Se abre una nueva etapa en nuestro país, especialmente en Euskadi. Una etapa con menos miedo y con más esperanza. La decisión de los etarras, por inevitable y previsible que fuese, resulta un alivio para quienes debían mirar cada mañana los bajos de sus automóviles y para quienes se despedían de sus seres queridos con el temor de no volver a verlos.

Ahora bien, dejemos los brindis para otro día. Para empezar, los términos del último “comunicado” de la banda asesina son tan nauseabundos como siempre. El ejercicio burdo de intentar legitimar sus crímenes con referencias a la “solución justa y democrática” para el “secular conflicto político” constituyen una ofensa a la dignidad de sus centenares de víctimas inocentes, y un insulto a la inteligencia de todos los demás.

“Nada les debemos y nada vamos a pagarles”, ha manifestado Patxi López. Y no podemos fiarnos de esa gente, añadiría yo. Tras la felicitación colectiva, recabemos información fidedigna sobre la situación y las intenciones de los asesinos, hagamos análisis prudentes y aseguremos la corrección de cada paso dado. Siempre desde la unidad de los demócratas. Para garantizar que los criminales no vuelven a matar, que los crímenes cometidos no quedan impunes y que sus autores no obtienen rédito positivo de la fechoría.

ETA no ha claudicado por voluntad propia, ni como consecuencia del lamentable comunicado de la lamentable “conferencia” del Palacio de Aiete. ETA ha sido acorralada y vencida por el Estado de Derecho y sus instrumentos de seguridad. No hay nada que reconocerles ni agradecerles. Desde la fuerza que otorga esta legitimidad, el Estado ha de administrar con la ley en la mano y con la inteligencia debida esas “consecuencias” a las que también se refiere el comunicado de la banda, es decir, el tratamiento de los criminales presos, los fugados y los escondidos.

La memoria de las víctimas también exige que eludamos los brindis. Cerca de un millar de seres humanos fueron masacrados sin más culpa que el servicio al país y a sus ideas, o por la mala suerte de estar en el lugar elegido por los criminales para sus bombas. Millares más han vivido bajo la amenaza y el chantaje de los matones, y otros no lo soportaron más y tuvieron que dejar su trabajo y su entorno. Hay que tener muy presentes a las víctimas cuando miremos a la cara de los “abertzales” y cuando escuchemos sus mentiras. ¿Su perdón? ¿Para qué más hipocresía? Mejor exigir y garantizar justicia, sin impunidad. Mejor asegurarnos de que se disuelven y desaparecen para siempre.

Y mucho cuidado. Esta gente no maneja los tiempos de forma aleatoria. Este anuncio se produce a las puertas de una campaña electoral. Es evidente que buscan rentabilizar en las urnas su último movimiento. Solo faltaría que la generosidad ingenua de algunos vascos les brindara un buen resultado electoral, con el que cimentar una nueva espiral de “conflicto”. Dejemos los brindis, pongámoslos en su sitio y vigilemos con cuidado.

Otra cosa. La mezquindad con que algunos de los representantes más conspicuos de la extrema derecha han tratado y tratan al Gobierno en este asunto va más allá de lo racional. Les pierde tanto el odio, que ya no son capaces de distinguir al adversario del enemigo.

Todo por no reconocer a Rubalcaba su mérito en la derrota de ETA. Pero lo tiene, y mucho, y los españoles lo saben.