Seguramente muchos trabajadores de este país habrán pensado que por ahí si podría ir una buena y deseable reforma laboral: aplicando no los criterios que la patronal y sus distintos voceros proclaman sino los que realmente practican para ellos en cuestiones de despidos, de salarios, de pensiones, de prejubilaciones.

Los privilegios del Sr. Goirigolzarri han sido objeto de todo tipo de calificaciones: escandalosas, indecentes, inmorales….sobre todo cuando hay tanta gente pasándolo mal. Pero quizá lo más llamativo es que no se consideren inaceptables en sí mismas, más allá de la coyuntura. Y, sobre todo, que desde el poder no se hayan anunciado medidas para limitar (gravando, por ejemplo, con un 95% este tipo de operaciones) con una panoplia de actuaciones este tipo de operaciones.

No menos escandaloso es, no obstante, la relativamente insignificante relevancia que se da a los niveles de ingresos y salarios en nuestro país. Un 63% de quienes trabajan ganan menos de mil euros. Los salarios en España están muy por debajo de la media europea, distancia que ha aumentado espectacularmente en los últimos años. Además, los ingresos salariales están muy polarizados: el 25% de los que menos cobran perciben un salario un 40% inferior a la media, el 10% de los que menos cobran perciben un salario inferior en un 60% a la media. El 50% de los asalariados percibe un salario que es un 20% inferior a la media. El 70% de los trabajadores españoles perciben retribuciones inferiores a tres veces el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) y cerca del 40% se encuentra por debajo de dos veces el SMI. Un 11% de los empleados, en 2007, no generaba rentas suficientes para situar a sus familias por encima del umbral de pobreza. En ese mismo año de 2007, antes de explotar la crisis, un 37% de los desempleados se encontraba por debajo del umbral de pobreza.

Podríamos decir que, durante las dos últimas décadas, la distribución social de la riqueza se ha “gripado”. Por supuesto en Estados Unidos, pero también en Europa. Un caso significativo es el de Alemania, donde la Sra Merkel (muy emulada por el PP) quiere bajar más los impuestos. Alemania ha pasado a ser uno de los países europeos donde más han aumentado las desigualdades. Este país, que durante mucho tiempo ha sido un exponente de progreso social dedica actualmente una parte menos importante de su presupuesto a gastos sociales que el Reino Unido (Le Monde, 6 de octubre 2009). Es muy posible que ello haya tenido bastante que ver en los resultados de las últimas elecciones.

Pero es en el conjunto de Europa donde se extiende el fenómeno de reducción de la redistribución de la riqueza desde los ricos hasta los pobres. Y, al tiempo, crece la redistribución entre pobres. El coste fiscal lo tienen que soportar cada vez más las rentas medias y bajas. Para que suban las pensiones mínimas (lo que está muy bien y es de justicia) el resto de las pensiones sólo evolucionan con el IPC y no con el incremento de la riqueza, con lo que se van progresivamente empobreciendo relativamente. No hace muchos años la alternativa que se planteaba en las negociaciones con el gobierno era: si quieren ustedes que suban las pensiones no puede subir la retribución de los funcionarios. Las prestaciones universales son cada vez más sustituidas por rentas mínimas sujetas a pruebas de necesidad. Las prestaciones de seguridad social dejan paso a prestaciones de asistencia social. El aumento del salario mínimo es simultáneo al acentuado descenso del salario medio. La refamiliarización de la solidaridad gana terreno en muchos países europeos. Por todas partes observamos cómo se avanza hacia una política social de mínimos y una solidaridad entre pobres. Lo que, naturalmente, se traduce en que la minoría más rica se queda con una parte cada vez más grande de la tarta.