Un segundo aspecto a considerar es que, en España, se ha venido produciendo una sobreoferta hotelera y de alojamientos reglados y no reglados, sobre un sector que ha evolucionado hacia el turismo de masas de una forma desordenada y sin predominio de la calidad sobre la cantidad (pueden verse en este sentido los informes elaborados por EXCELTUR al respecto y disponibles en su web). Dicho proceso se genera fundamentalmente asociado a la burbuja especulativa 1998-2008, en lo que atañe, aunque no sólo, a la oferta de apartamentos reglados y no reglados. El resultado es que grado de ocupación del sector hotelero en España no se puede considerar muy elevado, algo por encima del 50% en 2012; o lo que es lo mismo, cerca de la mitad de la capacidad de alojamiento existente en España ha permanecido vacante como media en el año 2012.
Lo que ha llevado a que el aumento necesario de la demanda para mantener unos índices de ocupación sostenibles, haya tenido que basarse en un continuo descenso en los precios de la oferta, prácticamente a lo largo de todo el siglo XXI, que se incrementa entre 2008 y junio de 2013, hasta situarse en el 6,7% de caída en términos corrientes entre esas dos fechas. En el último año (junio 2012 a junio 2013) el descenso es pequeño (-0,1% en términos corrientes) con descensos muy importantes en el interior español e incrementos sólo para las islas (del orden del +2,5% en Baleares y Canarias), Cataluña (+1,3%) y País Vasco (+0,2%); valores todos ellos que, en términos reales, implican también descensos de precios.
La demanda turística está muy directamente ligada a la situación económica de los países emisores. De 2001 a 2003 las crisis europeas de los mercados de la demanda turística tradicional española llevaron a una caída de la producción turística respecto al PIB global español. De 2003 a 2007, superadas esas crisis, ambos evolucionan de forma paralela, hasta que en 2007 el inicio de la crisis global hace caer todas las demandas y, por supuesto, también la turística a valores mínimos en 2009. Desde entonces hay en España un mejor repunte de la producción turística que el PIB global, hasta 2012, donde las drásticas medidas económicas llevadas a cabo redujeron muy fuertemente la capacidad de consumo de las familias españolas. El repunte que se produce de la producción turística en el segundo trimestre de 2013 está asociado al crecimiento de la demanda extranjera, medida a través del incremento de sus pernoctaciones totales, y a un cierto freno en la caída de la demanda nacional.
Tras el record de visitantes extranjeros de 2007, con una cifra cercana a los 60 millones, se registran sucesivas caídas en este turismo hasta 2010, con una tendencia a disminuir la estancia media en hoteles, en parte ligada al repunte del turismo urbano hacia las ciudades y a la potenciación del motivo negocios (ambos de menor estancia media), junto a un incremento de la estacionalidad en el turismo costero; si bien la estacionalidad global, según el Instituto de Estudios del Turismo, seguía una tendencia al descenso, tanto para los turistas extranjeros como para los nacionales, dada la multiplicación de destinos y motivos de viaje que se produjo desde 1999. La debilidad de los ingresos por turismo extranjero va a tener su inmediato reflejo en la caída de los ingresos reales asociados a este turismo y a sus efectos en la balanza de pagos, que se revierte con el cambio en la tendencia que se aprecia en el segundo trimestre de 2012.
Cambio de tendencias e ingresos que no son indiferentes a la inseguridad en países competidores del turismo español, afectados por las “primaveras árabes”, y a su incidencia sobre algunos de los países (Turquía, Egipto, Chipre, Marruecos y Croacia ) que estaban atrayendo el turismo de Gran Bretaña y Alemania, origen mayoritario del turismo tradicional español.
En las últimas tres décadas, el liderazgo de España en los mercados internacionales se ha basado en promover un turismo de masas asociado al atractivo del “sol y playa”, y con precios relativos internacionales del paquete turístico cercanos a los costes de producción, y no internalizador de los costes externos generados sobre el territorio o sobre el proceso de calentamiento global registrado en el planeta por los viajes y consumos extras aplicables al turismo. A lo largo de los años setenta y ochenta, los reducidos precios relativos (bajos coste de vida, salariales y de inputs que se corregían periódicamente con la devaluación de la peseta) multiplicaron las cifras de turistas. En la década de los noventa, y hasta la entrada en vigor del euro, a los aspectos anteriores se les unía la inestabilidad política y militar de los países potencialmente competidores del Mediterráneo oriental. Desde mediados de la primera década del presente siglo, las ventajas económicas comparativas habían ido desapareciendo, y la mayor estabilidad en el oriente Mediterráneo estaba recuperando competitividad para esta zona y atrayendo cuotas del mercado turístico con anterior destino en España. Tras la crisis y la reforma laboral de 2012 los menores costes de producción y la inseguridad en algunos de estos países (Turquía y Egipto, sobre todo), junto con la mejora económica de los dos principales mercados para España (el británico y el alemán) y la continuada pujanza de mercados de mayor gasto, como el ruso y el nórdico, han vuelto a propiciar un repunte de las entradas extranjeras en España. Entradas que no favorecen por igual a todos los territorios.
