Los hechos concretos son que el PP logra una cómoda mayoría absoluta de 186 escaños, mientras que el PSOE obtiene el peor resultado del actual ciclo democrático. Incluso peor que el de 1977 y que el de Joaquín Almunia en el año 2000 (que contó con un millón de votos más que ahora), cuyo efecto fue la convocatoria inmediata de un Congreso del PSOE, en el que fue posible una presentación abierta de candidaturas y alternativas.

El ascenso de otras fuerzas políticas en los espacios políticos del centro y la izquierda, revela que algunos de los antiguos votantes del PSOE no sólo se han quedado en casa o han realizado un voto blanco o nulo (que en esta ocasión han sumado más de seiscientas cuarenta mil papeletas), sino que han transferido sus apoyos a otras formaciones, entre otras el PP. Significativos resultan en este sentido los ascensos de UPyD (que obtiene más de un millón de votos y 5 diputados), en los ámbitos del centro, de EQUO, junto con Compromis, que entra en el Parlamento sumando 341.000 votos en los espacios ecologistas y progresistas, y de IU, en la izquierda. Sin embargo, aunque IU incrementa notablemente el número de sus escaños en el Congreso, pasando de 2 a 11, esta formación, tanto por votos totales como por escaños, dista mucho de poder ser considerada como una alternativa política verosímil, bastante alejada todavía de los 23 escaños obtenidos por Santiago Carrillo, o los 21 de Anguita. Y mucho menos una alternativa de gobierno. De ahí la orfandad en la que quedaría la izquierda sociológica y política española en estos momentos si el PSOE no fuera capaz de emprender una vía decidida para remontar a partir de la situación a la que se ha llegado.

Los retrocesos del PSOE han sido importantes en casi todo el territorio nacional, incluso en lugares que eran considerados bastiones tradicionales del socialismo. Los casos de Madrid y Barcelona son especialmente llamativos, en la medida que el PSOE ve muy reducidos el número de escaños obtenidos en ambas plazas. En concreto, en Madrid se pasa de 15 diputados a 10, y en Barcelona de 16 a 10. Es decir, un 33,3% menos en el caso de Madrid, y un retroceso ¡nada menos que del 37,5% en Barcelona! Plaza en la que el PSC retrocede al 27,78% de los votos, incluso menos que la media nacional del PSOE.

Prácticamente la única excepción a esta tónica de caídas espectaculares es el caso de Sevilla, donde el PSOE logra mantenerse por encima del PP, obteniendo seis escaños, con una candidatura encabezada por Alfonso Guerra, cuyo tirón político no puede negarse y cuya intervención en el mitin de Dos Hermanas ha sido ampliamente difundida en las redes sociales. El 41,71% de los votos obtenidos en esta plaza sitúa al PSOE tres puntos por encima del PP, y trece puntos por encima de la media total del PSOE.

Las causas de la derrota socialista son muy variadas, siendo de esperar que desde las filas del PSOE se haga con prontitud un diagnóstico preciso y sincero, que permita rectificar de inmediato –ahora sí–y emprender el camino de la recuperación. Algo que hubiera sido necesario hacer después del descalabro electoral que se produjo en las elecciones municipales y autonómicas de mayo. Como quiera que no se rectificó entonces, ahora el descalabro se ha repetido, e incluso se ha amplificado, revelando que no se estaba ante un malestar coyuntural y superficial de una parte importante del electorado histórico socialista, sino ante tendencias bastante profundas. Hay que tener en cuenta que el PSOE ha perdido en estas elecciones nada menos que 4.315.455 votos, retrocediendo por debajo de la frontera psicológica del 30%, y quedando a una distancia espectacular de 16 puntos del PP.

Aunque algunas apreciaciones analíticas pueden ser opinables, lo cierto es que el problema que se está manifestando en los espacios electorales del PSOE no es sólo una cuestión de candidatos y de discursos. Que también lo es. Para muchas personas el candidato del PSOE en esta ocasión no era un mal candidato desde el punto de vista de las cualidades personales y de su dilatada experiencia, al tiempo que el discurso que se ha hecho durante buena parte de la campaña y de la pre-campaña ha ido en gran medida en la dirección que deseaba y esperaba el electorado socialista. Asimismo, en la campaña ha tenido un papel destacado una figura histórica del socialismo como Felipe González, al que algunos consideran como una especie de líder-talismán, cuyos efectos pensaban que resultarían poco menos que taumatúrgicos.

Sin embargo, nada de esto ha servido para lograr que los apoyos del PSOE se recuperaran hasta los niveles necesarios y, sobre todo, hasta lograr sintonizar con las tendencias subyacentes de ascenso del voto socialista potencial. Lo cual implica un doble fracaso. Por lo tanto, es preciso preguntarse muy en serio: ¿Por qué no ha bastado todo eso? ¿Por qué se ha producido tal debacle?

Los hechos objetivos evidencian que el PSOE se enfrenta a un problema serio de concordancia sociológico-electoral y, sobre todo, de credibilidad política y de liderazgo. Lo cual exige un esfuerzo muy serio de rectificación, acompañado de suficientes garantías como para que los electores desencantados de la izquierda entiendan que no se trata de reacciones meramente oportunistas, cosméticas y coyunturales –de cara a una campaña electoral–, sino de cambios profundos, que buscan el reencuentro del socialismo español con su electorado natural. Lo que se debe propiciar en estos momentos es una buena alternativa programática de gobierno, bien pensada y ampliamente debatida democráticamente, incluso de manera abierta a la ciudadanía. Tal proceder ha de ser la garantía de que este cambio va en serio y que existe una voluntad neta de revigorizar las estructuras organizativas y la democracia interna, en la dirección de lograr que el PSOE funcione como una entidad seria y fiable, bien articulada y estructurada, y no sólo como un conglomerado comunicacional y de movilización ad hoc al servicio de líderes más o menos carismáticos y ocurrentes. Tales formas de proceder no son serias, ni seguras, ni responden a las exigencias organizativas y funcionales del mundo moderno, ni permiten ganarse la confianza de muchos electores, como se ha visto palmariamente en las urnas.

No es, por lo tanto, tiempo para la indiferencia, ni para los parches, ni el disimulo, sino para reaccionar de manera decidida. Sin rasgarse las vestiduras, sin extremismos ni revanchismos, pero sin soslayar la necesidad de enfrentarse de cara a los hechos. Eso es, precisamente, lo que caracteriza un comportamiento maduro y equilibrado.

El PSOE actualmente es una especie de gigante medio dormido y derrotado. Un gigante que puede y debe despertar, porque tiene un papel importante que cumplir en la sociedad española, especialmente en circunstancias como las actuales, en las que la crisis económica, el aumento de las desigualdades y los sentimientos de miedo e incertidumbre ante el futuro, requieren voces serias y representativas desde la izquierda. Por lo tanto, los líderes y los afiliados socialistas no deben agachar la cabeza ni mirar para otro lado, sino que tienen que ponerse de inmediato a arreglar metódicamente y sin crispaciones los problemas internos. En bien del PSOE y de España.