Las zonas costeras albergan en la actualidad la mayor parte de la población mundial, se estima que el 70% de la población mundial se concentra en la estrecha franja litoral. Por otra parte, hay que añadir el hecho de que la mayoría de los turistas eligen la costa para sus vacaciones, por lo que la presión ejercida sobre esta delicada franja ha hecho que los ecosistemas y hábitats en ella presentes se hayan degradado a gran velocidad. En el caso de España, el 44% de la población vive en municipios costeros que apenas representan el 7% del territorio, a lo que hay que unir la masiva afluencia de turistas, el 80 % de los turistas españoles eligen la costa para sus vacaciones.

A pesar de las dificultades conceptuales y metodológicas al analizar los impactos, debido a que en la mayoría de los casos se basan sólo en estudios socio-económicos, se puede decir que éstos son generalmente beneficiosos, sobre todo a corto plazo. Entre ellos estarían la creación de empleos y el incremento de los ingresos provenientes de este sector, mientras que los socio-culturales y ambientales son mayoritariamente perjudiciales para los destinos turísticos, póngase como ejemplo la degradación de hábitats naturales, la sobreexplotación de recursos, la fragmentación de ecosistemas, la pérdida de identidad y la pérdida de autenticidad en las tradiciones y costumbres de los núcleos de población afectada, además de la aparición de un incremento de las diferencias sociales entre la población local y los turistas.

Esto último lo podemos ver fundamentalmente en complejos turísticos costeros cerrados que albergan campos de golf, urbanizaciones, hoteles, comercios…, realizados en pequeños núcleos urbanos, en los que con una pulserita en la muñeca te posibilitan unas vacaciones sin que necesariamente debas tener contacto alguno con la población local. En la mayoría de los casos, la población de estas pequeñas localidades costeras triplican su población en época estival. Esta situación altera notablemente el hábitat del municipio, los servicios de transporte, el suelo, los recursos energéticos e hídricos, las plantas de tratamiento de las aguas residuales, mientras que los beneficios económicos en la mayoría de los casos quedan repartidos en pocas manos.

Podría poner como ejemplo de lo citado anteriormente el caso de una publicidad turística de una empresa estadounidense que promocionaba un fin de semana en una ciudad costera de Baja California (México), en la que entre los principales atractivos para los turistas citaba el libre consumo de alcohol o la compra de viagra, obviando los innumerables atractivos socio-culturales, medioambientales y gastronómicos de la zona. La empresa en cuestión vendía paquetes de fines de semana en los que los turistas llegaban a la ciudad tras un crucero el sábado por la mañana y a partir de ese mismo momento la zona turística del municipio costero era tomada por turistas, los cuales en cuestión de horas podían beber litros de alcohol, comprar viagra o algún que otro souvenir antes de volver a dormir al barco. Esto ha creado innumerables consecuencias en municipios costeros que, como éste, poco a poco han ido perdiendo señas de identidad propia, o cómo han pasado de vender productos artesanos a vender objetos “made in China” más fáciles de vender a los turistas, o cómo ha aumentado la prostitución, por ejemplo. Sin irnos tan lejos, podríamos citar el caso de complejos turísticos por todos conocidos situados en el levante español, en los que debido a la urbanización descontrolada de la línea costera los ecosistemas se han alterado profundamente: paisajes únicos como las dunas arenosas se han perdido, convirtiéndose en segundas residencias pertenecientes, en muchos casos, a jubilados del norte de Europa. El matorral costero autóctono se ha sustituido por especies exóticas; se incrementan de desechos industriales y urbanos; un habitante promedio español consume 250 litros de agua promedio, mientras que un turista 880 litros (piscinas, campo de golf, etc).

Los destinos turísticos tienen un límite en volumen e intensidad de desarrollo turístico por encima del cual se vuelven insostenibles y caen. “La llamada capacidad de carga de un destino turístico es el máximo uso que se puede obtener de él sin que se causen efectos negativos sobre sus propios recursos biológicos, sin reducir la satisfacción de los visitantes, o sin que se produzca un efecto adverso sobre la sociedad receptora, la economía o la cultura del área” .(OMT,1998)

Una actividad turística sostenible debería regirse por una planificación integrada basada en objetivos económicos, socio-culturales y ambientales, la utilización de capacidad de carga u otras técnicas para cuantificar las limitaciones de los recursos turísticos, la toma de decisiones transparente y participativa, además de instrumentos muchas veces voluntarios, como la Ecotasa e instrumentos legales y operativos que contribuyan a la mejora de la calidad de vida y el mejor uso y aprovechamiento de los recursos naturales. Debe contribuir, por consiguiente, a la búsqueda de la equidad social, la compatibilidad ecológica, la coherencia espacial y la permanencia en el tiempo de los recursos.