Poco se ha escrito en España sobre la realidad del “sinhogarismo”, aunque existen estudiosos y grupos de investigación de solidez que desde hace años se ocupan de ésta realidad tan invisible. Quizá sea una de las razones por las cuáles la ciudadanía, en general, desconozca el fenómeno y circulen estereotipos sobre estos hombres y mujeres nada acertados en sus apreciaciones, y posiblemente construidos con una intencionalidad exculpatoria del papel de la sociedad en sus procesos vitales. Por ello, hacer pedagogía en este campo y, por ende, sensibilizar a la opinión pública es obligado, por rigor y por compromiso social. En estas líneas nos vamos a ocupar de “romper” algunos de los principales estereotipos asociados a las personas que se desenvuelven en los límites de la exclusión social.

Un estereotipo que se escucha habitualmente es que se trata de una problemática que afecta exclusivamente a los varones. Los datos de esta reciente encuesta del INE confirman que el 19,7% de las personas “sin hogar” son mujeres, porcentaje que va en aumento desde hace varias décadas. Una razón que lo explica pudiera ser que, efectivamente aunque hay menos mujeres en situación de “sinhogarismo”, utilizan en mayor medida que los varones los albergues y centros de acogida, por lo que sus circunstancias no son tan notorias para el resto de la ciudadanía.

Por otro lado, existe una percepción pública errónea sobre su elevada edad. Efectivamente, hasta finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XX el perfil del “sin hogar” respondía básicamente a la figura del transeúnte. Un varón de edad madura que se desplazaba de un lugar a otro, con un ‘modus vivendi’ de supervivencia. A raíz de la crisis económica de los últimos años se ha revitalizado esta figura con la particularidad de haberse ‘juvenalizado’, si bien en convivencia con personas maduras y de edad avanzada. La ‘Encuesta a las personas sin hogar 2012’ confirma una edad media entre esta población de 42,7 años. Además, cada vez hay una mayor presencia de jóvenes (un 19,3% de las personas “sin hogar” tienen entre 18 y 29 años, siendo éstos en su mayor parte extranjeros (32,4%)) y las personas mayores de 64 años son una minoría (3,9%), observándose un ligero aumento de ancianos, a consecuencia de las dificultades que están teniendo a la hora de acceder a residencias públicas para la tercera edad. Con lo cual en bastantes casos, y ante la falta de redes sociales y familiares de apoyo, no les queda más opción que acogerse temporalmente en centros de alojamiento para personas “sin hogar”, no resultando el lugar adecuado a sus circunstancias.

Otro estereotipo recurrente sobre este sector de población es que se trata de personas sin estudios, ni cultura. Los datos revelan que el 60,3% ha alcanzado un nivel de educación secundaria, el 11,8% tiene estudios superiores (universitarios o no) y un escueto 5,7% no dispone de ninguna formación. Quizá lo más significativo de lo anterior sea el apreciable porcentaje de personas “sin hogar” con estudios superiores, una realidad que va tomando forma en las últimas décadas y que también se confirma en los sucesivos recuentos sobre personas “sin hogar” celebrados en la cuidad de Madrid en los últimos años.

Asimismo existe una percepción pública de que se trata de personas que abusan del consumo de drogas y de alcohol. Si nos atenemos a los datos de la ‘Encuesta a las personas sin hogar 2012’, teniendo en cuenta las respuestas ofrecidas por los propios entrevistados y la delicadeza del tema, el 55,5% indicó que no consumía alcohol, un 30,5% que lo hacía de forma moderada y alto y excesivo un 4,1%. Por otro lado, el 62,7% manifestó que nunca había consumido ningún tipo de drogas.

También circula el estereotipo de que “no están bien de la cabeza”. Según el INE el 29,1% padece alguna enfermedad grave o crónica, entre los cuales se encuentran enfermos mentales (fundamentalmente, esquizofrénicos y psicóticos), pero sin duda no son una mayoría. Ahora bien, se trata de una problemática que nos debería hacer pensar sobre los efectos que ha tenido en nuestro país la política de desinstitucionalización de los hospitales psiquiátricos, que llevo, en su momento, a que bastantes personas con necesidades de atención psiquiátrica acabaran en la calle y, desde luego, sigue siendo un problema muy serio al que habría que dar una solución social y sanitaria, por ética y por sentido de humanidad.

Seguramente habrán percibido también entre la ciudadanía ideas asociadas a que son hombres y mujeres que dan miedo, que son una fuente de inseguridad y unos delincuentes. Los datos son suficientemente esclarecedores. El 51% de las personas “sin hogar” han sido víctimas de algún delito o agresión (insultos, amenazas, robos, agresiones, agresiones sexuales, timos…). En concreto, el 65,4% declaran haber sido objeto de insultos o amenazas y el 61,8% de robos. Además, según la ‘Red Nacional de Entidades que trabajan con personas “sin hogar”, en función de las noticias recogidas en los medios de comunicación, en el año 2012 fallecieron 32 personas en la calle por causas que, en sí mismas, conllevan niveles de violencia manifiesta hacia este sector social. Resulta especialmente llamativo que seis murieran por frio, cinco por sobredosis, cuatro por agresiones físicas, dos por caídas, dos por incendios fortuitos y uno por ahogamiento. Por último, consignar que realmente qué mayor violencia se puede ejercer sobre unos seres humanos, cuando su esperanza media de vida es 25 años menor que la de la población normalizada.

Finalmente, muy posiblemente hayan escuchado, máxime en los tiempos que corren, frases del tenor “encontrarse en la calle nos puede pasar a cualquiera”. En sociedades como la nuestra que se ha ampliado la franja de población vulnerable que se desenvuelve en los límites de la integración es una realidad indiscutible. Pero también lo es que las personas “sin hogar” viven una media de entre 7 a 8 sucesos estresantes traumáticos a lo largo de sus vidas. Muchos de ellos tienen lugar antes de los 18 años, los más prevalentes, son la falta de dinero o el fallecimiento de un miembro de la unidad familiar, ambos entorno al 41%. Además, el 36,3% han sufrido situaciones de peleas o conflictos graves entre sus padres o de violencia en la familia y el 23,6% enfermedad grave de alguno de sus progenitores. Con estos antecedentes quedaría refutada esa percepción desacertada sobre que nadie estamos libres de entrar en la exclusión más extrema, y desde luego confirmada la perspectiva de que unos más que otros.

Decía Confucio: “Mejor que el hombre que sabe lo que es justo es el hombre que ama lo justo” y estimo que este es el espíritu que debería guiar la mirada ciudadana y las actuaciones institucionales hacia aquellos que por haberlo perdido todo han extraviado el rumbo de sus vidas.