Dicho de otra manera, puede ir para muy largo y hasta hacerse irreversible la repulsa ciudadana a una serie de anclajes básicos sobre los que se venía sosteniendo nuestra convivencia y nivel de bienestar. De ahí que, ante la constatación de que la derecha no sólo es la principal responsable sino de que su conducta no tiene arreglo, la izquierda tiene que plantearse mucho más en serio construir y proyectar ante la gente una alternativa que evite que la actual deriva nos traiga males mayores en forma de populismos, violencia, parafascismos y descomposición social.
Un dato con reverso interesante es el que nos suministra la citada encuesta, en el sentido de que mientras en 2007 el 67 por 100 de los españoles aseguraba estar mejor en una economía de mercado, ahora ya sólo lo cree el 47 por 100. Es decir, somos hoy uno de los países más anticapitalistas de Europa. Por cierto, reconforta leer en la prensa la palabra anticapitalismo, desaparecida del lenguaje del grueso de los dirigentes de la izquierda. Puede ser una pista de por donde debería ir el punto de partida de la reflexión, en ese supuesto de diseñar un proyecto alternativo de largo aliento.
Lo más llamativo, a la par que nada sorprendente, es que el 70 por 100 de los jóvenes entre 25 y 34 años opine que la democracia podría funcionar sin partidos políticos, sustituibles por plataformas sociales elegidas por los ciudadanos para la gestión de los asuntos públicos. Atención a este dato. La creencia en el práctico monopolio de la representación política a través de los partidos tradicionales, al amparo del papel que les asigna la Constitución, puede terminar deparándoles a éstos serios disgustos.
Tampoco causa sorpresa alguna que la confianza en la Unión Europea fuera del 67 por 100 en 2007 y que ahora la desconfianza alcance el 72 por 100. Una de las grandes incógnitas es que, pese a conocer la magnitud de la desafección hacia la UE, extendida con mayor o menor intensidad en todos los países, la Comisión Europea, el Banco Central, la fhürer Merkel y demás cómplices de los desaguisados que sufrimos sigan empeñados en su política. Porque si bien ahora se habla de hacer una inflexión en la pócima de la austeridad, se sigue en paralelo insistiendo en profundizar las mal llamadas reformas estructurales cuya traducción, sistemáticamente, son más recortes sociales y de derechos.
Que lo de la continuidad en las agresiones sociales no cesa lo ha ilustrado recientemente la Comisión Europea con sus nuevas exigencias a Rajoy. Aparte otras reformas, insiste en más cambios en la legislación laboral, incluido el abaratamiento de los despidos improcedentes. Parecen ignorar que es una especie a extinguir, pues las facilidades para despedir barato y fácil ya se ha encargado el Gobierno de ponerlas en marcha con la reforma laboral en curso. También quieren que no se revaloricen las pensiones, que se rebaje su cuantía, que se dificulte al máximo el acceso a ellas pasando de largo sobre el hecho de que en relación al PIB el gasto en pensiones en España es uno de los más bajos de Europa. Por supuesto, quieren que sea más drástica la rebaja de los salarios. No vale la pena seguir: estamos en manos de desalmados.
Que se aliente de esta manera el desapego ciudadano a la UE resulta incomprensible y hace pensar muchas cosas, entre ellas el que, quizás, después de que Alemania tratara en el pasado de sojuzgar Europa a través de dos guerras mundiales, sus actuales dirigentes hayan heredado genes que les impulsan a volver a intentar sojuzgarla con otras armas. Y salvo la subordinación a los intereses de su sistema financiero, no termina, pese a todo, de resultar claro el por qué de ese empeño en empobrecer países, sobre todo a los del Sur. Salvo que les importe menos de lo que creemos que el proceso de unidad europea salte por los aires.
Hay tarea sobre la que pensar y actuar.