Por ejemplo, si hubiera ganado el SI a la independencia, el Partido Laborista habría perdido uno de sus feudos más importantes, haciendo difícil que en el futuro pudiera tener mayoría en la Cámara de los Comunes. En este sentido, no faltan los que sostienen que algunos estrategas del Partido Conservador han tenido muy presente este hecho en el planteamiento del referéndum escocés. Así, tanto si ganaba el SI, como si lo hacía el NO, los conservadores reforzaban sus posibilidades de mantenerse como fuerza electoral mayoritaria en Westminster.

La psicosis creada por unas encuestas que pronosticaban resultados muy ajustados en el tramo final de la campaña arrastró a los laboristas a realizar un esfuerzo especial en los últimos días, al tiempo que rubricaron un compromiso solemne con los conservadores y los liberal-demócratas para avanzar hacia una estructura político-administrativa más federalizada.

El protagonismo activista que desarrollaron en la campaña el ex Premier laborista (y escocés), Gordon Brown y el actual líder laborista, Ed Milliband –que llegó a ser insultado y vejado en un mercado–, fijaron la imagen de un partido laborista especialmente comprometido con el unionismo en su principal feudo electoral. Pese a lo cual no lograron que en uno de sus territorios emblemáticos como Glasgow ganara el NO. De esta manera, el laborismo ha quedado fuertemente confrontado con un 45% del electorado escocés. Lo que, sin duda, se hará notar en las próximas elecciones legislativas.

Pero, el problema principal para los laboristas en particular, y para las políticas sociales en general, va a venir no solo de su eventual debilitamiento electoral en Escocia, sino, sobre todo, del proyecto de federalización política –y de compartimentalización electoral– que David Cameron se ha precipitado a anunciar a bombo y platillo nada más conocerse los resultados del referéndum.

Con esta federalización compartimentalizadora, los conservadores ven realizado su viejo sueño de anclar en sus feudos tradicionales a los laboristas, mientras ellos pueden hacer valer políticamente –y traducir dilatadamente– su hegemonía en el territorio madre, donde son mayoritarios, y donde se podrán ventilar en el futuro las cuestiones económico-sociales centrales, sin la presión de los laboristas.

Es decir, por la vía emprendida, los conservadores consolidarán su fuerza política en el núcleo central de Inglaterra, donde vive más del 80% de la población del Reino Unido y donde se residencian los núcleos de poder y los grandes intereses económicos que a ellos más les interesan. Y les conciernen.

Si los conservadores logran enfeudar a parte de los electorados de los territorios que les son menos favorables y si logran aliviar la presión a favor de un Estado más central y más fuerte y, por lo tanto, más adecuado y eficaz para poder desarrollar políticas públicas, habrán logrado condicionar de manera sustantiva el futuro político-electoral del actual Reino Unido.

No obstante, como a veces ocurre con algunas operaciones políticas de diseño, les puede salir el tiro por la culata a su sueño hegemonista, si los antieuropeístas y superconservadores del UKIP se aprovechan de la nueva situación para mejorar decisivamente su representación política. En cuyo caso, Cameron y sus estrategas de salón, al final, le habrían hecho el juego al derechismo más rancio y nacionalista. ¿Qué dirán entonces los aprendices de brujo? Habrá que estar atentos, pues, a lo que ocurra en las próximas semanas.