Luego vinieron recortes y más recortes, alegando la gravedad de la crisis económica, la sumisión a las decisiones de Merkel, y el rescate a los Bancos (alguno de ellos con una gestión nefasta realizada por sus propios compañeros de partido, como Bankia).
La crisis económica se ha utilizado para hacer un borrón sobre cómo se ha gestionado, quiénes han gestionado, y qué responsabilidades existen sobre el despilfarro, los sobrecostes y la corrupción. De la misma forma que la crisis se utiliza para modificar la estructura social de España.
Porque lo peor no es la crisis económica, sino las consecuencias de la gestión que se está llevando para, aparentemente, salir de ella. Algunas decisiones no tienen que ver con la crisis en sí, sino con el aprovechamiento del miedo y la angustia, del barullo que se ha montado en torno a la asfixia económica, para cambiar la configuración de las fuerzas socioeconómicas de España.
Y éste es el punto más conflictivo, que menos tiene que ver con la crisis, cuyas consecuencias son dramáticas para el bienestar de la mayoría de los españoles: el cambio de reparto en lo público y lo privado sobre los bienes colectivos.
Lo que está ocurriendo con la privatización de la Sanidad, la debilidad en el peso de la Educación Públicas, las tasas para la Justicia, y la bárbara Reforma Laboral (que no tiene ninguna justificación en clave de crisis, pues no está destinada a crear empleo), sólo se pueden entender bajo un ideario neoconservador que enseña “músculo” porque esta partida de capitalismo global la están ganando los socios económicos del PP.
Lo mismo ocurre con la “jibarización” de los instrumentos del Estado, el ataque al funcionariado, el debilitamiento de las representaciones sindicales y políticas, la reducción de representantes democráticos de forma demagógica, la usurpación de la televisión española, o el cuestionamiento de las Autonomías. Después de que el PP ha sido el máximo manipulador de la cuestión pública en beneficio propio, utiliza ahora todos los recursos demagógicos para, ladinamente, empequeñecer lo público. Los ciudadanos se sienten engañados, estafados y cansados de cargar sobre sus espaldas recortes e impuestos para pagar los platos rotos de “otros”, y de eso se aprovecha el PP con la intención, no de mejorar la gestión y podar lo inútil, sino de reducir lo que es de “todos” para reconvertirlo en un “patio particular”.
Y, para que no haya testigos, intenta enmudecer los activos pensantes y críticos, que pueden ser referentes, con insultos vulgares: a los jueces que protestan, a las farmacias que cierran, a la policía y los bomberos, a los científicos o a los sectores culturales. O a todos aquellos que salen a protestar a la calle, bien sea en manifestaciones contra la reforma laboral, en protestas para “rodear el congreso”, al 15-M, o a los miles y miles de ciudadanos que hicieron la huelga y la manifestación correspondiente. Da igual que las calles se llenen de gente una y otra vez, un día tras otro, que el sentimiento de indignación pueda encenderse con una cerilla de demagogia, que Rajoy y el PP siguen su estrategia pese a quien pese, probablemente porque saben muy bien lo que están haciendo y son conscientes de a quienes están maltratando con sus políticas.
Para terminar de configurar la “nueva España” que quedará dividida en dos mitades descompensadas por la gruesa línea de la desigualdad, hay que ver el último eslabón por el que el PP está apostando para salir de la crisis. Toda cabeza sensata pensaría que es la inversión en Ciencia, Innovación, Formación y Cultura, pero no es así. Estamos descapitalizando nuestro país, expulsando a nuestro jóvenes mejor formados, desincentivando el estudio y la investigación, imposibilitando el acceso a la cultura y la creatividad, para apostar por las claves productivas más conservadoras: el turismo de sol y playa de los años 60, la mano de obra barata de los servicios, los proyectos de inversión extranjera que nos propiciarán riqueza para otros y empleo precario para nosotros como el aclamado Eurovegas.
El cambio que estamos experimentando en España es una vuelta a aquellas críticas irónicas que retrató con acierto maestros del cine español en películas como “Bienvenido, Mr. Marshall” o “¡Vente a Alemania, Pepe”. Detengámonos a pensar un solo momento cuál es el futuro que le espera a nuestro país.
Una vez más, la Historia enfrenta a dos pensamientos político-económicos: Keynes frente a Hayek, lo social frente a lo particular, lo público frente a lo privado. Y, en esta vuelta de tuerca, la mayoría ciudadana está perdiendo sus derechos, su bienestar, su futuro, y su representatividad, porque no existe una alternativa sólida y articulada ni española ni europea que frene el acoso conservador. ¿Dónde está el Keynes del siglo XXI?