En estos días hay quienes se esfuerzan por presentar las etapas de dificultad económica como hitos inexorables en el paisaje del capitalismo moderno. Tenemos que acostumbrarnos, dicen, a los ajustes, a las fluctuaciones y a los ciclos. Esta línea de análisis culmina con una llamada práctica a la resignación: esperemos el tiempo preciso, asumamos los costes habituales, y el sistema se “reseteará” por sí mismo.
Quienes así se expresan no ignoran que los “costes habituales” en las etapas de “ajuste” se traducen en quiebras empresariales, en aumento del desempleo y en dificultades graves para los sectores más desfavorecidos de la sociedad: negocios que cierran, padres y madres en el paro, problemas para pagar la hipoteca y llegar a fin de mes… Los costes se cobran sobre personas con cara y ojos, y a menudo conllevan un drama humano muy considerable.
También saben estos “gurús” que las “fluctuaciones” y los “ciclos” son tan inevitables como queramos. Los ciclos se pueden prevenir, se pueden acelerar, se pueden revertir, se pueden atemperar, y se pueden reducir en su impacto sobre determinadas realidades: el empleo y el bienestar social, por ejemplo. Claro que se puede actuar sobre una crisis. Si hay voluntad y recursos para ello.
Los procesos de globalización, de integración regional y de descentralización política y administrativa, han restado capacidad de maniobra a los gobiernos nacionales. No obstante, las administraciones centrales cuentan con resortes para hacer frente a estas situaciones. El gobierno socialista de España lo está demostrando. En dos líneas de actuación: medidas para la reactivación económica (cambio de modelo productivo, inversión en investigación e innovación, aceleración del gasto en infraestructuras, construcción de viviendas protegidas…) y medidas para la protección social de los más afectados por la crisis (aumento al 85% en la cobertura al desempleo, incremento del salario mínimo, dignificación de las pensiones, cobertura de las dependencias…).
Puede hacerse más, sin duda. La próxima comparecencia del Presidente en el Congreso ofrece una buena oportunidad para perseverar en esta línea con nuevas medidas, más eficientes si cabe.
Pero la llamada a la no resignación debe alcanzar también a otras instituciones. Comenzando por esos otros gobiernos, los autonómicos, que perseveran en la reivindicación constante de poder, de estatus y de dinero. Esos que a menudo presumen de su papel clave en los días de esplendor y que se esconden tras la Moncloa cuando vienen mal dadas. En Madrid sabemos mucho de esto.
Vayamos más allá, incluso. Porque no debieran resignarse las patronales y los emprendedores. Los beneficios acumulados en la larga etapa de crecimiento, junto al esfuerzo imaginativo y una dosis prudente de riesgo, han de ponerse en juego para recuperar la senda que a todos conviene. Y no debieran resignarse los representantes sindicales, promoviendo la necesaria movilidad y la formación constante para mejorar productividad y competitividad en tiempos difíciles.
Una llamada específica a arrimar el hombro requieren aquéllos que tienen la llave del grifo financiero. Durante años fueron los invitados más glotones de la fiesta. Cabe exigirles ahora un esfuerzo responsable para engrasar con liquidez la maquinaria de la economía y el empleo, y para que la fiesta continúe.
Incluso los medios de comunicación pueden ejercer un papel importante, contribuyendo a la recuperación de un razonable clima de confianza en el futuro, siempre con información veraz, pero evitando los catastrofismos exagerados y subrayando las pistas que invitan al optimismo (que las hay).
Hay tarea para todos, porque a todos nos concierne.