Un aspecto adicional a considerar es la estacionalidad de estos viajes, con un pico muy importante en agosto y valores medios muy reducidos en el invierno, que explican en gran parte el bajo grado de ocupación medio anual de las plazas de alojamiento existentes. Y una variable adicional, muy directamente ligada a la aportación que realiza el turismo a la economía, es la estancia media de cada turista. La media en España no llega a los tres días y medio, con valores extremos máximos en las islas (supera los siete días en Canarias y los seis en las Baleares) pero con valores mínimos (que no llegan a los dos días) en todas las regiones interiores más el País Vasco.
Un indicador básico de la posible incidencia del sector turístico en la economía territorial es el número de pernoctaciones totales registradas y su tipología, teniendo también relevancia las pernoctaciones respecto a la población regional, ya que ello nos permite ver la incidencia real que el turismo tiene sobre el total del territorio: consumo de recursos, uso del espacio urbano y natural, generación de residuos, tráfico, contaminación, etc. Respecto a estas cifras hay que señalar que el número de pernoctaciones está altamente correlacionado con la oferta de alojamiento y con los atractivos/gestión de dicha oferta, concentrándose aquellas en las zonas turísticas tradicionales ligadas al turismo de sol y playa, salvo en el caso de las grandes ciudades o de los hitos culturales, en los que el turismo cultural o los viajes de negocios tienen una cierta incidencia (caso de Madrid, fundamentalmente, pero que también tiene importancia en las provincias del País Vasco, en Valencia, Granada, Sevilla o Toledo, por ejemplo).
La presión del turismo sobre el territorio es máxima en los archipiélagos (los niveles máximos se producen en las Illes Baleares y las provincias canarias) y en algunas provincias del litoral (Girona y Tarragona). Sin embargo, hasta el inicio de la crisis, en 2008, prácticamente en casi todas las provincias españolas de mayor atracción y potenciales turísticos, el mayor crecimiento de la población residente que las pernoctaciones, estaba llevando a caídas en el indicador de presión-potencial definido, e incluso en provincias como las Illes Balears, Girona o Las Palmas, en determinados períodos estaban registrando caídas en el número total de pernoctaciones. Por el contrario, el número de pernoctaciones por habitante se incrementaba en provincias del interior (el auge del turismo rural propiciaba este crecimiento, al que contribuía en algunos casos el pobre dinamismo demográfico de los residentes) y en determinadas zonas del litoral con menor desarrollo turístico (Costa de la Luz -Huelva y Cádiz-, Costa Dorada -Tarragona y el litoral valenciano- Castellón y Valencia). Lo que implicaba una difusión de la presión turística hacia otros espacios costeros y continentales distintos a los más tradicionales, aspecto indudablemente positivo desde la perspectiva de la difusión de los efectos turísticos sobre España.
Y es importante señalar la creciente importancia que estaba teniendo el turismo urbano (véase el Monitor de 2012 sobre la competitividad en el turismo urbano de EXCELTUR) que se sitúa por encima del 25% y con perspectivas, en principio crecientes. Una información complementaria referida a la evolución de este turismo urbano en los primeros cinco meses de 2013 respecto a la situación de 2012, muestra que las urbes con mejor gobernanza, que cuentan con unos Ayuntamientos que han situado al turismo entre sus prioridades organizativas, presupuestarias, de agilidad de gestión, así como desarrollando portales que permiten al cliente comprar ‘online’ y acciones en las redes sociales, son precisamente las que figuran en los primeros puestos del ranquin del Monitor urbano. Tal es el caso de Barcelona, San Sebastián o Gijón, cuyas autoridades consideran el turismo como un elemento de desarrollo económico y trabajan en potenciarlo junto a la iniciativa privada. En el otro extremo se sitúan casos como el de Madrid u Oviedo por señalar sólo dos casos particulares.
Como se ha señalado, buena parte del actual modelo turístico español es el resultado de un proceso de desarrollo desordenado, iniciado en los años sesenta con procesos de urbanización y ocupación del territorio que se materializaron al margen y por encima de la planificación territorial y urbana, cuando éstas existían. Con posterioridad, y hasta la llegada de la democracia, el negocio especulativo del suelo y la transformación del modelo turístico en un modelo de masas, propiciaron la continuidad de un proceso intensivo de ocupación del territorio con criterios de cantidad, que subordinaba la calidad y la visión a largo plazo al beneficio urbanístico y económico a corto. La llegada de la democracia y la crisis de la burbuja especulativa que se produce en 1979, significaron un relativo paréntesis en el proceso, que se volvió a reactivar en 1986, hasta 1992, y nuevamente en 1998 hasta 2007. El resultado es un modelo en el que se superpone de forma desordenada una oferta no reglada de alojamientos en apartamentos y segundas residencias, con otra hotelera y en apartamentos u otros tipos de alojamientos reglados, que exceden la capacidad normal de los territorios y de las propias playas en épocas punta; y que favorecen la progresiva degradación de los precios, de la oferta y de los gastos por turista, con una construcción, ocupación masiva y progresiva degradación de grandes partes del litoral español, y crecientes costes ambientales sobre el territorio.
