Después de emplear algunos símiles inapropiados históricamente en un tono bastante airado, la Comisaria de Justicia y Derechos Humanos, Viviane Reding, ha reaccionado ante las críticas suscitadas por su forma de realizar la crítica con unas cortinas de humo que no han hecho sino contribuir a apartar más el foco de atención pública de aquello que debiera ser el núcleo central de esta cuestión.

La justificación de la señora Reding, alegando que “cuando un político varón da un puñetazo en la mesa todo el mundo considera tal proceder como algo propio de un macho muy viril, y cuando lo hace una mujer se la considera una histérica”, no ha hecho sino alimentar un debate paralelo que en nada beneficia la causa que ahora habría que defender en Europa. Ocultarse en la condición de mujer para justificar un proceder que resulta tan inapropiado –o que puede ser tan distorsionado históricamente–, cuando el protagonista es tanto un hombre como una mujer, es una muestra de la falta de suficiente competencia y madurez de buena parte de la actual elite política europea. La señora Reding parece que aun no entiende la necesidad de atenerse a ciertas formas y modales políticos, como tampoco parece entender que el paralelismo histórico al que recurrió, en el fondo, no hacía sino trivializar y aminorar la importancia de algunos de los trágicos acontecimientos que se dieron en torno a la Segunda Guerra Mundial.

Si una Comisaria europea no es capaz de entender la diferencia entre unos y otros hechos, si no es capaz de controlar lo que dice y cómo lo dice y si no está dispuesta a centrarse en afrontar una cuestión como ésta, dejándose llevar prioritariamente por su afán de auto-justificación, habría que preguntarse ¿qué hace ocupando una Cartera tan importante? Y ¿cómo ha podido llegar hasta ahí?

Todo lo cual evidencia la necesidad urgente de avanzar hacia una efectiva democratización de las instancias ejecutivas europeas. Si Europa quiere contar, avanzar y gestionar bien sus asuntos tiene que dotarse de nuevos procedimientos de selección de líderes, que posibiliten un mayor grado de solvencia y de verificación pública de capacidades y de comportamientos. De momento, las “cuotas” por países o zonas ya vemos lo que dan de sí.

Habrá que esperar, al menos, que el revuelo montado en torno a este asunto permita plantear en serio el problema de la integración efectiva de las minorías de los países europeos. Lo cual, en la Europa Unida sin fronteras de nuestros días, es también una cuestión de todos.