El debate no es si en España existe o no existe un deterioro del clima político que afecta a la imagen y credibilidad prácticamente de todos los partidos políticos, no solo a los dos principales. Por eso, resulta un ejercicio vacuo utilizar un gran aparato de tablas del CIS para demostrar tal obviedad. El problema no es ese, sino la endeblez de las metodologías que algunos utilizan para intentar demostrar -o legitimar- tesis discutibles y de un considerable alcance político. Por no mencionar a los que envuelven en cifras y porcentajes lo que no son sino fobias o ‘vendettas’ personales, o proyectos y deseos políticos específicos, que son perfectamente legítimos, siempre que no se intente presentarlos como verdades científicas incuestionables e inmodificables.
CUESTIÓN DE RIGOR
Lo que yo criticaba en mi artículo anterior, sin afán de molestar a nadie, era la falta de rigor científico que acompaña algunos análisis más o menos sociológicos, que se presentan como avalados por una metodología científica.
En este sentido, me parece necesario diferenciar lo que es una Encuesta sociológica rigurosa y representativa -más allá de que sus resultados gusten o no gusten- de otras aproximaciones analíticas diferentes. Con harta frecuencia el concepto “Encuesta” se aplica a cosas muy diferentes entre sí, sin que se advierta claramente de ello a los lectores u oyentes. Si nosotros queremos comprarnos un coche, por ejemplo, sabemos que un Mercedes último modelo, un Lada destartalado o un cochecito de pedales de juguete pueden ser calificados todos como “coches”. Pero, desde luego, el valor y utilidad para viajar de uno u otro tipo de vehículo es muy diferente. Y eso no siempre se deja claro cuando se emplea la palabra “Encuesta”. Y de ahí vienen luego muchos fracasos de pronóstico.
La historia de la Sociología está plagada de historietas sobre fallos memorables en los pronósticos. El más famoso, posiblemente, es el que afectó al Presidente Truman, al que algunas Encuestas dieron como perdedor, de forma que varios periódicos se precipitaron a publicar la noticia de su derrota en primera plana. Al final Truman ganó por un pequeño margen de ventaja. Ventaja que, precisamente, estaba dentro de los márgenes teóricos de error de las Encuestas por muestreo, que siempre deben interpretarse dentro de estos márgenes de error; que a veces pueden ser abultados, en función de los tamaños muestrales.
Después del “error Truman” han venido otros errores. Muchos de ellos vinculados a la utilización de metodologías inapropiadas de recogida de datos o de proyección de resultados. Los fiascos de las encuestas post-electorales a pie de urna suelen ser bastante frecuentes. Uno de los fallos que más hilaridad ha suscitado en los últimos años es el de una institución pública que pronosticó en las últimas elecciones europeas una participación superior al 70%, cuando luego se quedó en apenas un 40%. ¡Treinta puntos de diferencia!
Por lo tanto, yo siempre aconsejo que los datos de las Encuestas se tomen con cierta cautela y que se atienda a sus características técnicas y a su amplitud muestral. Para aquellos que no son expertos en estadística ni en metodologías sociológicas, podíamos explicar que las Encuestas del CIS, por ejemplo, vienen a tener un coste de bastante más de 300.000 euros cada una, de acuerdo a los Presupuestos del CIS y al número de Encuestas que se hacen al año. Aunque hay que tener en cuenta que el CIS realiza también otras tareas de carácter científico y académico. A su vez, las Encuestas que realiza el GETS todos los años, y algunos de cuyos datos se analizan en la revista TEMAS, tienen unos costes brutos que están en torno a 50.000 euros. En ambos casos se trata de Encuestas con bases muestrales bastante amplias, superiores a las 1.700 o 2.000 entrevistas, que se realizan en los hogares, mediante sistemas de selección aleatorios.
En cambio, las encuestas que suelen publicar los periódicos y que se efectúan por teléfono a muestras más pequeñas que suelen oscilar entre 600 y 1.000 entrevistas, pueden tener un coste bruto que está entre los 4.000 y los 5.000 euros como mucho.
A su vez, algunas pseudo-encuestas que se realizan por Internet pueden tener un coste bruto de 34 euros, es decir el precio de una tarifa plana a la red. A lo cual, lógicamente, hay que añadir en cada uno de los casos de entidades no oficiales el posible margen de beneficio comercial que cada cual añada, así como los eventuales costes de los equipos que diseñan los estudios o realizan la “cocina”.
Obviamente, en cada uno de estos casos estamos ante realidades analíticas de diferente valor. Personalmente yo no cuestiono la legitimidad u oportunidad de explorar diversas metodologías analíticas, pero lo que sí me parece inapropiado es calificarlas a todas como “Encuestas”, o hablar de bases muestrales y márgenes teóricos de error, cuando en realidad no existe un procedimiento muestral riguroso, ni los más mínimos controles científicos de calidad. De hecho, algunos hemos utilizado ampliamente los Estudios Delphi para recabar pronósticos de los expertos. Pero eso no es, ni mucho menos, una Encuesta sobre intención de voto. Y no aclararlo constituye una cierta forma de fraude o engaño, al margen de que los resultados puedan estar más o menos sesgados u orientados a priori. Lo cual no es tan fácil cuando las Encuestas son suficientemente rigurosas.
