La magnitud que ha alcanzado el fenómeno migratorio, unido a las incertidumbres económicas del momento actual y a las reacciones y temores de una parte de la población están llevando el debate político por unos derroteros que eran difíciles de imaginar hace poco tiempo en Europa.

La forma en la que se ha producido la discusión en la Unión Europea sobre los procedimientos comunes a seguir ante los inmigrantes sin papeles, revela hasta qué punto nos estamos deslizando por una senda enormemente peligrosa. Las medidas propuestas finalmente no fueron aprobadas, porque algunos gobiernos europeos las consideraban insuficientes y poco contundentes, a pesar de que se preveían “internamientos” de los extranjeros sin permiso de trabajo de hasta 18 meses. Es decir, a familias enteras que no han cometido delito, y que sólo quieren trabajar y sobrevivir con mayor dignidad, se les puede meter sin juicio alguno en “campos de internamiento” durante largos períodos de tiempo, hasta que sean expulsados.

El fantasma de los “campos de internamiento” es posiblemente uno de los peores fantasmas que en este momento puede recorrer Europa, retrayendo nuestra memoria a un período negro de la historia en el que el simple hecho de ser exiliado español, judío, gitano, socialista o comunista se consideraba suficiente para ser enclaustrado en campos de “internamiento” o “concentración”.

Por ello, hay que entender que la xenofobia, el odio inhumano al diferente y los campos de internamiento son una amenaza muy seria a la democracia y al mismo sentido civilizado de los pueblos europeos. Bajo ningún concepto deben aceptarse resignadamente tales tipos de políticas e iniciativas, ni siquiera bajo el pretexto o justificación de evitar otras posiciones más duras en el seno de la Unión Europea. ¡Un campo de internamiento será siempre un campo de internamiento!, y el respeto a los derechos humanos y a la dignidad de las personas no se puede sostener que se puede cuestionar sólo un “poquito” para llegar a acuerdos con los que quieren cuestionarlo en mayor grado. Así empezaron algunos en Europa en los años 30 y todos vimos cómo se acabó.