Los números ejercen como identidad, como referencia y como autoridad. Los números mandan. Los españoles hemos soñado estas navidades con el 13 que repartió millones en el barrio madrileño de Ciudad Lineal. Los debates sobre economía han quedado reducidos a previsiones en torno a las cifras de crecimiento del PIB, de la evolución del IBEX 35 o del diferencial con el bono alemán.

El análisis político se circunscribe ya a medir la diferencia en las expectativas de voto que las encuestas ofrecen para PSOE y PP. Si hay algo por discutir se limita a los 67 años de la jubilación (como Alemania), a los 300.000 del ala que quieren seguir cobrando los controladores, o a los 800 asesinatos de ETA.

La serie cinematográfica de mayor éxito basa su trama en 4-8-15-16-23-42. El triunfo de una película o de una canción se mide sobre los oscars, los goyas o los grammys logrados. Y ya no hay más mérito válido para un deportista que superar la marca o el récord de otro deportista, en goles, en canastas o en milésimas de segundo, con o sin transfusión sanguínea.

Hoy el número es el tótem de nuestra época. Ejerce de progenitor, de inspiración, de deidad. En la sociedad ya no hay explotadores y explotados, ricos y marginados. Ahora hay millonarios, mileuristas y ni-nis, que representan algo parecido al número cero.

En la política ya no parece haber izquierdas ni derechas. Ahora tenemos mayorías y minorías intercambiables, y el juego parlamentario es pura aritmética. Los programas son sucesiones de números asexuados. ¿Y cuál es el objetivo común para todos los programas? El 3. El 3% de déficit. En 2013.

Hasta cuando relatamos nuestros buenos propósitos para el nuevo año adoramos al monstruo. Perder 5 kilos. Hacerme 80 flexiones diarias. Conseguir la TV de 42 pulgadas y la cámara de 6 megapixeles. Que me rebajen la hipoteca hasta el euribor más 1,5, y que me suban la rentabilidad del depósito hasta el 4,2. Que la media de mi hijo en el instituto no baje del 7,5…

Es cierto que de vez en cuando algún número nos estalla en la cara y consigue rescatarnos de la hipnosis numérica cotidiana. A mí me ha ocurrido en este comienzo de año con dos.

Primero fue el 22. He escuchado que hay 22 españoles en lista de espera para donar un riñón a un receptor anónimo. Es decir (esto hay que explicarlo), que 22 personas han decidido arriesgar su salud y su vida para ofrecer salud y vida a un semejante al que ni tan siquiera conocen.

El segundo número que me ha impactado es el 1.190. Es el número de millones de euros que el Royal Bank of Scotland va a repartir entre sus directivos en forma de “bonus”. Es decir (esto también hay que explicarlo), el banco de Escocia, reflotado hace dos años con dinero público, va a distribuir en este año 1.190 millones entre los brokers que obtengan los mejores resultados en operaciones especulativas como las que dieron lugar a la crisis vigente.

Algo parecido me ocurrió con las 980 camas hospitalarias que gestiona Médicos Sin Fronteras en Haití, frente al 90% de los fondos aún pendientes de invertir por los gobiernos del mundo en la ayuda humanitaria a los haitianos.

También me ha pasado con las 3 horas de promedio diario que los voluntarios dedican en los hospitales de Madrid para acompañar a los pacientes en soledad, frente a las 3 horas de promedio diario que los espectadores de Gran Hermano 24h dedican a contemplar a esos personajes incalificables.

Finalmente, en estas vacaciones me han impresionado las 32 páginas de un libro escrito por Stéphane Hessel que a sus 92 años, algunos de ellos en un campo nazi de exterminio, nos insta al desperezo y a la indignación.

Son todas cifras del mismo tiempo y del mismo sistema numérico. Sin embargo parecen sacados de planetas distintos.

Quizás los valores estén gastados. Y puede que escaseen las ideas. Pero debemos esforzarnos para que los números no nos nublen la razón y el ánimo.

Que la exactitud aparente de los números no nos esconda la verdad de las cosas. Que la frialdad de los números no nos haga insensibles ante la alegría o el sufrimiento de las personas. Que la borrachera de los números no nos impida distinguir lo que está bien de lo que está mal. Que el baile de los números no anestesie nuestra capacidad para volver a indignarnos, para soñar y para aspirar a un mundo mejor. Por favor.