A su vez, en estas elecciones llamó la atención la imagen con la que los dos grandes partidos presentaron sus resultados. Unos resultados que, aunque marcan una tendencia de avance del PP y de un pequeño retroceso del PSOE, parece que por la vía de la deserción y la desmovilización de algunos de sus votantes potenciales (abstención y votos blancos y nulos), en realidad muestran que los dos grandes partidos tienen unos apoyos bastante parejos entre sí.
Por ello, y en la medida que la campaña tuvo desde el principio unas dimensiones netas de política nacional, en la que acabó entrando Rodríguez Zapatero con un protagonismo muy destacado, al final llamó la atención la manera en la que se enfocó el acto final. En la retina de muchos españoles quedarán dos imágenes muy diferenciadas, difundidas por todas las televisiones. Por un lado, Rajoy en Génova, franqueado por los victoriosos candidatos Gallardón y Aguirre, proclamando victorias presentes y futuras, ante una multitud de seguidores entusiasmados. Paralelamente, con unos resultados muy parejos –de sólo 0,7% décimas de ventaja del PP en el conjunto de votos municipales- el Secretario de Organización del PSOE, solo y en silencio, un poco pálido y con gesto serio detrás de un atril, explicaba datos y resultados ventajosos comparativos, al tiempo que pedía a algún colaborador que le acercara más datos concluyendo que, si se excluían (?) los datos de Madrid, el resultado del PSOE habría sido espectacular. Lo cual podría haber sido apostillado por los del PP, a la recíproca, si se excluyeran del cómputo los resultados de Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha, por ejemplo.
No sé si en la noche electoral los partidos ganan o pierden puntos, pero, en cualquier caso, habría que tener en cuenta que, como decían los clásicos de la materia, en ocasiones una imagen vale más que mil palabras.