Lo más destacado del cónclave socialista es el enorme poder que concentra Rodríguez Zapatero, cuyo liderazgo aparece como incuestionable, y que no ha realizado más concesiones a la pluralidad y a la integración en su Comisión Ejecutiva que las que suelen venir aconsejadas por las tradicionales “cuotas” territoriales.
La creación –nuevamente– de una Vicesecretaría General aparentemente eleva la posición de José Blanco en el escalafón político, pero de facto merma sus anteriores competencias, al tiempo que marca un contraste comparativo con el papel del anterior Vicesecretario General, que a la sazón fue inicialmente Vicepresidente del Gobierno. Por lo tanto, la nueva posición de Rodríguez Zapatero también en este aspecto es más preponderante.
Los comentarios críticos sobre el Congreso han puesto el acento en la práctica ausencia de propuestas sobre la crítica situación económica actual y la poca atención prestada a las cuestiones sociales de fondo, que fueron bastante postergadas por la prevalencia comunicativa atribuida a otras propuestas de carácter laicista, que finalmente quedaron bastante desdibujadas.
Algunos se han preguntado si las unanimidades registradas en las votaciones (100% de los votos en la gestión de la anterior Ejecutiva y casi el 99% en la re-elección del Secretario General) reflejan verdaderamente lo que piensan los afiliados del PSOE -¿no hay ninguna crítica o descontento?- o responden a filtraciones y disfuncionalidades de representación en la organización de los Congresos del PSOE.
Esta imagen de total unanimidad, en coyunturas complejas y ante asuntos debatibles, paradójicamente puede acabar erosionando la credibilidad democrática del PSOE como organización, aunque lo cierto es que muchas veces en estas votaciones finales pesan también factores de “oportunidad” política, de inhibición y de “tacticismo” personal (el miedo escénico a quedar en “contra”).
En cualquier caso, en la opinión pública puede acabarse proyectando la imagen de que en otros Partidos los afiliados cuentan más (eligiendo con urnas a los “delegados”, por ejemplo), y los líderes que tienen alguna discrepancia o algo diferente que plantear se comprometen más, defendiendo sus propios criterios y dando la cara en procesos de debate y en votaciones democráticas. Lo cual, cuando no degenera en luchas cainitas por el poder, puede dar la impresión de que algunas organizaciones son más vivas y dinámicas que otras.
Finalmente, desde el punto de vista de la imagen general proyectada, habrá que esperar y ver qué factores débiles, o eventuales carencias, han sido compensadas y mejoradas en esta ocasión –si es que se ha logrado algo en este sentido– y, sobre todo, si la confianza en la capacidad para desarrollar avances sociales y para hacer frente a las incertidumbres económicas ha salido reforzada o debilitada. Lo cual es especialmente importante en coyunturas económicas tan delicadas como la actual y en países que aun presentan tantos déficits comparativos en políticas sociales.