Ante este panorama, parece que todo el mundo debiera asumir que el modelo de la tercera vía y las propuestas de una socialdemocracia diluida, inespecífica y ocurrencial ha fracasado por completo y que es el momento de emprender un camino diferente, dejando de lado todas las falacias “renovadoras”, o “renovadoras de la nada”, como dijo hace años un conocido líder del PSOE, con anticipación clarificadora.
¿DEBATES TRUCADOS?
Sin embargo, algunas de las contribuciones que se están haciendo en determinados medios de comunicación social al debate sobre la socialdemocracia del futuro revelan que las telarañas intelectuales no se les han caído todavía de los ojos a determinadas figuras de la socialdemocracia del pasado, que permanecen ancladas en los mismos tópicos y chascarrillos que nos han conducido al desastre actual.
Así, cuando uno lee determinados artículos, la sensación que se acaba teniendo es la de un completo vacío intelectual y propositivo. Personalmente, he leído con mucha atención varios de los artículos escritos últimamente sobre estas cuestiones por personas a las que tengo en estima y otras que ocupan o han ocupado importantes responsabilidades públicas. Y después de una lectura atenta, subrayando las propuestas y las argumentaciones, la verdad es que el resultado es desolador. A veces los diagnósticos de los problemas son precisos y casi todo el mundo podía coincidir en ellos. Pero a la hora de plantear alternativas y propuestas, la vacuidad es casi absoluta. Generalmente, ni siquiera se señala un camino o dirección por la que habría que intentar avanzar.
Repasando mis subrayados, las propuestas son del siguiente tenor: “se necesita un liderazgo mejor” (proponer lo contrario sería absurdo), “hay que reconstruir la confianza de los ciudadanos” (obvio), “hay que abrir las puertas y ventanas a los ciudadanos”, “hay que proponer medidas adecuadas para solucionar la crisis” (evidente), “hay que evitar desatender la solidaridad y la lucha contra la desigualdad” (¡cuánta cautela difusa!), “hay que fomentar el diálogo, el debate y la democracia” (¿de qué manera?), “no hay que dar la espalda a las responsabilidades” (por supuesto), “hay que trazar un nuevo camino europeo” (¿cuál?), “hay que ser transparentes”, “hay que plantear iniciativas serias”, ”hay que promover medidas contra los paraísos fiscales” (y, ¿por qué no acabar con ellos?), “hay que fomentar la competitividad y el espíritu emprendedor” (y, ¿quién no?), “hay que invertir la tendencia”, “hay que reformar la gobernanza económica europea” (¡menuda generalidad!), “la socialdemocracia tiene que acometer un auténtico cambio en sus filas” (pero, ¿qué cambio?), “hay que desarrollar un discurso propio” (¿sólo un discurso, sólo un parloteo?), “hay que abrirse a las nuevas generaciones” (¿por qué no se les pregunta a ellos?), “no hay que refugiarse en los principios del pasado” (¿en los de los renovadores de la nada?), “reclamar las esencias o los principios se ha visto que conduce al fracaso” (¿a un fracaso como el de Tony Blair y sus seguidores e imitadores?), “hace falta un debate intelectual sin ensoñaciones” (¿y sin ideas también?); y, por supuesto, el recurrente mantra de los últimos años: “se precisa un verdadero esfuerzo de renovación” (¿otra más?, ¿qué tipo de renovación?)
ENTRE LA VACUIDAD Y LA INDESCIFRABILIDAD
Si cualquiera de nosotros se encontrara bastante enfermo y acudiera al médico, y éste le realizara un diagnóstico razonablemente preciso de su enfermedad, para después hacerle el tipo de recomendaciones de este tenor (“usted lo que tiene que hacer es ponerse bien”, “esfuércese por renovarse”, “explique bien su enfermedad a los demás”, “manifieste sin dogmatismos ni esencialismos su propósito de curarse”, etc.), ¿nosotros qué haríamos?… Pues eso, precisamente, es lo que están haciendo muchos ciudadanos.
De ahí la necesidad de reaccionar, planteando alternativas específicas, creíbles y perfectamente identificables, que no sean otra versión dulcificada más del discurso dominante. La cuestión no consiste sólo en tener un “discurso” (algo que decir en público), sino que es preciso hacer propuestas concretas, que no sean simplemente formulaciones técnicas, sino que impliquen opciones de poder, de democracia, de oportunidades reales de empleo y de participación en la distribución de los recursos, etc. Eso fue lo que hicieron en su día los grandes teóricos y líderes de la socialdemocracia clásica.
Por eso, lo que algunos califican con desdén como las “esencias”, es decir, los “principios” de la socialdemocracia, resulta algo indivorciable de la propia realidad de la socialdemocracia como tal. La socialdemocracia es un conjunto de principios que, lógicamente, se tienen que adecuar a los tiempos y las coyunturas, y que se deben intentar llevar a la práctica progresivamente. Pero no es algo de lo que se pueda prescindir, sin riesgo de quedar diluido y huérfano de apoyos sociales, ni que se pueda cambiar según soplen los vientos, o según lo impongan los grandes poderes establecidos (incluidos los comunicacionales), al modo de la famosa broma de Groucho Marx, cuando decía: “Estos son mis principios… Y si no le gustan,… tengo otros”.
PARLOTEOS INSULSOS
En consecuencia, si la socialdemocracia no es capaz de permanecer fiel a ciertos principios identificables, inspiradores y orientadores, se acabará convirtiendo en una especie de cáscara vacía, incapaz de suscitar apoyos, ni de merecer credibilidad. De esta manera, la sucesiva búsqueda de “nuevos discursos”, con los que quedar bien con lo que se dice y no suscitar rechazos ni recelos en los poderes, se acabará convirtiendo en un mero parlotear, sin decir nada concreto, ni proponer nada específico. Arte este, por cierto, que tiene cada vez más cultivadores esmerados en la vida política. A veces me he preguntado qué pensaría un eventual ser venido de otro Planeta si hablara con uno de estos líderes políticos “parloteadores”, o leyera uno de esos típicos artículos vacuos sobre la enésima “renovación de la socialdemocracia”. ¿Entendería algo? ¿Pensaría que le estaban tomando el pelo hablando de cuestiones tan importantes? ¿O quizás pensaría que se trata de avezados especialistas que hablan intencionadamente en una jerga cifrada y misteriosa para evitar que los no iniciados se enteren de algo?
Sinceramente, creo que todos tenemos responsabilidades en esta deriva discursiva hacia lo inespecífico. Incluso no sé si algunas de estas críticas podrían aplicarse también al número de ‘Temas para el Debate’ que dedicamos hace poco a la ‘Socialdemocracia del futuro’. Aunque creo que en este número había bastantes propuestas específicas. Otra cosa distinta es que no se comportan… Pero de ahí a postular una especie de socialdemocracia sin principios y sin esencias va un abismo… Es algo así como pensar en la posibilidad de un socialismo sin alma, sin vida…, un socialismo zombi, que aparenta que vive y se mueve, pero que no se sabe muy bien para qué, ni con qué intención o dirección, más allá de intentar hacerse presente.
Por esta vía lo único que se logra es ir dando tumbos y traspiés, sin rumbo ni propósito, en un lamentable remedo de la ceremonia de la noche de los muertos vivientes. Con la singularidad de que esta ceremonia ya no produce terror, sino aburrimiento y distanciamiento. Y lo cierto es que las cosas no están para bromas ni para mascaradas.