En la vida cotidiana incurrimos continuamente en estos “excesos” de interpretación. Los estereotipos, por ejemplo, son un tipo de falacia ecológica muy extendida: por el hecho de pertenecer a un grupo, se aplica falazmente a un individuo alguna de las características “típicas” del grupo en general (como considerar que cualquier persona por ser alemán sea exageradamente racional o por ser catalán, ahorrador en extremo).

Cuando se investiga en ciencias sociales o de la salud, no se considera que este abordaje constituya siempre un planteamiento equivocado, sino que se valoran las circunstancias que afectan a un grupo y los efectos estructurales que ejercerán sobre el bienestar o la salud, independientemente de que un individuo concreto las experimente o no. De todas maneras él también sufrirá esos efectos. Si uno vive en un barrio marginal, por ejemplo, aunque pueda llevar un nivel de vida muy superior al de la mayoría de la población, se verá afectado también por los mismos condicionantes externos, sociales y económicos, nocivos para la salud, que influyen en los demás individuos.

Vivimos tiempos de crisis y cualquier problema tiende a volverse transmisible en la aldea global. Las circunstancias que atravesamos y las que vendrán serán muy negativas para la vida, el bienestar y la salud de muchas personas. En especial para los grupos de población más vulnerables. Es decir, para los individuos que componen esos grupos. Los expertos advierten de que el impacto de esas condiciones adversas (menos ingresos familiares, desempleo, conflictividad social, incremento del rechazo a los inmigrantes, etc) se observará sin duda en las personas afectadas por ellas, en forma de problemas de salud mental, malnutrición en niños y mayores (tanto desnutrición como obesidad), incremento de las adicciones a ciertos productos, resurgimiento de determinadas enfermedades infecciosas, etc.

Pero debemos pensar también que si eso es así para algunos, en realidad nadie está a salvo. Es igual que creamos que nuestro trabajo no corre peligro, que no es posible que se rebajen notablemente nuestras percepciones económicas, que nos veamos impulsados hacia “abajo” en la escala de la clase social o que alguien, o algo, pueda amenazar de manera importante nuestro considerable nivel de vida. Todo eso pierde su importancia y su efecto protector si el entorno humano, la comunidad con la que compartimos muchos factores que también condicionan nuestra salud y nuestro bienestar, no tiene tanta suerte como nosotros. Y aquí no valen falacias. Como en la explicación de la validez de los estudios de base ecológica, debemos plantearnos que lo que afecta a la mayoría repercute ineludiblemente en nosotros. No se puede vivir en una isla cuando compartimos tanto.

Malos tiempos, por lo tanto, para el bienestar y para la salud de todos: a los que les puedan afectar personalmente los problemas y a los que no. Porque nadie va a quedar, del todo, indemne.