Más allá de los factores genéticos y biológicos (estructura del cerebro, función neuroquímica alterada, etc.), los condicionamientos sociales cobran especial relieve. Si la enfermedad mental era asociada hasta hace pocos años en España a personas mayores, que eran internadas en hospitales psiquiátricos (manicomios, según la denominación de la época) y, en consecuencia, su situación se invisibilizada, en estos momentos afecta tanto a niños, como a jóvenes, a adultos y a personas mayores. Además, desde el año 1985, fecha en la que tiene lugar la desinstitucionalización de los hospitales psiquiátricos, muchos de ellos deben ser atendidos por sus familias, con derivaciones como que entre las personas “sin hogar” más del 10% padecen algún tipo de enfermedad mental.
En concreto hay dos problemas mentales concretos, que están vinculados a nuestro momento histórico y que tienen una evidente etiología social: el trastorno de atención con hiperactividad y la depresión clínica,
Si hasta hace una década algunos niños especialmente activos y revoltosos eran considerados conflictivos y la mayoría caían en el fracaso escolar, en estos momentos son diagnosticados de trastorno de atención con hiperactividad (TDAH) y medicados adecuadamente. En los últimos años su presencia entre la población infantil-juvenil ha subido del 4%-6%, al 10-20% en la actualidad. Es posible que la mejora de las pruebas diagnósticas hayan contribuido en este sentido, pero también es factible que realmente existan más casos, o incluso que se diagnostique en exceso. La realidad es que se trata de un problema creciente, que en términos sociológicos podría interpretarse como una consecuencia de la naturaleza de algunos de los procesos de socialización de los niños y jóvenes de nuestros días y de otros factores de influencia cultural y social. Muchos han vivido desde su nacimiento el stress y las prisas de sus padres y en algunos casos se han convertido en “niños/jóvenes agenda”, debido a la gran cantidad de actividades extraescolares que realizan para tenerlos ocupados tras su jornada escolar y no estar solos en casa o en “niños/jóvenes llave”, cuando se cuelgan las llaves de sus casas y tienen independencia de sus familias. Sea como fuere resulta llamativa la alta incidencia de este trastorno, debiéndose promover campañas preventivas que alcancen al conjunto de la población infantil-juvenil, ser más atinados en los diagnósticos, evitando y logrando que el hecho de que haber nacido en un entorno social u otro sea un factor exclusógeno a la hora recibir atención y tratamiento.
La depresión clínica, por su parte, puede ser como una de “las epidemias del siglo XXI” especialmente en los países más desarrollados. En España 6 de cada 10 personas la sufren y unas ciento veinte millones en el mundo. Además, se estima que para el año 2020 será la segunda causa más frecuente de invalidez en las sociedades avanzadas. Como en el caso del TDAH puede tener un origen biológico, genético, cognitivo, situacional o derivarse de la interrelación entre diversos factores. La padecen especialmente las personas mayores de 65 años y aunque puede ser tratada médicamente (los antidepresivos son el tercer tipo de medicamentos más vendidos en países como el nuestro) e incluso curada (el 75% de los enfermos responden positivamente a los tratamientos, a pesar de que 15 de cada 100 pacientes mueren por suicidio), en algunos casos deviene en una patología crónica, que conlleva un notable sufrimiento personal y familiar, así como altos costes sanitarios (en la Unión Europea el gasto derivado por esta situación es de 161.000 millones de euros cada año), y laborales (se calcula que la mitad de las bajas laborales en nuestro país se deben a la depresión). En el último año, como consecuencia de la crisis económica en España han aumentado los casos diagnosticados, observándose un incremento de los pacientes atendidos por esta causa en las consultas psiquiátricas y en los centros de Atención Primaria. ¿Qué hacer ante esta evolución?. Debería avanzarse en la eficacia de los diagnósticos, ofrecer a los enfermos los mejores y más avanzados tratamientos (no exclusivamente medicándolos), asesorar y apoyar mejor a las familias de los afectados y, en general, promover políticas sanitarias que prioricen el cuidado de la salud mental de los ciudadanos.
Pero especialmente habría que meditar por qué en las sociedades actuales los trastornos y patologías mentales están aumentado, a la par que los riesgos que conlleva vivir al albur de inestabilidades e incertidumbres. ¿Será que las generaciones actuales no hemos sido socializadas en la contingencia?, o quizá será que vivamos en un mundo desbocado, tal como apunta Anthony Giddens, y una de sus consecuencias es que podamos llegar a perder el rumbo de nuestras vidas. Esperemos que no sea así….