En un mundo donde todas las personas sueñan con libertad, seguridad y bienestar, cada vez son más numerosas las fronteras que separan a los ricos de los pobres, ya sean fronteras físicas, con vallas de seis metros con cuchillas, o invisibles pero reales, como las que cada vez separan por la riqueza unos barrios de otros en las ciudades de los países que tienen democracias consolidadas.
Esta realidad es posible por la ocupación del poder político democrático por parte de esta élite minoritaria que antepone sus intereses a los intereses generales de la sociedad. Algunas personas tienden a adjetivar el comportamiento codicioso de las élites de manera negativa y simplista, cuando lo que están haciendo es defender, con un éxito sin precedentes sus intereses de clase, por muy espurios que nos puedan parecer, y por muy graves que sean las consecuencias sociales, políticas, económicas y medioambientales que tengan a corto, medio y largo plazo para la humanidad y para el planeta Tierra.
La pregunta es evidente, si la elite económica y política defiende sus interese sin complejos, ¿por qué la mayoría de los ciudadanos no defiende sus intereses con el fin de conseguir más libertad y equidad? ¿Los ciudadanos nos hemos rendido? ¿Somos sumisos ante el poder? ¿Qué está pasando?
Parte de la respuesta la podemos encontrar en el virus del individualismo que los neoliberales han sabido inocular en nuestras sociedades, junto con una atomización de las personas convertidas en meros consumidores mientras se va arrinconando el concepto de ciudadanía y de reivindicación colectiva. Han conseguido que la gente que más lo necesita no se interese por la política, cuando es la política y su participación en ella la que puede hacer cambiar sus vidas. Y lo han conseguido, al tiempo que ellos se centran en la política para poder lograr sus propósitos.
La situación está llegando al punto de no retorno, donde de no corregirse, la siguiente víctima de la codicia serán la democracia, la libertad y la seguridad. La Democracia que será sustituida por una Oligarquía, donde sin tapujos manda la minoría rica, sin que el resto, las clases medias empobrecidas y los pobres, tengan acceso al poder. La libertad, porque solo podrá ser efectiva para el que tenga poder de consumir. Y la seguridad, que primero se materializa en angustia vital por la subsistencia, y después, cuando ya no se tiene nada que perder, en revueltas sociales.
No caben más engaños a uno mismo. Los ciudadanos no pueden seguir picando en el anzuelo de la remota posibilidad de mejora económica individual, como excusa para no participar en política. Y más en una política que tenga como objetivo central a las personas, a la equidad y a la libertad. Hay que recomponer y redefinir el Pacto Social para que exista convivencia y bienestar para todos.
Ya se ha demostrado que la desigualdad perjudica hasta el crecimiento económico de las sociedades. El problema es que hasta eso les da igual a las élites económicas y políticas, mientras el trozo de la tarta que se lleven ellos sea mayor. Frente a la ruptura social, está el avance democrático, con políticas concretas, con Gobiernos al servicio de los ciudadanos y con la determinación clara de que la democracia ha de entrar y asentarse en la economía para que el bienestar llegue a todos las personas del Planeta.
Depende de ti, y no hay excusas.