Cuatro problemas fundamentales calentarán los motores de la temporada “otoño-invierno”:

1) La crisis económica y sus efectos, lejos de apaciguarse, continúan haciendo estragos sobre una población maltrecha socialmente. El empleo no se recupera, el consumo apenas se mueve, y el motor alemán sufre convulsiones. Por mucho que Rajoy se empeñe en repetir aquella manida frase aznariana de “España va bien”, los españoles han perdido toda esperanza y creen que esto aún va para largo. Los problemas continúan sin resolverse, incluso, en muchas ocasiones, la incompetencia o el burdo interés del gobierno en su afán privatizador y clasista, hunde todavía más las posibles salidas imaginativas. Arrastramos la falta de empleo, el inicio de curso escolar y sus complicaciones con la nueva ley educativa, los recortes sanitarios y las consecuencias sobre los enfermos, los juicios sobre los múltiples casos de corrupción, la caída de la investigación y la Ciencia, el hundimiento de la Cultura, …..

2) Cataluña se acerca a un volcán a punto de estallar. Artur Mas sigue adelante con su consulta independentista, y los partidos nacionales siguen con su “frentismo” impositivo. Como en viejos tiempos, parece que estamos dispuestos a construir España “con sangre, sudor y lágrimas”.

3) Pero algo sí ha cambiado en el panorama catalán y no para bien: Jordi Pujol. El caso Pujol ha supuesto la última puntilla a una corrupción que no cesa, a un olor fétido que ha recorrido España en todas las instituciones y organizaciones a lo ancho y a lo largo. Sólo que, además de la gravedad de los millones robados, hablamos de un “político de raza”, “un padre de la Patria”. Hablamos de alguien capaz de mantener un doble discurso, una doble moral, un doble engaño, y todo ello, sin pestañear. ¿En quién nos queda confiar?

Resulta tan indignante ver a Pujol-Ferrusola haciendo malas caras a la prensa, negándose a responder, actuando como si fueran estrellas del pop, cuando en realidad, ahora mismo, son algo más que “presuntos” corruptos.

4) Las próximas elecciones municipales y autonómicas están a la vuelta de la esquina. Estamos otra vez en año electoral, sólo que, hoy más que nunca los resultados se vaticinan inciertos. O quizás no tan inciertos, sino que el PP empieza a sentir que el voto ciudadano ya no responde como ellos quieren, que el disgusto social se materializará optando por otras fuerzas políticas, claramente alternativas, como Podemos.

Y, ante el riesgo de perder el “trono”, el PP se da prisa en modificar la ley electoral. No para ganar en democracia, no para dar utilidad al voto, no para acercar el resultado electoral a lo que quiere el ciudadano, no para eliminar las apabullantes e injustas diferencias aritméticas entre los resultados de un gran partido y sus contrincantes pequeños, sino, están dispuestos a modificar la ley electoral para no verse desalojados de alcaldías donde han estado ejerciendo el “ordeno y mando” con vara absolutista.

Resulta vergonzoso ver cómo exprimen las palabras para justificar el alcalde más votado, y cómo arremeten contra posibles pactos y coaliciones.

Como siempre, chilla y grita aquellos que deberían, no solamente callar, sino esconderse bajo las piedras, pero para ello se requiere sencillamente algo de vergüenza.

Aunque a veces tenemos la impresión de que todo sigue igual y nada ha cambiado, no es cierto. El día a día es tan espeso que se impone a la memoria, pero la Ciudadanía sí está consiguiendo doblegar algunas férreas voluntades. Por ejemplo:

Se están modificando los interlocutores de primer nivel. Tenemos un nuevo Rey, que aparece con nuevas formas y nuevos discursos; aunque lo más importante del proceso es que la Ciudadanía ha abierto los ojos para comprobar que Nada ni Nadie son intocables, ni siquiera, la propia monarquía, lo que es un plus de normalización democrática.

Han aparecido nuevos partidos políticos que irrumpen con fuerza, ganándose el voto y respeto de los ciudadanos, incluso contra toda lógica política (si es que existe la llamada “lógica política”), y que convulsionan el panorama político, modificando el discurso, las formas, incluso las nuevas necesidades ciudadanas. Es el caso de Podemos.

También el PSOE inicia su etapa con un nuevo líder, una nueva ejecutiva, unos nuevos personajes. Pedro Sánchez supone un claro punto y aparte dentro del PSOE, puesto que con él se abre una etapa generacional claramente diferente que, hasta el momento, no había cuajado todavía y que puede ofrecer la necesaria estabilidad que el PSOE necesita.

Estos tres importantes cambios se han producido porque la Ciudadanía ha estado ahí, mandando mensajes, protestando, manifestándose, votando. En definitiva, haciéndose oír. Ahora esperemos que los nuevos protagonistas de esta nueva etapa sean capaces también de conjugar los valores que de ellos se esperan y no se dejen arrastrar por los mensajes enlatados, la doble moral, las formas impuestas y el marketing electoral, sino que desprendan honestidad, trabajo, imaginación, valentía y compromiso. Sobre todo, SINCERIDAD. Algo que últimamente brilla por su ausencia.

Sólo el PP se resiste a los cambios, puesto que su agenda inmediata está atornillada por los procesos judiciales que suponen el desmantelamiento de la era Aznar y de todas las “luces” que el PP había proyectado sobre esa época de gobierno. Lo ocurrido con Jaume Matas (y todo lo que vendrá después) no significa solamente la entrada a prisión de un exministro, que ya en sí mismo es un hecho gravísimo, sino el cuestionamiento de una forma de hacer política y de los personajes que lo representaron (Aznar, Mayor Oreja, Zaplana, Acebes, Arenas, Camps, Carlos Fabra ….. y Bárcenas).

Que la izquierda española esté moviéndose con cambios profundos es un síntoma de buena salud democrática, de recuperación de los lazos con la ciudadanía, de fortaleza política y, sobre todo, de esperanza en que los problemas puedan ser afrontados por otras personas con otros puntos de vista, menos vapuleados por años “de oficio”, y con las dosis necesarias de utopía e ingenuidad para creer todavía que “otro mundo es posible”.

Seguramente, las elecciones del 2015 serán imprevisibles en sus resultados, y conllevarán nuevas formas de afrontar gobiernos que exijan pactos, negociaciones, diálogos. Y eso significa que la política está viva.