Lo que está ocurriendo se asemeja a una representación teatral, en la que el actor principal, de pronto, se pone en situación de hacer mutis por el foro, aunque no está claro si el libreto tenía previsto dicho mutis en ese momento. Pero, cuando ya algunos se aprestaban a aplaudir el mutis y otros a permanecer en silencio respetuoso, resulta que el actor continúa sus soliloquios, sus silencios hamletianos y sus cavilaciones sobre si remata su papel y sale o no sale de escena, creando expectativas de diverso signo, para desesperación de los actores secundarios que no ven llegado el momento de poder recitar sus propias frases en la función.

Como quiera que la cosa se prolonga y el público se inquieta y se remueve en las butacas, ante un protagonista que no se sabe si se retira o permanece, al final el riesgo –¿ya estamos en ello?– es que el respetable empiece a cambiar de actitud y más que pensar en un discreto o entusiasta aplauso, según los casos, empiece a pensar en silbar y patear, en detrimento, claro está, del propio protagonista –que se merece una salida digna–, del resto de la compañía y del mismo libreto que se representa… En definitiva, un lío.

Los que en estos momentos sostienen que lo fundamental es encontrar un buen momento para anunciar la retirada creo que se equivocan. Tal como están las cosas y tal como se han planteado desde el principio, no va a darse un momento realmente bueno. Todos van a ser igualmente inoportunos y pueden producir algún tipo de costes políticos. Posiblemente unos costes que irán en ascenso, a la luz de los pronunciamientos y la adopción pública de posturas que se manifiestan por doquier. Por lo tanto, cuanto antes se acuda al dentista mucho mejor.

En esta historia hay un aspecto que, posiblemente, desde dentro del PSOE no se llega a calibrar bien. Y es el propio aspecto opaco e impredecible de la evolución de los acontecimientos. ¿Todo está en función de lo que decida o no decida una sola persona y del momento en que lo decida y cómo lo decida? ¿Estamos seguros de que esto se puede entender en una democracia madura en pleno siglo XXI? Desde luego, las consecuencias de la decisión van a afectar a todo un partido, todo un país y posiblemente algunos de sus eventuales efectos los sufrirán en mayor grado determinados sectores de la sociedad española. ¿Cómo es posible, pues, que se sostenga que la decisión esté en manos de una sola persona? Creo que esto no ocurría así ni en los regímenes personalistas. Por ello es difícil que lo pueda entender la opinión pública española, con el consiguiente coste electoral y de confianza que puede acarrear tal proceder.

Pero el problema no es solo de forma, sino también de fondo. El problema de fondo es si el desgaste de un líder puede acabar arrastrando a todo un partido, con el posible efecto de alterar sustancialmente los equilibrios políticos en un país como España en unos momentos delicados en los que, precisamente, lo que se necesitan son equilibrios más finos e inteligentes.

Es decir, el debate que en estos momentos debiera ser prioritario en el PSOE es cómo hacer las cosas lo suficientemente bien como para obtener (o recuperar) unos apoyos electorales más acordes con las potencialidades de fondo de este partido. Y aquí es donde habría que entender que unas eventuales elecciones primarias no van a ser un bálsamo de fierabrás “que todo lo cura y lo repara”. Las primarias pueden ser una vía adecuada –e incluso imprescindible– para sustanciar y legitimar un proceso que tiene que tener la mayor credibilidad democrática posible. Pero las primarias son un medio y no un fin en sí mismo. El fin es que el PSOE pueda encontrarse nuevamente en condiciones de competir dignamente con el PP, y poder ganar, o al menos tener unos resultados que hagan necesario contar con este partido, y con los sectores que ha representado históricamente, para encontrar una salida de la crisis que no ponga en riesgo muchas de las conquistas sociales y económicas de los últimos años. Y eso es algo lo suficientemente importante como para que en el seno del PSOE se hagan los esfuerzos necesarios conducentes a este fin.

Sinceramente, creo que estos momentos son muchos los españoles –viejos y nuevos electores socialistas potenciales– que están deseando votar a un PSOE que sea capaz de satisfacer razonablemente estas demandas. ¿Cómo puede situarse nuevamente el PSOE en condiciones de ganar? Esa es precisamente la cuestión central.

Para ello tendrá que tener un candidato que no esté quemado, que sea sincero y tenga credibilidad ante la opinión pública, que haya demostrado una capacidad eficaz y solvente de gestión pública y de comunicación, que tenga voluntad de hacer las cosas bien y con rigor, que esté dispuesto a sumar apoyos sin sectarismos ni exclusiones, integrando la propia complejidad sociológica e ideológica de la izquierda y del centro-izquierda, que tenga buena disposición para el acuerdo y el consenso en los asuntos que lo hacen necesario, que respete a quienes le votan y que asuma y apoye con convicción el programa del PSOE y los planteamientos propios de un partido de carácter socialdemócrata, siendo capaz de reconciliarse con aquellos sectores del electorado que se han sentido defraudados y marginados en los últimos tiempos… y, en definitiva, que sea capaz de suscitar de nuevo confianza e ilusión entre los electores progresistas.

¿Tiene el PSOE en estos momentos candidatos que cumplan estos requisitos? Yo creo que sí. Y las encuestas también parecen confirmarlo. Por ello, lo importante es que en el PSOE tenga lugar un debate maduro y normal, sin aspavientos, ni ocultamientos, ni personalismos desideologizados, orientado prioritariamente a decantar sus mejores opciones políticas para competir electoralmente en momentos tan complejos como los actuales, en los que no se entendería ni un silencio pasivo ni un enrocamiento suicida.