El fuerte crecimiento económico ha mejorado el nivel de vida de parte de la población, al tiempo que ha disminuido el umbral de pobreza. Se han producido importantes movimientos migratorios desde las zonas rurales hacia las urbanas, en las que existe un gran dinamismo industrial y del sector servicios. Sin embargo, en estas áreas urbanas la población, que tiene ante sí mayores oportunidades, se hacina en viviendas insalubres y padece privaciones de servicios de todo tipo. Aparece frente a cierta opulencia en las grandes ciudades una nueva exclusión social y marginación que afecta a capas importantes de la población.
De forma que al lado de los grandes logros coexisten grandes carencias. Las desigualdades han crecido. A su vez, los costes sociales y ecológicos de este modelo de crecimiento son excesivamente elevados. El crecimiento predomina sobre la preservación del medio ambiente. Los trabajadores tienen unas largas jornadas de trabajo y bajos salarios. Los lugares de trabajo son en muchos casos malsanos y los empleados se encuentran sometidos a elevados riesgos laborales.
Gran parte de los economistas convencionales occidentales, con la superficialidad que les caracteriza, miran a China con cierto ensimismamiento, al tiempo que nos cantan las excelencias acerca de los logros conseguidos por las tasas de crecimiento, las exportaciones y la capacidad de financiación internacional que está demostrando. Se observa a este nuevo país emergente con una cierta admiración como consecuencia de su arrollador dinamismo y la fuerza y vitalidad de la que goza. Apenas hacen mención a esos costes sociales y humanos sobre los que se está asentando ese crecimiento. En todo caso, se admiten como unos costes necesarios a pagar para alcanzar el desarrollo económico, en la idea de que para avanzar en el camino del progreso hace falta sangre, sudor y lágrimas. Más adelante se recogerán sus frutos
Las cosas, no obstante, son más complejas. La situación de la desigualdad he llegado a tal extremo que el Gobierno es consciente del peligro que supone todo ello para la estabilidad social y política. En el discurso de apertura de la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional que se inició el viernes 5 de marzo en Pekín, Wen Jiabao, primer ministro, dijo que había que hacer frente a esa gran desigualdad que se está generando. En suma, lo que viene a corroborar es el compromiso que adquirieron los nuevos dirigentes chinos, encabezados por el presidente Hu Jintao y él mismo, cuando llegaron al poder en el XVI Congreso del Partido Comunista Chino, celebrado en octubre de 2002. Ese compromiso consistía en proclamar la defensa de los más pobres y desfavorecidos. Hace siete años ya de esto y no parece que se haya producido ese giro social que se anunció y que demanda una sociedad china, que, aunque no pueda expresarse libremente, sí lo hace ver de cuando en cuando con movilizaciones y manifestaciones, o con ideas expresadas por miembros del partido o intelectuales.
Pues sí, pues aunque se sepa poco de ello, y aunque parezca mentira, en China se produce un intenso debate entre profesores de universidad e intelectuales sobre las reformas llevadas a cabo y sobre qué camino seguir en la economía, la política y la sociedad. Sabemos de ello por un libro realmente interesante de Mark Leonard “¿Qué piensa China?” (Icaria, 2008), en el que se exponen precisamente esas diferentes posiciones. Lo que más llama la atención es que casi todos ellos han estudiado en importantes universidades del Reino Unido y de Estados Unidos, y ahora son profesores en universidades chinas.
En economía destaca a dos que representan corrientes diferentes. Es el caso de Zhang Weiying, defensor de la progresiva liberalización, y a ultranza del mercado. Es uno de los principales miembros de la nueva derecha. Sus teorías han sido el soporte fundamental para llevar a cabo las reformas con las que se ha potenciado el mercado, la privatización y la desregulación. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Oxford bajo la supervisión del premio Nobel de economía de 1996, James Mirrlees. El otro es Wang Hui, uno de los principales miembros de la nueva izquierda, representada por un grupo de académicos que sin cuestionar el mercado reclama al gobierno que preste más atención a la desigualdad y a la contaminación medioambiental. Este economista fue a la Universidad de Harvard, tras lo cual pasó un periodo en la Universidad de California en los Ángeles.
A juzgar por la evolución de los acontecimientos las teorías de Zhang triunfaron desde 1978 hasta el año 2002. A partir de entonces, como consecuencia de los desaguisados sociales dejados por el liberalismo, empiezan a tenerse más en cuenta las propuestas de Wang-Hui.
Estos planteamientos se reflejan en las declaraciones de los nuevos dirigentes y en el intento de combinar el crecimiento económico con la cohesión social, tal como han manifestado en la Asamblea Popular. Lo que pasa en China y lo que pueda suceder es fundamental para comprender a la economía mundial y la política internacional. Nos encontramos ante un país emergente que se ha convertido en una gran potencia económica, y que tiene cada vez más peso en el escenario internacional. Por eso es por lo que debemos estar muy atentos a los cambios que se puedan producir en el interior de este país, pues todo ello tendrá considerables repercusiones en el contexto global. Confío en que se impongan las proposiciones de la nueva izquierda, en los hechos y no sólo en las ideas, para que el crecimiento redunde en beneficio del pueblo chino, y no solamente en unos pocos dirigentes y líderes económicos. Pero también es básico para avanzar hacia una sociedad democrática con estabilidad económica y social.