Una enfermedad de la modernidad tardía, una pandemia que ha asolado el mundo y de la que no se conoce con certeza su origen, pero sí las vías de transmisión. Lo que también sabemos es que desde los años ochenta del siglo XX, que es cuando se detectan los primeros casos entre la comunidad homosexual de San Francisco, hasta la fecha han fallecido en el mundo por su causa aproximadamente cincuenta millones de personas.

El SIDA es la enfermedad de los estigmatizados, de los más pobres y desamparados, una especie de maldición bíblica, que ha diezmado a la población africana y es, en cierto sentido, la responsable de la caída de la esperanza media de vida en este continente. También en Asia y en el Pacífico es un rostro terrible con el que conviven diariamente muchos seres humanos. Pero asombrosamente sólo cuatro millones de personas reciben fármacos para luchar contra esta enfermedad, en su mayor parte en los países más desarrollados, mientras que otros cinco millones, fundamentalmente en el Tercer Mundo, necesitan con urgencia ser tratadas, según se desprende de un reciente informe de Naciones Unidas.

¿Por qué no están siendo debidamente atendidas estas personas? Hay razones relacionadas con las prioridades del sistema mundial, con los déficits de las políticas sanitarias globales y sectoriales y con la ineficacia de las medidas preventivas de lucha contra esta enfermedad (no en vano por cada dos personas que reciben tratamiento en el mundo, hay cinco nuevas infecciones). También existen intereses económicos espúreos de grandes lobbies farmacéuticos, de grupos de poder, que en mor de la rentabilidad económica impiden el acceso a los retrovirales a los ciudadanos más humildes del Planeta.

La llegada a la presidencia de los Estados Unidos de Barack Obama puede ser positiva en esta cuestión, en la medida que ha hecho de la lucha contra el VIH/SIDA una piedra angular de su política exterior. También es esperanzadora la noticia con la que abríamos estas líneas y más lo es todavía que la vacuna preventiva, según las estimaciones realizadas por los expertos en un reciente estudio del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales, estará disponible en unos treinta años. De ser así esta enfermedad autoinmune podría ser erradicada, pero realmente ¿lo será…? Para lograr tal objetivo es necesario que luchemos en favor de un mundo más igualitario. El SIDA está resultando mucho más que un pequeño retrovirus letal, es una lacra social que se ha ensañado con los desfavorecidos y que debe ser acometida desde la ciencia, pero también desde la iniciativa política y la sensibilidad ciudadana. De no hacerlo seremos todos corresponsables.