Toda película tan premiada nos hace albergar dudas razonables sobre si se lo merece o ha sido sobrevalorada. Y en esta ocasión, no podía ser menos. Apabulla sentarse a visionar un film que ha ganado ocho Oscar, mejor película, director, guión adaptado, montaje, fotografía, banda sonora, canción y sonido. Ni más ni menos.

Slumdog Millionaire es una película de contrastes. Tiene rasgos de compromiso solidario, de vileza humana, de ambiciones por un futuro prometedor, pero sobre todo, no pretende dar lecciones sobre lo que se debe o no se debe hacer. Lo cual, es de agradecer de una manera muy especial.

Jamal Malik, interpretado por Dev Patel, es un adolescente pobre de Bombay que, por un motivo desconocido, está concursando en la versión hindú del programa “¿Quién quiere ser millonario?”. A punto de conseguir los 20 millones de rupias como premio mayor del concurso, el joven es interrogado por la policía, bajo la sospecha de estar haciendo trampas. Pero para cada una de las preguntas, Jamal tiene una explicación absolutamente creíble y, a través de ella, nos relata un pasaje de su vida que justifica porque no ha podido olvidarla.

Es una historia vitalista, probablemente conmovedora y en algunos pasajes de la misma estimulante. No se puede dudar que Boyle, su director, desarrolla una idea argumental brillante con la maestría de su mejor cine. Es una llamativa y preciosa avalancha de color, sonido y movimiento, pero en más de una ocasión trivializa el dolor e intenta manipular los sentimientos – eso si, muy profesionalmente-. Su visión de la miseria y del sueño adolescente de emerger de la pobreza en compañía de una chica guapa me recuerda a la magnífica película “Ciudad de Dios”, por supuesto, ni por asomo la iguala.

Es una buena película, como otras muchas, pero no para encumbrarla en la historia del cine con ocho estatuillas de los Oscar, al nivel de obras maestras como “La ley del silencio”, “De aquí a la eternidad” o “Amadeus”.