Han vuelto las manifestaciones a la calle protestando por la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Llamemos por su nombre lo que nos produce temblores: el aborto. El gobierno se ha esforzado en reformar y modificar una ley que contiene lagunas jurídicas, que ha quedado obsoleta, que no se adecúa a la realidad europea, y que pretende impulsar la educación sexual y las medidas preventivas frente a los embarazos no deseados. Pero en la calle sólo protestaban aquellas personas que ni ayer ni hoy ni mañana estarán a favor de que se pueda practicar el aborto. También estaba el PP.

Respecto a los que se manifiestan, todo mi respeto. El aborto no es una cuestión fácil de digerir; todos nos sentimos incómodos; las primeras, las mujeres que lamentablemente tienen que hacer frente a un situación incómoda de fracaso, de incapacidad, o de no deseo. Resulta traumático. Pero estamos frente a una cuestión moral. Se puede comprender o no. No sólo es una cuestión política que defina con nitidez a la derecha y a la izquierda, pues transversalmente habrá quien esté de acuerdo o no en ambas formaciones políticas, como también hay y habrá mujeres de toda ideología que aborten.

Pero un Estado no impone la moral, como tampoco puede permitir que otros la impongan al conjunto de la sociedad. Un Estado garantiza derechos, respeta las decisiones individuales, y legisla para todos con ecuanimidad.

Y, ¿dónde está el PP? Entiendo que haya miembros del PP que estén en desacuerdo con esta ley y que se manifiesten. Pero no entiendo que lo haga el conjunto de la organización política como tal con su dirección a la cabeza. El PP asistió a esa manifestación buscando rentabilizar votos a corto plazo y desgastar al gobierno, cuando saben perfectamente que jamás modificarán esta ley en el supuesto de que gobernaran. No lo hicieron anteriormente. Y no lo harán después. Como nunca lo han hecho con los derechos que la sociedad va adquiriendo gracias al progreso y caminar de las fuerzas de izquierda. ¿Qué hacía allí Mª Dolores de Cospedal? Puedo imaginar en aquella manifestación a Federico Trillo, a Ana Botella, o a las fuerzas vivas del fundamentalismo de la derecha. Pero resulta más hipócrita y poco creíble que el rostro visible sea el de quien no se lo cree.

Entramos en la semana con los presupuestos generales y el conflicto económico. Zapatero respira porque ha conseguido “por los pelos” sacar adelante las cuentas. Afortunadamente, enfrente del gobierno, no existe la oposición. Rajoy tiene demasiados frentes abiertos en su partido para poder aparecer ante la opinión pública como alguien capaz de liderar un país: Caso Gürtel, Baleares, Caja Madrid, la rebelión de los diputados vascos, la salida de uno de sus referentes catalanes… Rajoy es un hombre en tránsito. Con un discurso “previsible”, como le dijo la vicepresidente, sin emociones, ni propuestas, ni sorpresas, intentó contentar a un grupo parlamentario que necesita agarrarse a cualquier madero para no hundirse. Aunque este madero se llame en estos momentos Rajoy. Pero haría bien el Presidente del Gobierno en no confiar toda su suerte a que su oponente no consigue superar la carrera de obstáculos que supone su propio partido. ¿Qué tal si hacemos algo más de buena comunicación y pedagogía política? Se echa de menos a los buenos comunicadores como Rubalcaba, esos maestros de siempre que seguro que nos dan lecciones magistrales de cómo explicar breve y sencillamente lo que muchos aún no han entendido: ¿se suben o no se suben los impuestos, y cuáles son?

De los presupuestos pasamos a un inexistente diálogo social. Hemos visto las confrontaciones públicas entre la patronal y los sindicatos. Parece que en épocas de crisis sería momento de que todos arrimáramos el hombro. Y siempre ocurre lo mismo: cuando existen beneficios, el trabajador con tener trabajo y contrato ya tiene bastante; en los malos momentos, sólo con trabajo a destajo y sin condiciones debería conformarse. ¿Qué tal si en lugar de derechos sociales se les paga comida y cama?

Y, por último, la corrupción. El caso Millet con el Palacio de Barcelona, el alcalde de Elegido, la gestión de Jaume Matas y toda la red del PP balear que empieza a tener imputados entre sus filas, y, sigue el caso Gürtel.

Ha dicho Camps en las Cortes Valencianas que “él no sigue de cerca la cuestión, pero que los amigos son de Moncloa”. ¿Desfachatez, cinismo, hipocresía, locura, impostura, mentira? De todo un poco, señores. El PP valenciano se cae a trozos; nadie se fía de nadie; Camps se ha convertido en alguien molesto; no paran de salir conversaciones ni adjudicaciones realizadas a la trama Gürtel escondidas dentro de una contabilidad muy bien montada para que no pueda ser fiscalizada.

Hace falta que la ciudadanía tome conciencia de que la política sigue resolviéndose en plaza pública. Es necesario indignarse, sentir, creer, participar, pero no resignarse. La resignación equivale a dejarse vencer. Y eso pretenden aquéllos que tienen algo que esconder, los que han engañado, mentido o corrompido a sus organizaciones. Si la ciudadanía no se enoja y no pide explicaciones, la política se convertirá en una selva donde gana el más ladrón, y donde pierde la razón y la justicia.