Hace años que las cosas ya no son así. El PSC cambió. Y algo cambió también en la sociedad catalana respecto a la interpretación de su propia identidad y de su relación con España. El nacionalismo catalán logró que muchos catalanes identificaran el proyecto político soberanista con el proyecto nacional de Cataluña. Y el PSC, que hasta entonces había contrapuesto la equidad social a las banderas, asumió en buena medida el relato nacionalista del victimismo, el discurso nacionalista del agravio y el proyecto nacionalista de la separación y la soberanía, con pocos matices. Algunos arguyen ahora que el PSC viró con la propia sociedad. No. La sociedad viró entre otras razones porque nadie, o muy pocos, ofrecieron resistencia con un proyecto realmente alternativo.

Y claro está, las relaciones entre Cataluña y el resto de España se deterioraron, y las relaciones entre PSOE y PSC también. La dirección del PSOE procuró hacer hueco en su discurso para que el PSC se sintiera a gusto, e ideó aquello de la “España plural” en Santillana. Algunos avisamos en esa reunión de que el esfuerzo sería baldío si la deriva nacionalista no era corregida. Llegó el tripartito, la deriva se intensificó, pero incluso entonces el Gobierno socialista procuró dar cobertura al embate de los hermanos del PSC en una arriesgada aventura de cambios estatutarios generalizados. Los estatutos se cambiaron, con resultados desiguales. Pero no bastó. Y no bastó porque no puede bastar nunca. El nacionalismo se caracteriza precisamente por eso: por el agravio permanente y la reivindicación perpetua. El día que un nacionalista abandona el agravio y la reivindicación es que deja de ser nacionalista.

Es cierto que siempre hubo una facción nacionalista en el PSC, pero hasta hace unos años era minoritaria. Ahora el nacionalismo probablemente es mayoritario, y el independentismo abierto avanza con fuerza. Dicho sea con todos los respetos, porque hay que respetar todas las ideas que se expresan pacíficamente y en libertad. Y dicho sea sin querer, y probablemente sin poder, dar lecciones de nada, tampoco de coherencia ideológica absoluta. Pero socialismo y nacionalismo no son lo mismo. Ni tan siquiera algo parecido, ni tan siquiera algo compatible. El socialismo se debe a las personas. El nacionalismo se debe a la nación.

Y ahora que el nacionalismo catalán originario ha dado un tirón con su proyecto de independencia, el PSC se ha quedado en una posición muy delicada. Sin posibilidad de seguir a los independentistas, porque van demasiado lejos y la casilla ya está ocupada. Y sin voluntad de enfrentarles, porque el “entrismo” nacionalista ha llegado hasta la médula del pensamiento y la acción política de muchos de sus dirigentes, de sus cuadros, de sus bases y de sus referencias sociales.

Una vez más, la dirección del PSOE y Rubalcaba en concreto idearon un marco en el que pudieran encontrar solución e iniciativa. Rubalcaba arriesgó adelantando la explicación de su proyecto de federalización del Estado, que aún no estaba ni mucho menos consensuado en el conjunto del Partido. Fue más allá: por primera vez, un secretario general socialista planteó abiertamente el cambio del Título VIII de la Constitución, y hasta la constitucionalización de los aspectos más sensibles del Estatut que fueron anulados por el Tribunal Constitucional. El PSOE suscribió la propuesta inteligente de Rubalcaba. Pero al PSC no le bastó, una vez más. Y cayó en la trampa del “derecho a decidir”.

Cualquier análisis superficial descubre en esta expresión un claro eufemismo del derecho a la independencia. Solo se puede tener derecho a decidir si se quiere ser independiente, cuando previamente se ha asumido el derecho a ser independiente. El requerimiento democrático que acompaña a la trampa se cae por su propio peso: en democracia, todo derecho de decisión está limitado por las leyes. Y nuestra ley máxima dice claramente que la decisión sobre la integridad del Estado corresponde al conjunto de los españoles.

Finalmente, la votación de los diputados del PSC a favor de una iniciativa nacionalista en el Congreso, en contra del criterio de la dirección del grupo del que forman parte, ha redondeado el error. Al error estratégico de hacer seguimiento nacionalista han sumado el error táctico de romper con el PSOE mediante una triquiñuela de sus principales adversarios políticos en Cataluña. CiU buscaba debilitar a PSC y a PSOE, y lo han conseguido. Hubiera bastado que el PSC reprochara a CiU el no someter a votación la postura oficial esgrimida en el Parlamento catalán. Hubiera bastado negarse a considerar siquiera una iniciativa evidentemente falaz e hipócrita. Pero se equivocaron.

Algo se rompió entre PSOE y PSC en la votación de la tarde del día 26. ¿Puede recomponerse la relación? Se puede, pero antes deben aclararse las intenciones de unos y otros. El PSOE necesita y quiere una referencia socialista fuerte en Cataluña, pero esa referencia debe ser socialista y no nacionalista. Al PSOE le vendría bien recuperar una sintonía total con el PSC, pero deben establecerse algunas condiciones. Una primera: el PSOE no va a prescindir de un proyecto político nacional, identificable y defendido en todos los territorios de España y que, desde luego, mantenga una posición inequívoca en cuestiones de centralidad institucional, como la propia integridad territorial de España. Una segunda: el PSOE debe aspirar a mantener unas relaciones de plena lealtad mutua con el PSC. Rubalcaba lo ha resumido bien: cuando tratemos cuestiones de Cataluña, el PSOE lo tratará con el PSC, y cuando tratemos cuestiones del conjunto de España, el PSC lo tratará con el PSOE. Aún más claro: el primer secretario del PSC no puede pedir la abdicación del Rey, en pleno debate sobre el Estado de la Nación y sin haberlo tratado con el PSOE.

Los militantes del PSOE confiamos en la inteligencia de Rubalcaba en la gestión de este asunto. En el PSC y en su representación ante el Congreso hay compañeros y compañeras de un gran valor político y personal, con los que trabajamos a plena satisfacción. La relación puede reestablecerse. Hay mucho por ganar, para los socialistas de Cataluña y del conjunto de España y, sobre todo, para catalanes y españoles en general. Pero no a cualquier precio.