación de mercadotecnia impulsada por Matteo Renzi. Coincide con Grillo en afirmar que hay que acabar “con las viejas y sucias costumbres de la casta”. También ha proclamado su propósito de “acabar con las puñaladas por la espalda”, “con los pactos de conveniencia con los enemigos irreconciliables”, etc. etc. Con este tipo de discurso, con treinta y nueve años, montando en bicicleta de vez en cuando aunque sólo sea para que le fotografíen y con la restante parafernalia del que trata de presentarse como “rompedor” con el apestoso panorama de la política al uso parecía que, efectivamente, penetraba aire fresco en dicho panorama. A estos y otros muchos mensajes de cambio acompañó una solemne declaración en la que aseguraba que “jamás llegaría la poder sin el voto popular o gracias a las maniobras en la oscuridad típicas de los democristianos, y mucho menos sobre el cadáver político de su compañero Letta.”

El problema no es sólo que haya mentido más que nadie en menos tiempo, y que su discurso sea más falso que el alma de Judas. El problema es que su práctica es, quizás, una de las más sucias que cabe atribuir a alguien que pretende que se le asocie con los valores de la izquierda. Tampoco es poca cosa que haya resucitado políticamente a un personaje de la catadura de Berlusconi, desahuciado por la judicatura y con el que alevosamente había pactado una reforma electoral y al que, obviamente, declara que no desea meter en la cárcel. Por si faltara algo, causa estupor que nada menos que 136 de los dirigentes de su formación le hayan acompañado en el apuñalamiento de Letta, quizás como expresión de un atavismo anidado en sus subconscientes, heredado de lo que hizo Marco Bruto con Julio César.

Cualquiera sabe el resultado final de que Italia tenga como primer ministro a alguien cuyo perfil se asemeja más al de un aventurero que al de un político serio. Personalmente confieso que lo que más me afecta es pensar que si una de las grandes asignaturas pendientes de la izquierda europea es reconstruir un discurso alternativo al hoy rampante de la derecha, y conseguir una recuperación ética capaz de hacer atractivo para las nuevas generaciones el quehacer político y el compromiso con lo público, lo presenciado estas últimas semanas en Italia extienda todavía más el rechazo y el desprecio de los ciudadanos o, lo que es todavía peor, que proliferen los imitadores.