Tony Blair y Gordon Brown eran amigos y compañeros. Juntos abordaron el proyecto de “nuevo laborismo” y juntos ganaron las elecciones y empezaron a ponerlo en marcha. Los enterados dicen que Blair y Brown acordaron un reparto complementario de papeles y establecieron un cierto diseño de continuidad en el proyecto, con el correspondiente cambio futuro de liderazgo. Brown ejerció de número dos del Gobierno laborista, proyectando la imagen de un “tándem” bien equilibrado. Con el tiempo surgieron algunos desencuentros e incluso afloraron tensiones personales, pero nada de ello llevó a Tony Blair a plantear rupturas y desequilibrios que pudieran derivar en hiperliderazgos que erosionaran la fuerza del partido laborista y la misma credibilidad de su Gobierno.
Finalmente, llegó la hora de cambiar de liderazgo, siguiendo una razonable costumbre política –no escrita– de la democracia inglesa. Y el cambio se ha hecho como algo natural, sin mayores tensiones ni problemas. Si Brown pierde las próximas elecciones no será por problemas surgidos en el seno del Partido Laborista, ni debido a que algunos hayan antepuesto sus propósitos de hiperliderazgo por encima de las instituciones y las organizaciones. Los laboristas ingleses han dado un buen ejemplo de cómo se puede realizar el reemplazo de un liderazgo, que ha sido muy importante, sin rupturas ni tensiones añadidas.