La RAE define el sustantivo sueño en los siguientes términos: “discurrir fantásticamente y dar por cierto y seguro lo que no lo es”. Forma parte de la naturaleza humana soñar como lo hacía Segismundo en un fragmento de uno de los soliloquios más conocidos de Calderón de la Barca: “… ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Y los sueños efectivamente, sueños son, pero en muchas ocasiones esconden el drama de la injusticia y la desigualdad social y de la terrible situación de hombres, mujeres y niños que por el azar de la vida se instalan desde su nacimiento en la miseria. Vivimos tiempos convulsos, en donde millones de personas en éste nuestro pequeño gran mundo, sueñan con reiniciar sus vidas lejos de la nada, del hambre, de las guerras y de la falta de horizontes vitales, aun a riesgo de perder en el intento sus vidas.
Los datos no dejan lugar a dudas, en 2014 tan solo en la Unión Europea el aluvión de inmigrantes irregulares batió un record histórico con 270.000 personas, lo que supuso un crecimiento de un porcentaje próximo al 60% respecto a 2013, a gran distancia de los 140.000 anuales que se produjeron durante la primavera árabe de 2011. Las zonas de procedencia son fundamentalmente el norte de África y Oriente Próximo, con el conflicto de Siria como punta de lanza. Italia es el principal destino de los refugiados sirios y del África subsahariana, en buena parte de las ocasiones, procedentes de las costas de Libia. Según la Agencia de Control de Fronteras Exteriores (Frontex) en 2014 alcanzaron las costas italianas una cifra próxima a las 170.000 personas, una cantidad similar a los que llegaron a toda la UE en 2013. El Mediterráneo Oriental, la frontera con Grecia y Turquía, los Balcanes y, con menor intensidad, España son las otras vías más transitadas de entrada.
En 2015 la situación lejos de amortiguarse se ha agravado, enfrentándose Europa a una crisis migratoria, la más grave desde la II Guerra Mundial. De hecho desde enero se han contabilizado 340.000 entradas de forma irregular en el espacio Schengen. En 2015 se han superado todos los récords (especialmente dramático ha resultado el mes de agosto), a consecuencia no sólo de la oleada de conflictos en Oriente Próximo, la presión demográfica en África o la emigración económica de los Balcanes, sino también por el creciente poder de las mafias dedicadas al tráfico de personas y los problemas de la UE para gestionar adecuadamente sus fronteras.
Ante un escenario de emergencia social, la actual presidencia luxemburguesa ha convocado para el próximo 14 de septiembre una reunión extraordinaria de los ministros de Justicia e Interior de los Veintiocho. Entre las propuestas que se están manejando para atajar una situación de tal envergadura está la creación de una política europea común de asilo, la formación de un cuerpo europeo de guardas fronterizos e incluso la elaboración de un listado de países “seguros”, cuyos ciudadanos no tendrían derecho a pedir asilo en la UE.
Los que logran que su “sueño” se convierta en realidad en el “paraíso europeo” y encaran un futuro nuevo, se enfrentan de nuevo a la precariedad en términos vivenciales. Un reciente estudio realizado por la OCDE sobre la integración de los inmigrantes en la Unión Europea es suficientemente ilustrativo (http://www.oecd.org/publications/indicators-of-immigrant-integration-2015-settling-in-9789264234024-en.htm). Demográficamente, el 10% de la población de la Unión Europea (52 millones de personas) había nacido en terceros países (un 30% más que en el año 2000), un porcentaje que previsiblemente irá aumentando en los próximos años, a no ser que se produzca un cambio de tendencia.
Los inmigrantes y los hijos ya nacidos en los países receptores tienen más probabilidades de estar en el paro, vivir en infraviviendas o sentirse discriminados por el Estado. Con datos relativos a 2012-2013 la tasa de paro entre este sector social en la UE era del 16% (según la Encuesta de población activa 2015. Primer trimestre en España asciende al 33,65%, lo que supone 10 puntos porcentuales por encima de diferencia respecto al paro entre los nacionales). Además, sus condiciones laborales son peores, de manera que tienen el doble de posibilidades de ser pobres comparativamente respecto a los trabajadores autóctonos. En España, especialmente para los extranjeros no pertenecientes a la Unión Europea, la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social en 2014 ascendía al 62,7%, seguidos de los extranjeros pertenecientes a la Unión Europea, cuyas circunstancias se ha problematizado también en el año 2014 (45,2%). Finalmente, consignar que el 19% vive en condiciones de hacinamiento, más del doble que entre la población nacional.
Pero las diferencias no se circunscriben a los inmigrantes de primera generación, también entre aquellos de segunda generación, de tal forma que el desempleo juvenil es un 50% mayor entre éstos que entre los jóvenes autóctonos (en nuestro país la tasa de desempleo de jóvenes con padres inmigrantes asciende al 48%) y, consecuentemente, hay una mayor prevalencia de los que no trabajan, ni estudian. En 2013 afectaba a 880.000 jóvenes de origen inmigrante en el conjunto de los países de la Unión Europea.
Uno de los principales resultados del estudio de la OCDE es que, en términos generales, según avanzan los años de residencia en los países receptores, los niveles de integración mejoran. No obstante, se percibe un hecho preocupante que se concreta en que el 10% de los hijos de los inmigrantes se siente discriminado por su origen, una percepción con efectos negativos sobre la cohesión social.
Y retornamos al papel de los sueños en nuestras vidas, a los sueños de los más desfavorecidos y olvidados, que lejos de ser tan solo sueños, deberían materializarse en realidades concretas de futuros certeros. Lo anterior me recuerda las palabras de Martin Luther King: “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”.