No hace falta remontarse muy atrás, sino tan sólo observar las décadas de la modernidad española. Veamos algunos datos:

España no vivió la construcción y desarrollo del Estado de Bienestar que Europa pactó y consensuó porque estábamos inmersos en plena dictadura franquista, aislados cultural y socialmente de la locomotora europea.

Europa consiguió cohesionar una memoria compartida después de la 2º Guerra Mundial, porque toda Europa se sintió víctima de las atrocidades del nazismo, pudiendo resurgir de aquella guerra. Pero España todavía conserva una memoria en pugna porque es resultado de una guerra civil, propia entre dos bandos que aún recuerdan, en demasiadas ocasiones, los versos de Antonio Machado.

Cuando ingresamos en la Unión Europea bajo el mandato de Felipe González lo celebramos con gozo y entusiasmo. ¡Ya éramos europeos! Nos integrábamos en una Europa sólida, que había desarrollado su Estado de Bienestar en mandatos anteriores y que en ese momento estaba gobernada mayoritariamente por los conservadores.

En cambio, cuando se produjo el distanciamiento más grave entre EEUU y Europa a consecuencia de la guerra de Irak, España se encontró situada (una vez más) con el pie cambiado. Europa, prácticamente unánime (menos Gran Bretaña y Polonia), rechazaban la invasión de Irak por EEUU y la política agresiva y militar de Bush, mientras que España se convertía en su aliado más potente.

Y, cuando España vuelve su mirada de nuevo a Europa bajo el gobierno de Zapatero, defendemos la Constitución europea como un modo de “volver a casa”, mientras que la izquierda europea (como ocurrió en Francia) la rechaza, porque ellos debaten sobre el fondo de la Constitución, mientras España debate sobre la forma, sobre su nuevo acercamiento europeo.

Una historia conjunta, más llena de desencuentros que de posiciones comunes, que tiene consecuencias y heridas políticas que aún vivimos. Por ejemplo, el debate de la educación nuevamente al frente de la contienda electoral es fruto de “esas dos Españas” que aún no han consensuado un Estado mínimo de Derechos y Bienestar, similar al europeo, donde la educación pública es de acceso universal sin cuestionamientos. O el modelo de desarrollo urbanístico, que trajo el boom inmobiliario y la extraordinaria deuda de instituciones y familias (similar al del milagro de Irlanda), así como un crecimiento mayor del desempleo, es un signo característico de España, pero no del resto de Europa.

¿Qué ocurrirá después del 20N? La crisis económica y política de Europa pasa factura a todos sus gobernantes, sean del signo que sean; incluso a quienes ganaron como Cameron, subidos a la cresta de la ola de la crisis, con ambigüedades y promesas huecas (que nos recuerdan al Rajoy de hoy), pero aplicando la mano dura y los recortes sociales más duros de toda Europa una vez alcanzado el poder. Se demuestra que la solución ha de ser conjunta y no de forma dividida o nacional (pues no saldremos de forma aislada).

Pero, las salidas conservadoras que se ponen encima de la mesa no parecen dar buen fruto. El futuro previsible de Europa se dirige hacia el cambio de gobierno en todas sus naciones, como así se advierte por la caída de popularidad de Sarkozy y de Merkel; si es así, Europa girará hacia gobiernos socialdemócratas (como ha ocurrido en Dinamarca), pero ¿y España?

Según las encuestas, una vez más, caminaremos con el paso cambiado, lo que complicará, en caso de ser así, un diálogo europeo común que forje la salida a la crisis.