El programa de exposiciones temporales del Museo del Prado comienza el año 2009 con la retrospectiva dedicada a uno de los iconos del arte en el siglo XX: el británico Francis Bacon. Se trata de una colección de las 78 obras más significativas de este artista controvertido que vivió grandes temporadas en Madrid, que fue un asiduo del museo que hoy recoge su obra, y que eligió la capital de España para morir en 1992.

Genial e inquietante. Tales son los adjetivos que mejor definen la obra expuesta. Genial porque Bacon bebe de las mejores fuentes de la historia del arte universal. Las referencias de Velázquez y Rubens, por ejemplo, son explícitas. Pero el británico es capaz de subir un escalón más en el esfuerzo de creatividad y en la capacidad de generar emociones contradictorias en sus versiones atormentadas.

Y es inquietante por la violencia desnuda que evocan sus figuras, por el grito desgarrador que manifiestan sus bocas enormes y omnipresentes, por esos rostros retorcidos que muestran una personalidad angustiada.

La exposición se acompaña de un conjunto de revistas, fotografías y bocetos, que documentan ilustrativamente el proceso de creación del artista. Llama la atención de forma especial el caos mayúsculo que reflejan las imágenes sobre su estudio.

Los visitantes se detienen sobre todo ante los famosos retratos alternativos de Inocencio X, los trípticos de crucifixiones y la serie Animalada, especialmente con las monerías. Pero resultan tan interesantes o más las posturas imposibles de sus estudios de anatomía humana y los retratos de su amante Dyer, suicidado en el momento álgido del reconocimiento al pintor, y cuya memoria marcó los últimos años de su trabajo.

Podemos disfrutarla en Madrid solo hasta el 19 de abril. Después volverá a la Tate londinense. Perdérsela sería imperdonable.