Lamentablemente, en lugar de un estudio de esa naturaleza leo con asombro una visión maniquea y dicotómica de España, donde parece perseguirse varios objetivos ya reiterados en otras ocasiones:

· Intentar presentar al PSOE como un traidor de sus ideas “como resultado en gran parte de las presiones de la Monarquía y del Ejército.”

· Deslegitimar la Transición, como marco de referencia democrático.

· Justificar en la izquierda el nacionalismo

· Acusar de “españolista”, en tono peyorativo, a toda la izquierda que no tiene su visión de España.

Y todo ello, aderezado al final del artículo con dos nuevas guindas. La primera, después de dar mandobles a diestro y siniestro, pide el respeto que el propio autor no tiene con las demás opiniones distintas a las que él defiende. La segunda, insiste nuevamente en la descalificación y en el ensalce de su figura, afirmando que “la clara falta de cultura democrática en nuestro país hace difícil sostener puntos de vista distintos a los que se suponen oficiales.”

Respeto absoluto hacía las opiniones del autor y, por supuesto, a su egocentrismo, que encaja en una frase coloquial madrileña, no sé si imperial, jacobina o españolista, que dice “éste no tiene abuela”. Pero conviene hacer algunas consideraciones:

· Existen muchas maneras de entender España, pero todas ellas tienen que estar dentro de un marco y una concepción democrática. Esa fue la base de una Transición que ha traído democracia y prosperidad a España, y que ahora necesita revisarse para hacer efectivos los derechos que en la Constitución aparecen y que no son una realidad en la vida de las personas. Las discusiones sobre si fue o no modélica son una pérdida de tiempo, porque lo que hay que analizar son las consecuenciasy las necesarias reformas democráticas que son precisas en estos momentos para adaptarnos a los cambios que se han producido en la sociedad española.

· La base del cambio no es el enfrentamiento y la confrontación entre las izquierdas y las derechas, los españolistas y los catalanes, las izquierdas buenas y las malas, porque es una visión de la vida muy simplista, que además no coincide con las sociedades complejas de la segunda década del siglo XXI. Por cierto, es sorprendente la ausencia total del concepto de ciudadanía, que es el pilar sobre el que debemos sostener un avance democrático que pasa por complementar la representación con una mayor participación de los ciudadanos, y por llevar la democracia a todos los ámbitos de la sociedad y no solo a la esfera institucional y política.

· El derecho a decidir como se presenta por los nacionalistas es una falacia. Los ciudadanos ya deciden cuando hay elecciones, y deben poder participar en más momentos, con nuevos cauces, pero siempre desde la legalidad. En una circunstancia donde la política y sus instituciones están muy cuestionadas, es importante destacar la masiva participación que hubo en las últimas elecciones autonómicas catalanas, con un 69,5 por ciento de participación. Una participación que no cumplió el objetivo de confrontación que pretendían algunos al convocarlas.

· El nacionalismo y el socialismo son antagónicos. Incompatibles, no se puede ser socialista y nacionalista a la vez. La falta de claridad ya la pagó el PSC en las últimas elecciones autonómicas. Por eso es importante, aunque nuevamente se descalifique, que se haya producido una reflexión dentro del PSC y del PSOE para aclarar posiciones y afianzar su modelo de transformación de la sociedad desde una óptica socialdemócrata. Frente a mensajes interesados, el PSOE y el PSC están en contra de la independencia de Cataluña. Pero necesitan tiempo para que los ciudadanos visualicen una alternativa intermedia entre la ruptura soberanista y la posición del PP, que garantice la convivencia y el bienestar.

· Las izquierdas no deben presentarse como las auténticas defensoras de ninguna tierra o tribu. Las izquierdas o el PSOE tienen que dar y están dando una respuesta socialdemócrata a la crisis para que no sigan pagando los ciudadanos, con más paro y recortes de derechos, los desmanes de las élites económicas. Y dentro de esas respuestas, hay que cerrar el modelo territorial del Estado, dentro de un federalismo cooperativo, que garantice la igualdad de todos los españoles en cualquier parte del territorio. Todo con un objetivo, conseguir más progreso, igualdad y justicia social para todos los ciudadanos españoles, y sin ningún tipo de privilegios. Pero desgraciadamente, también se descalifica esta propuesta no por buena o mala, sino por tardía e insuficiente sin dar más explicaciones.

· En cuanto al victimismo radial, con ver las inversiones que se han realizado y cómo estaba España hace treinta años y cómo está ahora se supera el argumento, aunque hay que seguir trabajando, como también pasa en el caso de las leyes educativas. No obstante, también es cierto que existe una intención de culpabilizar al otro de todos los males con o sin argumentos. Una estrategia cuyo último episodio observo con perplejidad en el caso del escándalo del fichaje del futbolista Neymar por el FC Barcelona.

Frente al conflicto permanente y la tensión a la que están llevando a la sociedad, hay una oportunidad para comenzar una etapa de diálogo que permita avanzar hacia mayores cotas de bienestar para todos los ciudadanos y en la reforma del modelo territorial. Se puede y debe hablar de todo. Pero hay que decir la verdad a los ciudadanos. La Constitución se puede cambiar, y para eso está el título X de la misma, bajo el epígrafe “De la reforma constitucional”. Cambios, los necesarios con diálogo y consenso, pero sobre todo cumpliendo la ley. Que, en resumen, significa que decidimos todos. No vale inflamar la calle para luego entrar en ambigüedades calculadas, para conseguir privilegios o el mayor número de votos, ya sea este un deseo de CIU o del PP.

La austeridad, los recortes de derechos y la tensión nacionalista pretenden romper el gran esfuerzo que durante las últimas décadas ha realizado la sociedad española en su conjunto para ir superando desigualdades históricas, que hicieron que una inmensa mayoría de los españoles vivieran no solo sin libertad, sino en condiciones de vida precarias. El empeño por mejorar la calidad de vida y garantizar una serie de derechos básicos, colocó a España entre los países con mayor índice de desarrollo humano. Los españoles creyeron, y se esforzaron para ir mejorando sus vidas, con gobiernos socialistas que fueron construyendo un Estado Social y Democrático de Derecho. Pero ahora, la avaricia de las élites económicas de la mano del Gobierno del PP quiere romper el contrato social, y nosotros debemos plantarles cara, participando, dialogando y trabajando para que nuestra sociedad se guíe por los valores de la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.