Esa corrupción, fruto de una época dorada, donde creíamos que la riqueza era ilimitada, Europa una isla de ricos y España el país de las maravillas. Esa corrupción que tiene su origen en un urbanismo salvaje y desbocado, donde las administraciones municipales y autonómicas encontraron un tesoro enterrado en el fango; el dinero se ganaba fácilmente, y más fácilmente cuando existían tratos de favor, cohecho, privilegios, y enriquecimiento ilícito. De repente, el dinero público era un gran cajón sin dueño dispuesto a ser robado por el más espabilado; la honestidad era cosa de estúpidos, chapada a la antigua; los “más honorables”, los “mejor trajeados”, eran aquéllos que sabían disfrutar bien de la vida: lujos, droga, caviar, viajes, casas, yates, etc y etc. Todo estaba al alcance del “más listo”.
De aquellos polvos donde se retozaba en dinero sucio vinieron estos lodos que apestan a podredumbre moral.
Los medios de comunicación nos despiertan cada día con un nuevo caso de investigación, con escuchas telefónicas vergonzantes e indignas, con la mala utilización del dinero público, con el robo descarado del bienestar de los ciudadanos. Algunas comunidades autónomas (como puede ser la valenciana), no sólo sufrimos ahora la crisis económica, sino también las gravísimas consecuencias de una época de derroche, inmoralidad, estafa, engaño público, ilegalidades, corruptelas, y una política encandiladora que sumió a un pueblo con discursos emotivos, vehementes, sentimentales, de gran autoestima, con frases “¡somos los mejores, bueno y qué!, de odio al diferente, de crear enemistades, de falsedades, de eventos huecos y promociones falaces, con el único fin de perseguir un sentimiento colectivo de “felicidad y bienestar” para así tapar las redes de corruptela y podredumbre que hoy se están destapando y que han hundido el sistema económico y financiero valenciano. Todo ha quedado arrasado.
Y, aunque nos pueda resultar angustioso y nos genere hartazgo, existe una buenísima noticia. La justicia funciona. Será lenta, pero funciona. Y es para todos igual. Paso a paso, folio a folio, banquillo tras banquillo. Desde el duque de Palma, hasta dos expresidentes como Matas y Camps, o hasta aquéllos espabilados que crearon redes de enriquecimiento bajo el beneplácito político, se sientan hoy en el banquillo.
Durante estos últimos años, las encuestas reflejaban la baja valoración que la ciudadanía tenía de la Justicia; ocupaba los últimos puestos al igual que la política.
Hoy, hay motivos para confiar en que un sistema democrático tiene recursos, herramientas, resortes y personas para combatir las manzanas podridas. Ya sabemos que cuesta su tiempo, ya sabemos que algunos se han estado riendo a costa del erario público, pero hoy, podemos confiar en que el sistema judicial español, callado y discreto, lento pero seguro, está haciendo su buen trabajo. Es la primera pieza para recuperar la credibilidad y la confianza en el Estado democrático.