En estos días se ha hablado mucho de Italia y de que por fin su Gobierno está dispuesto a aplicar las reformas prometidas por Renzi para satisfacer las exigencias de la Troika. Como es sabido, la reacción de los italianos no fue precisamente de complacencia cuando conocieron el tipo de recortes que se anunciaban. Hubo amplias manifestaciones en la calle y también una huelga general contra una de las reformas más emblemáticas de las recomendadas por la señora Merkel y sus correligionarios. Me refiero a la reforma laboral, siempre orientada a la rebaja de los salarios, a multiplicar el poder de las empresas sobre sus trabajadores o a recortar o eliminar derechos sociales y laborales.
Las loas por el cumplimiento de las recetas de la austeridad coinciden con el debate de ámbito planetario derivado de la campaña previa y la posterior victoria de Siryza en Grecia. Victoria que representa la rebelión de un pueblo contra los designios de los valedores de los recortes, y que abre una perspectiva de cambios en la sociedad, no sólo de la griega, cuyo alcance político podría llegar a ser espectacular. De ahí que, pese a la modesta posición de Grecia en la Unión Europea, se le haya dado tanta trascendencia a estas elecciones.
Uno de los fenómenos que se preveían desde tiempo atrás ha sido la confirmación del tránsito del PASOK de ser un partido de mayorías absolutas a convertirse hoy en casi extraparlamentario. Era la crónica de una muerte anunciada desde que aceptó participar con la derecha en la aplicación de unos recortes que han llevado a Grecia a un retroceso histórico en lo económico, social y laboral.
En este contexto, y con tales antecedentes, los medios de comunicación nos han recordado las palabras que pronunció el Ministro de Economía y Finanzas de Italia, Pier Carlo Padoan, según el cual la huelga anunciada por los sindicatos era “la señal de que vamos en la dirección correcta”. Tan insólita provocación dice mucho de la catadura de alguno de los miembros de un Gobierno que se dice de izquierdas, y aunque a su partido le fuera bien en las últimas elecciones hay experiencias de que declaraciones y medidas contra trabajadores y sindicatos promovidas por gobiernos que otrora les fueron afines terminan tarde o temprano pasándoles factura. La expresión política del descontento popular la representa en Italia el movimiento Cinco Estrellas liderado por Beppe Grillo. El partido socialista hizo en su día cuanto pudo para terminar desapareciendo. Veremos si con ministros como Padoan podrá Renzi completar la legislatura. Un partido que en la práctica reniega de su base social fundamental y menosprecia el sustrato ideológico con que esa base le venía identificando, es un partido a la deriva.
Volviendo la mirada hacia Francia está por ver cómo repercutirá en el futuro del partido socialista el giro copernicano dado por Hollande al programa con que se presentó a las elecciones e inició la legislatura. De momento se sabe que el grado de confianza que inspira está por los suelos. Por otra parte, el sesgo político e ideológico que rezuma su Primer Ministro, señor Valls, a quien le parece indeseable la palabra socialismo, podría significar una gran aportación para perder no sólo el prestigio sino el poder.
De España poco puede decirse que no se sepa. Falta conocer qué terminará resultando tras la irrupción de Podemos, pero cabe deducir que a este partido le puede ir bastante bien, entre otras razones porque los demás y la pléyade de tertulianos que los merodea parece que se han conjurado para hacerle propaganda. Es como si no se hubiesen enterado que el éxito de Podemos le viene de haber acertado a convertirse en receptor del cabreo nacional y de las decepciones con los partidos tradicionales, y no por ofrecer programas solventes o alternativas creíbles de gobierno. En la medida que los demás partidos tratan de desacreditarle se refuerza entre los seguidores de Podemos la idea de su influencia y de su utilidad para “castigarles”. Sea como fuere, parece que las perspectivas para el PSOE no son muy alentadoras. El callejón en el que le metió Zapatero tiene mala salida.
Hacer este somero repaso del panorama circundante no sirve para mucho más que para subrayar alguna de las causas por las que, al menos en el sur de Europa, los partidos socialistas y socialdemócratas corren el riesgo de terminar jugando un papel secundario en el escenario político. Y, quizás, sirva también para tomar nota de algunas enseñanzas de cara a intentar cambiar el actual rumbo de los acontecimientos. No se trata sólo de constatar que ha faltado capacidad para articular una alternativa creíble y diferenciada de la política aplicada por la derecha, sino de darse cuenta que ha faltado inteligencia para al menos no aparecer como cómplices de esa política.