El pasado 7 de agosto, los titulares de prensa advertían que “el mundo se asoma a otra recesión debido a la incapacidad de los gobiernos europeos y de EEUU”.

Cuando aún tenemos recientes las elecciones de Portugal a raíz de la dimisión del gobierno por el acoso económico y las continuas protestas ciudadanas en las calles de Grecia, hemos seguido atónitos el durísimo plan de recortes que Silvio Berlusconi ha presentado en Italia. Unos recortes y supresiones de la administración pública que, como las comparativas han señalado, si se realizaran en España significaría la eliminación de 14 provincias y de casi 60 Ayuntamientos.

Hemos visto arder (literalmente) Londres. La ciudad cosmopolita y elegante, incapaz de perder la compostura, ha vivido unas revueltas salvajes con noches violentas, saqueos y actos vandálicos, que nos recordaban a los incidentes que Francia vivió hace unos años. Unos fenómenos que se cuecen a fuego lento: ciudadanos de segunda, recortes de Estado de Bienestar, paro y pobreza, exclusión, y un estallido donde al final toman la voz cantante los violentos.

En EEUU, Obama suda la camiseta acosado entre el ultraconservador Tea Party, que aún no ha podido aceptar la llegada de Obama a la Presidencia, y la crisis económica que ha puesto entre las cuerdas la economía norteamericana, situándola al borde de la quiebra, y al borde del infarto a las bolsas europeas.

A mitad de agosto, Francia desató la alarma de los inversores ante los rumores de una rebaja de la calificación de su deuda. Sarkozy se vió obligado a reunir de urgencia a su gobierno para acelerar las medidas de ajuste y recortar el déficit. Una vez más, las bolsas europeas se desplomaron.

Mientras, Alemania no es la locomotora que se espera y su crecimiento se desploma, arrastrando con ello al resto de los países del euro.

Con todo lo ocurrido, el 18 de agosto en una comida, encuentro o reunión, París y Berlín, o sea, Merkel y Sarkozy acuerdan retirar las ayudas a los países con déficit alto. Y, diez días después, España ha modificado su “sagrada” Constitución para “salvar los muebles” y “dar confianza al mercado”. La fijación del déficit es una decisión irremediable y necesaria pero que está conllevando un “grave” sacrificio democrático y un nuevo desasosiego para la ciudadanía española.

Pero, ¿las decisiones que se están tomando van en la dirección correcta? ¿Europa sabe lo que hace? ¿no existe otro margen de maniobra? Reconozco que la situación me supera cuando además veo que los propios economistas ofrecen opiniones y soluciones divergentes que indican que la Economía también debe regularse por principios políticos, pero lo que me genera más desazón e intranquilidad es que, pese a los esfuerzos y sacrificios, pese al agitado verano, las convulsiones y crisis, nuevamente se oye la voz atronadora y amenazante del FMI quien vuelve a advertir del riesgo de que la economía entre en recesión “de forma inminente”, pero además con una capacidad de actuación menor por parte de los gobiernos mundiales.

¿Cómo y cuándo terminará esta locura? Cada vez nos quedan menos sacrificios que ofrecer, una ciudadanía más angustiada, unas administraciones más debilitadas y unos gobiernos menos creíbles.