Al principio, los anarquistas se solían burlar del PSOE, al que calificaban despectivamente como el “microscópico partido”, como recordaba su fundador y principal líder histórico, Pablo Iglesias Pose. Después de los difíciles años iniciales, el PSOE ha tenido varias crisis internas, y hasta divisiones y escisiones de cierta entidad y proyección pública. Pero siempre ha salido reforzado de sus crisis. Al menos hasta ahora.

En realidad, la última crisis del PSOE ha tenido menos componentes problemáticos que otras anteriores. Lo que el PSOE sufrió en las pasadas elecciones ha sido más bien un proceso inercial de desgaste; en cierto modo comprensible, debido tanto a razones de contexto conectadas a la actual crisis económica y a sus consecuencias –entre las que se encuentran las políticas impopulares y las carencias generales de la socialdemocracia europea–, como a motivos vinculados a los cambios en las culturas políticas y a las exigencias ciudadanas de una mayor calidad democrática y de un nuevo tipo de liderazgo para el siglo XXI (Vid., en este sentido, mi artículo Cuestión de rumbo, en el número 237-238 de TEMAS).

A partir de esta situación, el doble ejercicio democrático realizado por el PSOE con la elección de su Secretario General por escrutinio universal directo de sus afiliados y con su ratificación y la elección de la Comisión Ejecutiva por el Congreso Extraordinario de finales de julio (que también es un ejercicio democrático), constituyen un buen ejemplo sobre cómo se tienen que abordar las crisis en las organizaciones democráticas maduras.

Por lo tanto, de la misma manera que el Congreso Extraordinario de 1979 permitió una consolidación del liderazgo de Felipe González, junto a Alfonso Guerra y una nueva Comisión Ejecutiva de alto nivel político, que abrió paso al fortalecimiento del PSOE como alternativa de gobierno, ahora también son muchos los que esperan que el veterano Partido Socialista español salga reforzado de su último cónclave.

En esta ocasión, se ha producido una renovación casi total de la Comisión Ejecutiva, con un neto carácter de cambio generacional y una edad media de los nuevos responsables que se encuentra en torno a los cuarenta años. Por lo tanto, la demanda de caras nuevas y de rejuvenecimiento, que algunos hacían, se ha cumplido de manera holgada.

Ahora, el reto del PSOE y de su nuevo líder es recuperar la confianza perdida entre el electorado. Y para ello deberán ser conscientes desde el principio de que no están ante un camino trillado y que tendrán que ganar los votos con tesón, rigor y capacidad para demostrar competencia y habilidad política.

Sobre la complejidad de las dificultades y retos políticos ante los que se va a encontrar Pedro Sánchez, ya ha tenido una pequeña muestra en el propio Congreso. En una organización compleja y con muchas estructuras territoriales de representación y poder interno, la elección por sufragio universal es solo una parte del proceso de articulación política del liderazgo. Por ello, es posible que la Comisión Ejecutiva –con las carencias y posibles déficits de integración que algunos se han apresurado a resaltar– no sea exactamente la misma que tenía en mente inicialmente Pedro Sánchez. Pero así son las cosas en las organizaciones complejas y este no es el momento de señalar carencias ni de lanzarse a críticas precipitadas. Algo que ni los afiliados ni los votantes podrían comprender. Entre otras cosas, porque el PSOE tiene que ser capaz de salir de una vez de sus debates internos recurrentes y enfrentarse a dos cuestiones prioritarias: por un lado, atender a las necesidades y demandas de sus votantes potenciales; y, por otro, aplicarse a ejercer la oposición y emprender una eficaz competencia política con el PP. Que no va a ser fácil ni sencillo.

El PP y los poderosos grupos que apoyan a la derecha política española no han renunciado, ni van a renunciar, a su propósito de mantener su situación de hegemonía y de privilegios. Por ello, van a intentar, primero, neutralizar y ablandar al nuevo Secretario General del PSOE y, después, van a comenzar a hostigarlo y descalificarlo muy duramente (¡ya han empezado!), en cuanto él o algún miembro de su Comisión Ejecutiva se salga del papel de “moderación inoperante” en el que algunos grupos poderosos quieren situar al PSOE. Lo cual no puede ser un propósito más torpe y negativo desde el punto de vista de los intereses generales de España y de una buena representación de nuestro sistema democrático. La manera en la que estos grupos de poder trataron a Alfredo Pérez Rubalcaba es un buen ejemplo de la falta de visión –y de tolerancia y cultura democrática– y también de irresponsabilidad de buena parte de la derecha española.

En esta nueva etapa que se abre en la historia del PSOE, este partido va a tener que afrontar el dilema de cómo desarrollar un liderazgo creíble, coherente y competente, sin perder la capacidad de sintonía con las grandes mayorías sociales, y sin poder contar con recursos económicos ni comunicacionales a la altura de las necesidades del momento.

El sesgo decididamente conservador de la estructura de los medios de comunicación social en España, y la asfixia y anemia económica que sufren casi todas las organizaciones progresistas, va a requerir un esfuerzo muy notable de inteligencia y de capacidad de comunicación y de pedagogía política. Por ello, hay que entender que no basta con ser inteligente, tener una buena preparación, una alta capacidad oratoria y experiencia política –Alfredo Pérez Rubalcaba tenía todo esto de manera sobrada–, sino que es necesario también estar en condiciones de neutralizar los movimientos hostiles hacia todo lo que suponga consolidar una alternativa de cambio en España. Y para lograrlo hay que empezar por cerrar todas las posibles fisuras internas y despertar corrientes de simpatía–sintonía–inclusión de manera tenaz e inteligente, con estrategias rigurosas de actuación en las que debe dejarse poco espacio a la improvisación y las ocurrencias.

Una tarea, sin duda, apasionante, en la que hay que esperar que a Pedro Sánchez no se le regateen los apoyos necesarios. Sobre todo los internos. Como decían los clásicos “Roma locuta, causa finita” (Cuando habla Roma, causa concluida). El Congreso y los afiliados han hablado. Después de los dos ejercicios de democracia interna realizados en el PSOE es el momento de dejar de considerar obsesivamente los asuntos internos y pasar a una fase de maduración y ejecución de proyectos y propuestas de futuro para el conjunto de la sociedad española. Si se hace esto de manera adecuada, no cabe duda que el PSOE va a poder sintonizar con sectores bastante amplios de la sociedad española.

El discurso de Pedro Sánchez en la clausura del Congreso Extraordinario del PSOE de finales de julio no solo fue un gran discurso de puertas adentro, capaz de despertar y movilizar nuevos entusiasmos, sino que también fue un repertorio general de ideas y alternativas para el conjunto de la sociedad española. Una propuesta en la que se pueden sentir representados e integrados muchos ciudadanos españoles que desean y necesitan cambios, y que de nuevo pueden empezar a mirar al PSOE con expectativa y esperanza. Entre otras razones porque pocas veces en la sociedad española se ha sentido tanto la necesidad de un partido como el PSOE que tenga sensibilidad social y sea capaz de estar a la altura de las necesidades y las responsabilidades del actual momento histórico.