Sin embargo, cabe una reflexión seria sobre los abucheos dirigidos al himno nacional español y al máximo representante del Estado durante la final de la Copa del Rey de fútbol y, sobre todo, cabe pensar acerca de las valoraciones expresadas sobre este hecho por algunos dirigentes nacionalistas.

La Constitución de 1978 abrió la puerta a una España que ha convertido en seña de identidad la pluralidad y la diversidad de sus territorios, sus culturas y sus gentes. En virtud del pacto constitucional y la España de las Autonomías han sido y son muchos los que legítimamente reclaman un respeto escrupuloso hacia los símbolos de identidad territorial, por ejemplo en Cataluña y en el País Vasco. Pues bien, en virtud del mismo pacto y de la misma España cabe pedir idéntico respeto para los símbolos que nos identifican como nación española.

Si el agravio se hubiera producido sobre el himno o la máxima representación institucional de Cataluña o Euskadi, el vendaval de denuncias hubiera sido extraordinario y el nivel de exigencia de responsabilidades máximo. Y muchos de los que no somos ni catalanes ni vascos, pero que compartimos valores de tolerancia y respeto a la pluralidad, hubiéramos acompañado estas denuncias.

Entonces, ¿por qué algunos de los más significados representantes del nacionalismo catalán y vasco han valorado los incidentes de Mestalla dentro de “la normalidad democrática”? ¿Y por qué han callado en esta ocasión otros referentes catalanes y vascos otrora muy sensibilizados por cuestiones de simbología? ¿Acaso la ofensa a los símbolos de España merece un tratamiento diferente respecto a otras ofensas?

La sociedad española es una sociedad democrática y madura, que ha aprendido a desacralizar los símbolos y a no poner en jaque su convivencia a partir de provocaciones irracionales. Pero el maltrato a los símbolos que representan al espacio público que llamamos España, y que muchos compartimos con convicción y sentimiento, duele. Y ese dolor afectará tarde o temprano a la convivencia.