Es comprensible que tal tipo de interrogantes hayan surgido a partir de unos acontecimientos que han sido bastante impactantes y escasamente previstos, pese a que desde hace tiempo se estaba incubando el caldo de cultivo que lo ha propiciado, tal como veníamos señalando desde TEMAS y SistemaDigital.es.

Sin embargo, una vez pasadas las primeras impresiones y reacciones, el movimiento 15 de mayo ha ido presentando nuevas facetas y experimentando determinados intentos de instrumentalización, que empiezan a suscitar otro tipo de reacciones en aquellos sectores que se muestran más sensibles ante los problemas de la violencia y el desbordamiento de los cauces políticos establecidos. Lo cual resulta también comprensible.

En la medida que dicho movimiento no responde a una estrategia perfectamente programada, controlada y definida de antemano, es inevitable que proyecte en su desarrollo diferentes matices y plasmaciones. En cierto modo, debido a su espontaneidad y al carácter abierto, e incluso impreciso, de sus actuales estructuras organizativas, se trata de un movimiento que tiene facetas diferentes, al igual que ocurre cuando se gira un caleidoscopio y van cambiando las piezas, las formas y los colores. Y de todos es sabido que cuanto más rápido se hace girar el visor, más rápidos e imprevisibles resultan algunos de los cambios e imágenes.

Esto no es nuevo en los movimientos sociales. Sobre todo en las etapas iniciales, hasta que se decantan las opiniones y los objetivos, se definen los métodos de trabajo y las estrategias y se consolidan los liderazgos. Lo cual, a veces, acaba conduciendo a la división de los movimientos originarios en varias líneas distintas, en tanto que en otras ocasiones surgen nuevas plasmaciones políticas y organizativas, e incluso se producen procesos de desgaste, desprestigio y hasta desaparición.

Por lo tanto, en esa compleja realidad sociológica a la que ahora nos referimos como “movimiento 15 de mayo”, puede ocurrir prácticamente de todo. Desde su conversión en un movimiento político específico, como ha ocurrido en algunos países con el movimiento verde, hasta su desarrollo como un movimiento reivindicativo organizado, similar al movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos; sin que deba descartarse su eventual convergencia con otras formaciones de carácter político y sindical, de naturaleza asamblearia o de otro tipo. Y, por supuesto, tampoco hay que desechar que esta experiencia evolucione, en todo o en parte, hacia pautas de actuación de carácter más violento, bien debido a la capacidad de penetración interna de grupos organizados con fines bien definidos, que pueden aprovecharse del lógico cansancio de los quincemayistas menos “politizados”, bien debido a la propia tensión cotidiana de las confrontaciones y las movilizaciones, que pueden llegar a ser agotadoras, polarizadoras y frustrantes, si no se encuentran debidamente incardinadas en estrategias mínimamente perfiladas a medio plazo.

De hecho, son muchos los participantes en este movimiento que son conscientes de sus limitaciones y dilemas y que saben que pueden pasar por momentos de parálisis y ralentización interna y sufrir procesos de desgaste y distanciamiento respecto a las corrientes de simpatía que hasta ahora se habían generado en torno a ellos.

Posiblemente, los dos principales problemas que se va a encontrar este movimiento a corto plazo –amén de su carácter caleidoscopio, con las dificultades de interpretación que acarrea– van a ser los de la violencia y los que conciernen a la manera de entender, practicar y reivindicar la democracia.

El deslizamiento hacia estrategias de actuación violenta –aunque sean de baja intensidad– implicaría inevitablemente el surgimiento de divisiones internas y una pérdida de apoyos sociales y simpatías. Algunos alegan, en este sentido, que si se quiere hacer una tortilla hay que estar dispuestos a romper huevos y que tanto el movimiento no violento de los derechos civiles en Estados Unidos, como el movimiento por la independencia liderado por Gandhi en la India, emprendieron en su día acciones bastante contundentes.

Sin embargo, ambas circunstancias históricas y políticas no son comparables con las que ahora nos ocupan y la naturaleza de las cuestiones concernidas es muy diferente, al igual que lo son las actitudes y la disposición de implicación de la opinión pública en dichos asuntos. Actualmente, la mayoría de la población es muy sensible ante el problema de la violencia, especialmente en España. Por lo que parece difícil que pueda entender y apoyar una deriva violenta del movimiento 15 de mayo.

De hecho, las imágenes de acoso y persecución a los parlamentarios catalanes han merecido un repudio muy generalizado, al tiempo que resultan verdaderamente bochornosos y muy injustos los insultos y las acciones de acoso perpetradas contra diputados y políticos muy prestigiosos, como cuando Gregorio Peces-Barba fue calificado de “fascista” y “explotador de los pobres” por un grupo de jóvenes especialmente agresivos e ignorantes a la salida de un acto de Universia, al que acudía en su condición de ex Rector de la Universidad Carlos III.

En lo que se refiere a la cuestión de la democracia, los quincemayistas se van a enfrentar a un reto importante, que consiste en practicar y postular vías específicas y creíbles de participación política que puedan reputarse como mejores que las establecidas y no peores, o más confusas e inoperativas. En este sentido, posiblemente, el mayor reto es no dejarse engatusar por los argumentos y las falacias de algunos demagogos e intelectuales de salón, que sólo sueñan con ser los nuevos “marcuses” redivivos de este siglo y que, lejos de aportar ideas, reflexiones y análisis racionales y meditados a los participantes en este movimiento, sólo buscan el aplauso y la autogratificación personal.

Por ello, todo el mundo debiera de ser consciente de que la mejora de la actual funcionalidad democrática exige un equilibrio inteligente de imaginación, rigor y voluntad de concreción, con capacidad para plantear propuestas y procedimientos que sean verdaderamente implicativos, participativos y verificables. Lo cual requiere una metodología y un trabajo meticuloso y traducible institucionalmente. En realidad, la experiencia histórica demuestra que esto siempre ha sido así, y que las demagogias y los atajos suelen conducir a ninguna parte, o al precipicio; a veces con altos costes sociales y personales.