El Cairo es un buen ejemplo de la dinámica previsible para la población urbana de un amplio número de países que, progresivamente, van concentrando de forma creciente la población total del planeta. Si del orden de los 7,2 miles de millones de habitantes que en la actualidad habitan el planeta, se estima que el 17% habitan en los países más desarrollados, para el 2050 esta cifra bajará al 14%, pasando Europa, para ambas fechas, del 10% actual, al 7% de la población total del planeta para 2050. África pasará del 5% al 9% y Asia, por el contrario, del 60% actual al 54% del total en 2050. Pero estos cambios de dinámica demográfica previsible, sin duda vendrán muy condicionados por las migraciones necesarias hacia un mundo desarrollado que envejece a marchas forzadas: en un mundo que triplicará su población mayor de 60 años entre 1970 –algo mayor del 5% del total- a 2050 –más del 15% del total- los países desarrollados siguen pautas similares, con cifras del orden de un 50% superiores a las anteriores; lo que exige, inevitablemente, la atracción de flujos migratorios de población potencialmente activa, junto a la ampliación de la vida laboral de la población residente. Pero eso implica un doble proceso: población autóctona cada vez más envejecida en Europa, y mayor peso de la población inmigrante (también en las elecciones) con cultura, religión y formas de vida que no se están integrando adecuadamente en el pretendido multiculturalismo buscado y deseado en la Unión Europea. Los conflictos y el auge de la xenofobia serán difíciles de evitar si no se hacen políticas integradoras de éxito.

En este ámbito, África es el territorio que más tendencia tiene a incrementar su peso en la población total, porque su tasa de fecundidad es muy elevada respecto a la media global (las mujeres siguen teniendo una media de 4,6 hijos) por motivos culturales y religiosos (importancia del islamismo y de la poligamia) y, en paralelo, registra una reducción progresiva de la mortalidad por epidemias y enfermedades (aunque episodios como el del Ébola puedan significar algunos miles de muertos). En todo caso, es importante señalar que tanto África en su conjunto, como en el caso de Egipto se mantiene también una tendencia muy fuerte a la urbanización. Progresivamente una parte importante de la población rural (sólo el 44% de su población era urbana, en 2012, en Egipto, frente al 46% de África) migra a las ciudades en busca de alternativas a unos modos de vida rural, inviables en algunos casos para una población rural creciente, e insatisfactorios, en otros, sobre todo para los jóvenes, respecto a las pautas de “bien-estar” que “venden” las televisiones para el medio urbano.

En Egipto esta población rural está asociada a un modelo territorial íntimamente dependiente del Nilo y de su franja agraria útil, a lo largo de todo su trazado y en el marco de su delta. En todo caso, se estima que para 2025 Egipto habrá sobrepasado los 97 millones de habitantes, con más de un tercio de los mismos con menos de 14 años, sin educación básica obligatoria y con un importante crecimiento de su población urbana, que habrá pasado a ser más del 50% de su población total. Datos significativos si se tiene en cuenta que, según ONU-Hábitat, en 2012,828 millones de personas vivían en “barrios de tugurios”, con viviendas y condiciones de urbanización no aceptables, y sin acceso a servicios básicos como el agua o el saneamiento; y que esta cifra aumenta cada año en 6 millones de personas, esperándose que alcance los 889 millones en 2020.Como la población crece más deprisa, Naciones Unidas estima que del 13% de la población total que vivía en barrios degradados (tugurios) en el año 2000, se ha pasado al 12% para 2012, y que probablemente ese porcentaje se seguirá reduciendo ante el mayor crecimiento de la población total. Pero el número de personas en condiciones de vida inaceptables seguirá aumentando y constituirán, de forma creciente, un fuerte riesgo para la estabilidad y sostenibilidad de las propias ciudades y de los países correspondientes. Y las tensiones migratorias ilegales hacia los países desarrollados y hacia Europa de los jóvenes que tienen una escasa posibilidad de bien-estar en estos ámbitos, será creciente.

El problema es aún más grave en países africanos donde, como Egipto, el turismo juega un papel fundamental, y en los que la dualidad entre una sociedad burguesa, actualmente de peso decreciente en el total, y una población urbana muy joven, empobrecida, y con escasas oportunidades de promoción, en la que el islamismo tiene un peso evidente (los Hermanos Musulmanes ganaron claramente las primeras, y únicas, elecciones verdaderamente democráticas en el país) y en los que la injusticia, corrupción y desigualdades son palmarias, generan tensiones en las que el Califato Islámico y el terrorismo pueden ser ejemplos que tiendan a generalizarse.

En El Cairo, con similitud a lo que sucede en otras megalópolis africanas, una de las “atracciones turísticas” –ahora muy poco recomendable- es la denominada Ciudad de los Muertos. Esta “ciudad” se ha formado por “chabolas” que utilizan los cementerios musulmanes y que utilizan los propios mausoleos como “techo residencial”. Más de 400.000 personas se estima que viven en los dos cementerios musulmanes más significativos. El primero, más meridional, se localiza al sureste, cercano a la mezquita de Ibn Tulum. El segundo, más meridional, ocupa el entorno de la autovía al aeropuerto. Ambos, junto a la todavía más depauperada y marginal ocupación de las vertientes de los Altos de Mugattam, constituyen focos de degradación de imposible control urbanístico. Y ello, en el marco de una Megalópolis en la que los principales procesos de transformación no son precisamente ejemplares ni esperanzadores:

La percepción de El Cairo es la de una Megalópolis crecientemente inconexa, con áreas separadas por “murallas defensivas” (ciudades-residencia para militares, particularmente cuidadas); la ciudadela; la isla diplomática, bancaria y burguesa, de fácil defensa a partir de los puentes que la conectan con el resto de la Megalópolis; mantenimiento de murallas-cementerios de segregación de zonas-guetos (Ciudades de los Muertos); y desconexión controlable de la propia ciudad central con el área metropolitana de influencia de la misma. El control militar de la conexión entre estas zonas es una forma de “¿garantizar?” su apaciguamiento actual en el marco de la dictadura pseudo-democrática actual.

