Aquel hombre se llamaba Manuel y era mi abuelo. Como tantas otras personas a lo largo de la historia, tuvo que emigrar, porque por muchos costes que tenga, ésa ha sido una solución de futuro para muchos. De hecho la historia de la humanidad está llena de emigrantes. Siempre los más fuertes han optado por cambiar de lugar cuando las circunstancias se han hecho insostenibles.

En estos momentos, la misma Europa que mandó a sus hijos allende los mares a buscar mejores condiciones de vida, opta por políticas regresivas de regulación de la inmigración. La directiva de retorno de inmigrantes, que acaba se aprobar el Parlamento Europeo por abrumadora mayoría -con el concurso incomprensible de los socialistas españoles, menos Josep Borrell y Raimón Obiols, que votaron en contra al igual que el resto de los parlamentarios del grupo socialista europeo-, pretende blindar las fronteras de la UE en épocas de vacas flacas. Justamente ahora, cuando hay una crisis alimentaria y una hambruna provocada por el alza de los precios de los alimentos, Europa se blinda, y se legisla con mentalidad represiva, poniendo en cuestión derechos fundamentales y tratando a los seres humanos como mercancías desechables. La normativa comunitaria prevé un internamiento de hasta 18 meses en un campo por el delito de “ser ilegal”. Todos aquellos inmigrantes que hayan entrado en la UE y carezcan de permiso de residencia legal podrán ser “internados” hasta un máximo de ¡año y medio! Hasta que se decida su expulsión definitiva de nuestras ricas fronteras.

Puede que sea cierto que estamos inmersos en una crisis económica. Lo sorprendente es que se están buscando soluciones para capearla que atacan las consecuencias en lugar de poner remedio a las causas de la misma, que no son otras que las políticas desreguladoras de los mercados internacionales que permiten que nadie sea capaz de regular los precios del petróleo, causando una cascada de consecuencias fatales para las subidas de los precios de los alimentos y un estado general mundial de incrementos constantes de las desigualdades y la pobreza. Lo suyo sería que los mandatarios europeos, en aras precisamente de todos esos valores que supuestamente diferenciaban a la UE del resto del Planeta, se pusieran manos a la obra y comenzaran a hacer política, pero un tipo de política que sea capaz de gobernar esa economía global desbocada que propicia que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

Esta normativa incide sobre los más débiles, los inmigrantes. Si los ciudadanos europeos seguimos consintiendo este tipo de cosas sin decir nada, los siguientes más débiles seremos el conjunto de los trabajadores de la UE. No en vano ya se piensa en aumentar la jornada laboral hasta las 65 horas semanales, aumentar la edad de jubilación…En fin, todas ellas medidas contra la “crisis” que anuncian un auténtico maremoto de retrocesos sin parangón, de la mano de una derecha europea que nos quiere devolver al siglo XIX.