Sin embargo, una vez terminados algunos campeonatos y competiciones, la persistencia en la exposición de banderas en ventanas, balcones y automóviles puede quedar un tanto descontextualizada, no tanto porque no sea legítima la presencia de la bandera española en la vida privada, sin mayor connotación política, como ocurre en otros países con total naturalidad, sino porque dichos enarbolamientos se suelen producir en lugares poco adaptados para ello y a veces en una forma que tiende a convertir tal fenómeno en una mera “banderolada”.

En otros países las banderas se muestran en momentos significados, en lugares especialmente previstos para ello y buscando unas proporciones y una estética adecuada, que produzca una buena impresión. Sin embargo, las exageraciones acaban produciendo efectos contrarios, sobre todo cuando determinadas banderas de poca calidad terminan ajándose, como está ocurriendo en algunos casos con los restos del mundial de fútbol. De forma que, más que banderas rodeadas de dignidad, en ocasiones nos encontramos con simples jirones que, como en las viejas historias de decadencia, no hacen sino recordarnos la nostalgia de tiempos mejores. Por lo tanto, habría que tener algún cuidado con las exageraciones.

Otro tanto podríamos decir de la inclinación a centrar desproporcionadamente el orgullo de los españoles únicamente en el campo deportivo, como hacen algunas minorías étnicas en otros países, en los que a través de un mayor esfuerzo deportivo se intentan compensar –al menos emocionalmente– otras inferioridades y retrasos.

En el caso de España, ya hemos resaltado en “Sistema Digital” cómo la exaltación de los triunfos deportivos, en cierta medida ha venido a llenar algunos déficits de identificación –que habría que corregir políticamente– y a compensar un clima extremo de pesimismo y negativismo en el que se ha caído en los círculos políticos y en los medios de comunicación social. De ahí que algunas aparentes exageraciones identitarias deban explicarse como reacciones lógicas de rechazo ante tanta negatividad.

Por eso, tanto en los círculos políticos como en los medios de comunicación social, habría que realizar un esfuerzo por reconocer y ponderar públicamente otros logros y cosas positivas que se están haciendo en España en diferentes campos. Lo cual contribuiría a prevenir que los espacios de lo positivo fueran monopolizados solamente por el deporte, evitándose un desarrollo menor de los afanes personales y colectivos en otros terrenos que son imprescindibles en sociedades modernas y avanzadas.

Si España quiere contar en el futuro, y si aspiramos a ser reconocidos en el concierto de las naciones, es obvio que hay que propiciar un esfuerzo decidido en el campo industrial y de las innovaciones científico-tecnológicas y culturales. Por ello, los jóvenes españoles deben tener también otros ídolos y referentes a imitar, recibiendo estímulos adecuados a favor del espíritu emprendedor, el trabajo científico, el empeño comercial y productivo, etc. Y para ello es necesario poner mucho más énfasis en el terreno educativo.

Los recientes éxitos deportivos han llevado a ensalzar los valores del trabajo en equipo, del tesón, de la buena preparación, de la planificación organizada, de las buenas formas, etc. Todo esto también es necesario potenciarlo en otros ámbitos. Si en deporte España ha llegado a ser una potencia de primera categoría, no hay razones para que no lo seamos igualmente en otros campos, de forma que los éxitos deportivos de hoy no acaben operando como una coartada para soslayar o subvalorar otros anhelos, sino que más bien debieran ser un acicate para seguir la misma senda en otros planos.

Y para ello hay que ser conscientes de esta situación. Hace poco, en un programa de televisión en el que participé, unos comentaristas deportivos manifestaban su orgullo de que España fuera la octava potencia deportiva del mundo –según argumentaban–, aunque en volumen de población nos encontráramos significativamente por detrás de este rango. Pues bien, ese mismo orgullo –añadí yo a continuación– hay que ser capaces de manifestarlo también en otros terrenos, sin olvidar, precisamente, que España es también la octava o novena potencia económica mundial. ¿Por qué se producen tales diferencias? Ahí tenemos un reto que afrontar.