Estamos asistiendo a un fenómeno social y político nuevo en el Norte de África y parte de Oriente Próximo, que ha cogido por sorpresa a todas las cancillerías de los países desarrollados, que es el gran clamor popular a favor de las libertades y la instauración de sistemas democráticos. Este clamor está relacionado con la gran frustración producida por el fracaso de los modelos de desarrollo seguidos por casi todos esos países. Si se siguen las ideas básicas de Sen, se llega a la conclusión de que el crecimiento es una condición necesaria, pero no suficiente, para lograr el desarrollo humano. Sin libertad, sin igualdad en derechos y oportunidades, no hay posibilidades de avanzar ni en la realización personal ni en el desarrollo de la capacidad, y en consecuencia no se puede hablar de desarrollo económico en una acepción amplia del término.
En todos estos países se han instaurado desde hace tiempo dictaduras políticas que han aprovechado el poder para beneficio propio, de los clanes familiares, amigos y personas allegadas. Mientras tanto, la gran mayoría de la población no se beneficia de los frutos derivados del crecimiento económico, ni siquiera en los países que tienen riquezas como el petróleo y el gas natural. Además, una parte significativa se encuentra sometida a enormes privaciones, y hay pobreza, hambre, analfabetismo y otro tipo de carencias.
Aquellos países que han gozado de la obtención de importantes ingresos derivados de los beneficios que proporciona la exportación de petróleo y gas natural, no los han utilizado para impulsar su desarrollo social y económico, sino para perpetuar un orden oligárquico y dictatorial. Todo esto tenía que estallar en algún momento, y lo ha hecho ahora cuando la opresión política y la explotación económica se han hecho insostenibles. Se ha producido una explosión por la democracia y también a favor de un desarrollo humano en los términos que expone Sen. Resulta evidente que hay que instaurar un sistema democrático que responda a las exigencias de las masas que están haciendo posible estas revoluciones, pero se necesita también llevar a cabo una profunda reforma de las estructuras económicas y sociales que posibiliten un verdadero desarrollo.
En estos países existe una numerosa población joven que no encuentra oportunidades de trabajo digno, que esté en consonancia en muchos casos con su preparación y cualificación. La única salida que tienen es la emigración, que se realiza en condiciones difíciles y humillantes. La gran concentración de la riqueza coexiste con una situación de privación y frustración. Se ha apretado demasiado la tuerca en unos países que tienen casi todos ellos, según los datos de los organismos internacionales, un desarrollo económico medio, esto es, no son los más subdesarrollados, pero padecen a su vez un grado de desarrollo incapaz de atender las más inmediatas necesidades sociales. Las desigualdades de distinta naturaleza, y no solamente de índole económica, agravan esa situación.
Los países desarrollados, tanto Estados Unidos como Europa, han sido cómplices de esta situación, pues han antepuesto los intereses económicos del petróleo y el gas natural a la defensa de los derechos humanos, y han considerado a estas dictaduras como un freno a la expansión del fundamentalismo islámico. No han sido capaces los países avanzados de tener una visión más amplia a la hora de contemplar la posibilidad de que las poblaciones puedan tener aguante y miedo durante un periodo de tiempo, pero eso se acaba cuando una chispa es capaz de prender el polvorín. La historia está llena de ejemplos de este tipo que algunos pretenden siempre ignorar.
La incapacidad de realizar análisis políticos y sociales acerca de lo insostenible que una situación puede llegar a ser y el no percibir que el orden económico mundial está cambiando a pasos agigantados, modificando las reglas de juego de lo que ha sido el orden internacional en los últimos tiempos, es un síntoma de que lo antiguo se resiste a desaparecer, pero lo nuevo no acaba de nacer. Se está dejando atrás un orden basado en el dominio de las potencias antiguas, que no es sino el reflejo de un síntoma de la decadencia de la hegemonía de Estados Unidos y Europa.
La crisis actual es sistémica, no es solamente una crisis financiera que afecta al mundo desarrollado, y se puede ver agravada según como afecte al precio del petróleo la inestabilidad que se está viviendo en este área de productores de crudo y gas natural. El mundo se encuentra ante grandes desafíos energéticos, alimentarios, financieros, ecológicos, de lucha contra la pobreza, el hambre, la guerra y la destrucción. No valen paños calientes ante tan graves problemas.
Los dirigentes de los países desarrollados actúan con la confianza de los prepotentes que tienen el dominio económico, y en la creencia de que las cosas no cambian, sobre todo cuando se han dado muchos años de calma. Pero el mundo se mueve y resulta urgente plantear un Nuevo Orden Económico Mundial que favorezca un desarrollo humano en el que la libertad individual y colectiva esté contemplada. Es evidente que nos encontramos ante un sistema caduco, sustentado en el lucro y en el fundamentalismo de mercado, incapaz de ofrecer respuestas a las demandas sociales e impotente ante las grandes imperfecciones que tiene el orden económico vigente.