El riesgo de este modelo tradicional, sobre el que se reincide en la actualidad, era el llevar a unas políticas que desequilibraban de forma creciente el binomio plazas/pernoctaciones, aumentando la caída del nivel de ocupación, se reducía la estancia media y se incrementaba el número de viajes, lo que contribuiría a un crecimiento de la carga ambiental sobre los ecosistemas ya desbordados. Por ello se proponía un nuevo modelo, más equilibrado desde la perspectiva ambiental y económica, en el que sería posible contener el crecimiento urbanístico, reducir la carga ambiental/climática y, a la vez, mejorar el resultado económico del turismo con una ocupación más eficiente de la oferta de alojamientos que redujera el problema de la estacionalidad. Este nuevo modelo requeriría una corrección de la estacionalidad de la demanda y del gasto medio diario, mediante la progresiva mejora de la calidad de los distintos elementos integrados en la oferta turística; la estabilización de la estancia media, mediante la mejora de las oportunidades de ocio en los destinos; y la mejora de la ecoeficiencia mediante programas de ahorro de energía y reducción de emisión de gases efecto invernadero sobre los sistemas de transportes, edificación y servicios relacionados con el turismo. Una revalorización sostenible de los destinos turísticos podía implicar también una oferta laboral que compensara el elevado número de desempleados del sector de la construcción, sustituyendo, como en el caso de la vivienda, la construcción de nuevas unidades de alojamientos hoteleros-residenciales, actividad claramente insostenible, por la rehabilitación integral de los destinos turísticos, y revalorizando el patrimonio paisajístico, cultural y de servicios para atraer a una demanda turística más exigente y de calidad.
El Plan Nacional e Integral de Turismo 2012-2016 (PNIT), aprobado el 22 de junio de 2012, se presenta por el Gobierno como el instrumento que define las líneas maestras para mejorar la competitividad del sector turístico y de los destinos turísticos españoles, para que el turismo actúe como motor de la economía española, considera prioritario generar una oferta turística de calidad, diversificar la demanda en el tiempo y en el espacio y crear el marco adecuado en el sector para garantizar su accesibilidad y valor añadido; pero se observa que en sus bases fundamentales desaparece la consideración de la ecoeficiencia o de aspectos fundamentales como la eficiencia energética y el papel de la rehabilitación y regeneración de espacios maduros o degradados. Su inversión total prevista (de difícil materialización con los presupuestos que se han ido aprobando para 2012, 2013 y previstos hasta 2016) tampoco deja cabida al optimismo.
En este marco, son comprensibles los últimos cambios registrados en el panorama turístico español. En primer lugar, hay que señalar que, en los primeros cinco meses de 2013 se ha producido una caída generalizada e intensa de las ventas en los destinos urbanos españoles, básicamente con origen en turismo español, del que Madrid u Oviedo son buenos ejemplos. Las ciudades localizadas en la costa y con parte de su oferta centrada en el turismo vacacional de sol y playa, de elevada presencia de turismo extranjero, cómo Alicante, Almería, Málaga, Palma, Santa Cruz de Tenerife y, en menor medida Gerona, son las que consiguen incrementar sus niveles de ingresos en el segundo trimestre de 2013. Entre las grandes ciudades, Barcelona recupera a partir de mayo el buen comportamiento de sus ingresos turísticos, superando el desfavorable e irregular inicio de año. Valencia frena la caída (-0,8%), Sevilla baja un -2,2% y Zaragoza crece un 6,4%, recuperando parte de los descensos registrados desde 2008. El resto de ciudades turísticas de interior y del norte de España, muy dependientes de los desplazamientos turísticos de ocio y negocio del turista nacional, evidencian en este segundo trimestre de 2013 caídas en sus ingresos con la excepción de San Sebastián, (+11,9%), Córdoba (+2,7%), Segovia (+2,2%) y Vitoria (+0,4%).
El resultado es que continúa y se refuerza el modelo tradicional, pese a sus escasas expectativas a largo plazo: aumenta la dependencia del turismo extranjero de sol y playa ligado a la inseguridad en países competidores de este tipo de turismo, y se reducen las expectativas de un turismo más ligado a políticas que valoren los principios de un desarrollo socioeconómicamente más cohesionado, territorialmente más equilibrado y ambientalmente más sostenible. Cambios como los producidos en la Ley de costas avalan, por desgracia, la opción del Gobierno por un modelo que, finalmente, es uno de los causantes de la crisis que se padece en la actualidad en este país. ¿Miopía o intereses muy concretos que le interesa defender?