Con tales antecedentes no podía extrañar que a lo largo de la Transición el oficio de empresario tuviera poco prestigio social y que, unido a las muchas reivindicaciones pendientes y a la pujanza del movimiento obrero y sindical, la conflictividad social alcanzara cotas bastante altas. Por ejemplo, las horas de huelga a lo largo de 1979 fueron en torno a diez veces más numerosas que las del pasado 2013.
Cabía pensar que, aunque sólo fuera por guardar las apariencias, el Círculo de Empresarios, sin renunciar a su teórica función de promover la libre empresa y la iniciativa privada, mantuviera la suficiente prudencia para no proyectar una imagen tan reaccionaria y derechista como la que a lo largo de los años se ha encargado de potenciar. Pero pensando que desde el principio no tuvo reparo alguno a que incluso entre sus caras visibles estuvieran figuras relevantes del franquismo, resultaba ingenuo esperar una mínima sensibilidad y respeto a las aspiraciones y demandas de los trabajadores.
Hago estos comentarios conociendo algunos hitos de este foro de impartición de ideología depredadora y, sobre todo, tras leer las conclusiones de uno de sus recientes documentos públicos, titulado reformar para crecer. No cabe en este espacio hacer una glosa completa de las recomendaciones que plantean; pero que la primera de ellas arranque de la idea -cito textualmente- de que la evolución del gasto en pensiones y el gasto en desempleo consumen recursos que deberían emplearse en transformar nuestro modelo productivo sólo es concebible como irresponsable provocación o borrachera de ultraliberalismo. A partir de este tipo de premisas no hace falta calificar el resto de sus recomendaciones: reducir el peso de las Administraciones Públicas, pese a que en estos últimos años se acerca ya al medio millón la disminución del número de sus empleados; reformar el modo de contratación, despido y remuneración de los empleados públicos; reducción de las cotizaciones empresariales a las empresas, a la par de que, bajo el argumento del envejecimiento de la población, demandar que se cambie el modelo de reparto del sistema de pensiones y se vaya a un sistema mixto mediante la obligación de que una parte se financie por un sistema de capitalización; nuevas reformas en Educación y Sanidad; más flexibilidad laboral….En fin, demolición completa del ya bastante hundido sistema público de protección social, de la calidad del empleo, de las condiciones laborales y de vida de los trabajadores y de la propia cohesión social del país.
Imagino que el lector de Sistema Digital no se sentirá sorprendido. Pero que, viniendo de donde viene no cupiera esperar otra cosa, no debiera dejar de lado la conveniencia de reflexionar y actuar en consecuencia ante el dato de que en este Círculo de Empresarios está la flor y nata de las empresas financieras, industriales y de servicios de nuestro país. Dicho de otra forma, están los más genuinos representantes del capitalismo hispano, al que está subordinada la derecha política. No es un panorama cualitativamente distinto al de otros países. Por eso, frente a unos poderes de esta catadura, recuperar con vigor la vocación anticapitalista de la izquierda se convierte en algo que sigue siendo esencial si de verdad se aspira a un mundo mejor. Nos llegan ecos de ahí fuera, donde significados dirigentes de esa izquierda un tanto perpleja hablan de abandonar el término socialismo en su ideario. Tampoco creo que deba sorprender mucho, pues forma parte de las claudicaciones que a modo de terceras vías jalonan e ilustran el penoso devenir de la socialdemocracia. Afortunadamente son muchos los que se resisten, convencidos de que el sistema socioeconómico y político que defienden, sin pudor, los Círculos de Empresarios de este mundo no son sólo generadores de injusticia y desigualdad sino que, sin fuerzas que los contrarresten, terminarían dinamitando la democracia.
Julián Ariza Rico