Hace tiempo que venimos advirtiendo que la construcción europea no era sólo económica, que por el camino nos habíamos dejado el alma de una Europa ciudadana, que no existía sentimiento de identidad ni estructuras federalistas que cohesionaran una Unión de Estados, que estaba fracasando el proyecto político que diera solidez y cimientos a la casa común. No sólo el pegamento que nos unía podía ser una moneda llamada euro: ¿acaso no debía haber algo más? Ése algo más que tan orgullosamente hemos defendido, que ha sido el motor de paz y progreso económico, social y cultural durante años, que constituye nuestra cultura europea se ha llamado Estado de Bienestar. No podemos comprender Europa sin unos derechos básicos, mínimos y universales que son los que han dado “razón de ser” a un proyecto que iba más allá de la unificación de la moneda.

Pero ahora, parece que ni siquiera vamos a disponer de una moneda común. Lo único que habíamos conseguido unificar y que consolidaba la base económica para un desarrollo posterior, ahora está a punto de saltar por los aires. ¿Dónde estamos ahora? Nos hemos perdido en mitad de una crisis financiera y especulativa, en un pulso entre el Mercado y la Política, entre los Estados y los especuladores, entre el “sálvese quien pueda” o el futuro de Europa.

La inmediatez con la que la crisis nos golpea cada día impide que se tomen medidas con alcance a medio y largo plazo que permitan reconstruir la situación. Como señala Felipe González, en estos momentos de crisis, si no existiera la Unión Europea, los líderes políticos estarían intentando construir un espacio común que nos hiciera más fuertes y eficaces para afrontarla, “la paradoja es que disponemos del instrumento y nos alejamos de él, cada vez más cargados de euroescepticismo ciudadano y en un repliegue extraño hacia lo nacional o intergubernamental”.

En definitiva, necesitamos una ciudadanía europea. La ciudadanía no es la suma de los habitantes de Europa, no es el número de empadronamiento o de identificación, no es el peso proporcional de cada nación, no son los intereses enfrentados, no es la política egoísta de la elección racional. Hay mucho camino que debemos desandar en un proyecto europeo que se olvidó que tenía que explicar cómo, por qué y para qué se construye Europa. Un camino que se construyó sin la argamasa política que evitara que no se hundiera con las primeras lluvias.

Recordando las palabras de Wiston Churchill, “Si Europa estuviera unida un día, no habría límites para la felicidad, la prosperidad y la gloria de las que podrían disfrutar sus habitantes”. Ahora bien, si el euro salta por los aires y nos replegamos de nuevo en nuestras fronteras nacionales, ¿tendremos una nueva oportunidad histórica para reconstruir Europa?