Un acontecimiento reciente que me ha sorprendido extraordinariamente ha sido la imposibilidad de que el Departamento Universitario al que pertenezco pudiera acceder a una aplicación informática de un determinado Ministerio, con el objeto de solicitar la renovación de una Mención de Calidad para un Programa de Posgrado interuniversitario. El problema era que no aparecíamos en las listas ministeriales, aunque veníamos trabajando desde hace años (Mención de Calidad en el BOE incluida). Tras múltiples gestiones, finalmente pudo resolverse el problema y fuimos dados de alta en la aplicación. Fue una situación tan enrevesada que recordaba las antiguas películas italianas surrealistas, en donde cada escena es un sinsentido. Otro sinsentido es la propia aplicación informática en sí, que pareciera estuviera diseñada para disuadir a las Universidades para que concurrieran a dicha convocatoria.
Una vivencia que me ha hecho también pensar sobre las sociedades tecnológicas de nuestros días fue haber sido objeto de un delito informático, que me dejó a mí y a mi familia “desplumados” de unos pequeños ahorros que teníamos para acometer una obra en nuestro domicilio. Alguien fue sacando nuestro dinero, sin que el Banco nos avisara de semejante despropósito. Finalmente, recuperamos lo perdido y retornamos a nuestra vida cotidiana, pues todo lo vivido en aquellos días nos había parecido un mal sueño, ajeno a nuestra cotidianeidad y a la lógica del ciudadano de a pie.
El cuarto episodio que quiero compartir no fue otro que una comprobación de mi identidad en un aeropuerto norteamericano. Allí pude sentir en mis propias carnes, en una fría sala y junto a otros turistas e inmigrantes, la zozobra y temor que allí se respiraba. Todos nos mirábamos con ojos ausentes, no sabiendo exactamente por qué estábamos allí y dónde acabaríamos. Afortunadamente, en mi caso la espera fue breve y, tras el susto inicial, fui llamada por un robusto policía, que me dio mi pasaporte y me dijo con acento del medio oeste: “O.K.” Salí de las dependencias policiales con paso ligero, dejando atrás a otros de los que no volví a saber.
Estas experiencias, a las que con seguridad podrán añadir otras similares, dotan de un nuevo significado a las palabras de Skakespeare en boca de Hamlet: “¡Ser, o no ser, esa es la cuestión!”. Hoy en día, “ser” no se conecta en exclusividad al mundo de los vivos: el ser conlleva vivir, pero a veces se es únicamente cuando se está correctamente en los papeles o en los sistemas informáticos Todos somos susceptibles de convertirnos en “sin papeles”, incluso hasta las instituciones, a golpe de tecla de ordenador, en un mundo en donde el viejo papel ha sido sustituido por una burocracia virtual, a la que prácticamente no tenemos acceso y en donde casi todo es posible. Equívocos con las entidades a las que representamos, con nuestros nombres, con nuestros domicilios, hurtos “de guante blanco”, y demás desmanes que superan nuestra capacidad individual de control, son factibles en este complejo entramado de registros y documentos que sin duda existen, pero que en la mayoría de las ocasiones no podemos ni verlos, ni tocarlos, ni sentirlos.
Decía Max Weber que “La experiencia tiende a demostrar universalmente que el tipo de Organización administrativa puramente burocrático, es decir, la variedad monocrática de burocracia es, desde un punto de vista técnico, capaz de lograr el grado más alto de eficiencia, y en este sentido es el medio formal más racional que se conoce para lograr un control efectivo sobre los seres humanos”. Eficiencia versus control constituyen el desiderátum de la buena burocracia.
¿Creen ustedes que lo hayamos conseguido? Personalmente considero que hay un exceso de disfuncionalidades, que son susceptibles de apropiarse de nuestras vidas y de hacerlas impropias de un mundo civilizado y normal. La otra vertiente de la burocracia moderna es la frialdad con que en ocasiones se presenta: contestadores telefónicos automáticos, personal poco motivado hacia su trabajo, esperas largas para la realización de trámites etc., que desplazan el trabajo amable de personas que han luchado contra el estereotipo de Larra ejemplarizado en su famoso: “Vuelva usted mañana”. El problema es que ahora nos enfrentamos a máquinas y sistemas automatizados, con los que no cabe el diálogo y que han sido programadas con tal rigidez, que nos hace más vulnerables, proyectándose nuestra debilidad hacia el mundo virtual global.
Ninguno escapamos al poder de esta nueva sociedad paralela, que tiene capacidad de hacer nuestra vida más fácil, pero que puede dejarnos sin identidad, ni pasado. Vivimos en un mundo del que es difícil escapar en la medida que cada uno de nosotros y las instituciones de las que formamos parte pueden ser reducidos a la nada.