Forma parte de la naturaleza humana interesarse por las actividades de sus semejantes, también nos revelamos como especie socio-cultural por nuestra curiosidad. Nuestra curiosidad posiblemente haya sido uno de los factores dinamizadores de las sociedades humanas y nos ha permitido llegar al estadio de desarrollo en el que nos encontramos e ir alcanzando nuevos retos. Pero la curiosidad desde la perspectiva del hombre, como sujeto que forma parte de su realidad más inmediata, puede tener un acepción diferente, tal como recoge la Real Academia Española cuando define la curiosidad como el “deseo de saber o averiguar alguien lo que no le concierne” o el “vicio que lleva a alguien a inquirir lo que no debiera importarle”.
La prensa rosa cumple el papel de satisfacer este deseo o vicio inconfesable, no en vano no es habitual que alguien declare abiertamente que sigue estas noticias, aunque sea casi imposible sustraerse a la actualidad rosa, por el incesante bombardeo televisivo de primicias de este cariz. También cumple la función social de contrarrestar la negatividad que hay en nuestras vidas, máxime en tiempos difíciles como el actual, al permitirnos sumergirnos en vidas exitosas y exentas aparentemente de problemas. Y nos enfrenta al mundo de las pasiones, de los amores rotos, de las infidelidades, del odio, de la venganza, de la bajeza, … desde la comodidad y el amparo de nuestro hogar. Ya no somos los únicos con dificultades, con tristezas, parafraseando el título de una famosa telenovela latinoamericana “los ricos también lloran” y puede ser que estas noticias reconforten y hasta contribuyan a favorecer el orden social.
Pero hay diversas prensas rosas, desde las más respetuosas en el tratamiento de los temas y de los personajes, hasta las más agresivas y bruscas. En los últimos años, ha ido ganando terreno, especialmente visible en las televisiones, el periodismo rosa ruin, la telebasura, que mucho más allá de satisfacer la curiosidad humana por saber de la vida de los demás, se ha instalado en el morbo y en encumbrar a ídolos de masas a personas, que no han destacado ni por méritos de especial relevancia, ni por ser grandes artistas, deportistas o toreros, ni porque el azar de la naturaleza les haya hecho nacer en una familia Real o Noble. Se instalan y desenvuelven con soltura en el embuste, la falacia, el engaño y “viven del cuento”, parasitando en una sociedad enloquecida que consume falsificaciones y mentiras.
El tratamiento con el que se abordan los temas nos recuerda la crónica negra, tan popular en nuestro país a lo largo del siglo XX en la prensa escrita. Pero lo escabroso sigue ocupando cuotas informativas destacables, así lo demuestran las secciones y monografías en prensa escrita y en televisión dedicadas a narrar asesinatos, sucesos delictivos, etc. En ocasiones, la crónica negra se entremezcla con la rosa, ofreciendo resultados que pueden producir cierto vértigo vital en nuestro estado de ánimo. De hecho, corazón versus sucesos son un binomio exitoso, que la mayor parte de la prensa escrita y especialmente de las cadenas televisivas explotan para garantizar cuotas elevadas de audiencia.
Tiene gravedad que la prensa del corazón traspase los límites del derecho a la información veraz, al honor, a la propia imagen, a la libertad de expresión, a la privacidad y a la protección a la juventud y a la infancia (de hecho, hay ya sentencias condenatorias en este sentido) Y, más todavía, el modelo de relaciones personales que se está inculcando a las jóvenes generaciones y a los niños, que están siendo socializados en la cotidianidad de la curiosidad morbosa y en la idea de que todo tiene un precio, incluso los sentimientos, desde los más nobles a los más miserables.
En este circo mediático, del que forman parte tanto los periodistas, como los comentaristas del corazón, como los personajes involucrados y hasta los propios ciudadanos adictos a estos programas, todo se consume, deglute, tritura y recicla. Es un gran negocio, con reglas difusas, que se justifica por la supuesta existencia de una fuerte demanda social hacia la información rosa.
Si William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, considerados los padres del periodismo amarillista, pudieran ver el sensacionalismo con el que se tratan estas noticias tendrían sentimientos encontrados, por un lado pensarían que la historia les dio la razón y por otra no alcanzarían a entenderlo.