¿Se puede acertar en un pronóstico utilizando métodos de otro carácter, o eso que algunos califican como metodologías del siglo XXI? (Esperemos que no sean metodologías del siglo XXI antes de Cristo). Desde luego, se puede acertar en base al “olfato”, o tirando una moneda a cara o cruz. O mediante las prácticas que utilizaban los adivinadores de la antigüedad, observando, por ejemplo, el vuelo de las aves (lo cual no es ninguna tontería).
La clave está en asumir que hoy en día podemos aproximarnos mejor al conocimiento de la realidad social utilizando metodologías científicas contrastadas y fiables (que siempre suelen ser caras y trabajosas), en las que la idea de muestreo representativo resulta fundamental. En cambio, cuando no hay muestreo, todo puede ocurrir, incluso que se acierte. Por eso no es lógico que algunos se afanen tanto en sacar conclusiones precipitadas y poco fundamentadas, que, a veces, más bien parecen ejercicios de ‘whisfull thinking’, o prácticas más propias de la brujería que de la Sociología científica.
SESGOS POLÍTICOS E INTERPRETATIVOS
Los sesgos en algunas Encuestas y pseudo-encuestas pueden venir de la mano de la misma forma de hacer las preguntas y hasta de la interpretación y presentación final de los datos. Aquí también están sucediendo cosas muy peculiares.
Por ello, para garantizar y prevenir tales sesgos, es necesario que el público pueda conocer las preguntas literales y los datos primarios (antes de pasar por eso que se llama “cocina”). También es bueno que se sepa quién hace los estudios y cuáles son sus posibles orientaciones y propósitos. Este es un tema clásico de “la Sociología y los valores” (o las ideas políticas). Desde luego, los sociólogos que tienen -o tenemos- ideas también podemos hacer Encuestas o análisis. Lo que es preciso es ser capaces es de trabajar profesional o científicamente con objetividad y rigor. ¿De qué valdría engañarnos a nosotros mismos? Eso se puede hacer sin necesidad de tomarse el trabajo de realizar una Encuesta o algo similar.
El reto de la objetividad científica está, pues, en el buen hacer de cada cual y en el rigor del trabajo analítico efectuado. El problema hoy en día estriba más bien en aquellos que descalifican a los demás por pertenecer a partidos o simpatizar con ellos, mientras ellos mismos escamotean sus orientaciones políticas, o sus propósitos anti-políticos. Una vieja estratagema, por cierto, que han solido utilizar casi todos los autócratas y demagogos.
Respecto a la “cocina”, unas últimas palabras para finalizar. Aquellos que obtienen conclusiones tremendamente exageradas en base a datos bastante pobres, cuestionables o insuficientes deberían -creo yo- tener una mayor perspectiva histórica y un mayor ánimo interrogativo y riguroso sobre el alcance de determinados datos y proyecciones. ¿Acaso no es extraño que partidos y/o líderes que tienen una mayor proporción de apoyos primarios queden tan mal parados después de pasar por algunas curiosas “cocinas”? Por cierto, según los datos de la última Encuesta del CIS con intención de voto, de abril de 2013, si tomamos los datos primarios más simpatías, y los ponderamos por el número final de votantes posibles (como se hace en los escrutinios electorales de verdad), con una participación estimada del 61%, el PSOE obtendría en estos momentos un 33% de los votos -bastante más de lo que algunos dicen- (en comparación con un 27,2% del PP, un 14,4% de IU y un 8,5% de UPyD). Lo cual no sé si se podría estimar como adecuado o prometedor o no para el PSOE en momentos tan malos como los actuales. Sobre todo cuando muchos españoles lo están pasando mal y aún persisten los recuerdos recientes de los últimos años de gobierno de Rodríguez Zapatero.
Sinceramente, yo no sé -ni creo que haya datos suficientes para afirmarlo- si se va a producir en algún momento el “fin del bipartidismo en España”. En lo que al PSOE se refiere, si actualmente mantiene -aún en las condiciones actuales- una intención de voto que, según los peores pronósticos cocinados, puede estar en torno al 28-29%, lo cierto es que se encontraría por encima del Partido Socialdemócrata Alemán, o del Partido Socialista Francés, por no hablar de los partidos socialistas de Portugal, Grecia, etc. De hecho, el Partido Socialista Francés, durante los últimos años, ha llegado a caer por debajo del 20% en intención de voto. Y en poco tiempo ha sido capaz de remontar hasta obtener mayorías holgadas cuando ha sabido gestionar y modular sus tensiones internas y priorizar su voluntad de sintonía con mayorías electorales potenciales. Y lo mismo podría decirse de otros grandes partidos de diversos países europeos.
Lo cual revela que estamos en contextos bastante complejos y volátiles que exigen por parte de todos un serio compromiso de rigor y responsabilidad. Por eso, precisamente, las Encuestas se están convirtiendo en nuestro tiempo en poderosas armas de influencia -e incluso de intimidación- política. Y por eso los ciudadanos tenemos que estar prevenidos y reclamar informaciones completas y veraces. Lo cual, lógicamente, transciende el campo de la Sociología. No sé si el de la Brujería.