Creciente subordinación de la ciudad al automóvil. En una ciudad donde el automóvil sigue representando el principal medio de acceso al trabajo del escaso porcentaje que los posee, y donde el transporte público por carretera significa la única vía de acceso al trabajo para la inmensa mayoría de la población con empleo, los pasos elevados son un elemento de disrupción y de destrucción de la morfología de los barrios tradicionales de un gran mayoría de la población. Muchos paseos y avenidas arboladas tradicionales de El Cairo colonial desaparecen para incrementar su capacidad viaria. El ruido, la segregación urbana y la contaminación, que alcanza niveles insoportables en el otoño, como consecuencia adicional de los trabajos agrícolas del arroz o de la caña (de forma similar a lo que sucede en la Albufera de Valencia, pero a mucha mayor escala) sumergen a la ciudad en una “nube negra” cuyas consecuencias sobre la salud y bien-estar de sus habitantes es paradigmática.

Permanecen ámbitos de socialización tradicional en los barrios comerciales musulmanes en los que el atractivo turístico y el buen trato a los turistas –como elemento básico para su supervivencia- va ligado a la función religiosa de los mismos, en los que las mezquitas y las mastabas juegan un papel básico. Pero en los que las contradicciones entre la radicalización religiosa y la propia naturaleza del turismo cada vez son más difíciles de congeniar. En este sentido ciudades como El Cairo se juegan mucho ante el dilema de la pervivencia de una actividad que es su segunda fuente de ingresos totales (la primer es el Canal de Suez) y una sociedad mayoritariamente consciente de las desigualdades crecientes entre sus formas de vida y la de los turistas que los visitan.

Permanecen barrios burgueses tradicionales (tipo ensanche) en los que los Centros Comerciales mantienen su atractivo, pero en los que se detecta un progresivo empobrecimiento (disminución relativa del peso de la clase media) y degradación, en los que el caos circulatorio (no se respetan semáforos, ni preferencias, ni cualquier tipo de ordenanza circulatoria o de aparcamiento) y sobre los que uno de los aspectos característicos es la presencia de policía urbana en todos y cada uno de los cruces como medio de proporcionar un cierto nivel de orden/vigilancia/seguridad.

Creciente proliferación de la edificación inacabada y sin regulación, como medio de sortear la fiscalidad edilicia para los propietarios, pero habitada en su mayoría por población alquilada y con condiciones poco aceptables (familias de cinco y más componentes en viviendas de dos habitaciones). La falta de tipología y de ordenación en los procesos de renovación-transformación de estas áreas dan lugar a áreas irrecuperables desde la perspectiva morfológica, y a procesos de degradación paisajística en una Megalópolis que se supone con atractivo turístico, pero que está destruyendo uno de sus principales atractivos potenciales.

Ciudad ocupada militarmente por tanquetas en los puntos críticos (puentes, acceso a áreas financieras, o ámbitos turísticos) y con tratamiento muy diferenciado para los ciudadanos y el turismo. El riesgo vuelve a ser una radicalización potencial, sobre todo en la juventud carente de oportunidades y sin acceso a la educación, donde los privilegios a los turistas (en gran proporción infieles y el resto turismo rico de otros países árabes que acuden de compras a El Cairo) contrastan de forma creciente con las formas de vida de la mayoría.

Estos días de mi visita la ciudad disfrutaba de los acontecimientos asociados a la Fiesta del Cordero, y el día 5, precisamente, era el día dedicado a la visita a los difuntos (el día equivalente al 2 de noviembre en el mundo católico). Ello implicaba que muchas tiendas estaban cerradas, que los cairotas disfrutaban de unas vacaciones que les alejaban de las calles hasta el anochecer, y que sólo en los entornos de los cementerios el caos de tráfico que caracteriza a esta ciudad fuera perceptible. Pero unos días después la ciudad en fiesta volvía a su ser, lo que, con Naciones Unidas obligaba a plantearse los riesgos´, en un mundo globalizado, que las dinámicas presentes en estas Megalópolis significan para el conjunto de la población del planeta:

1) El riesgo ambiental derivado de las contradicciones entre los crecientes usos y los limitados recursos, amplificados por el crecimiento de población, de los consumos y agresiones al medio, en los que el agua y la energía cobran una particular importancia e incidencia.

2) El mejor conocimiento de las interrelaciones sistémicas en la globalidad de los procesos ecológicos y socioeconómicos, que muestran que no son suficientes soluciones locales y habría que buscar políticas de colaboración que resuelvan los problemas en todos sus orígenes, sin olvidar que no se pueden imponer soluciones foráneas a la población de cada territorio.

3) La necesidad de Objetivos cada vez más integrados, que no se queden sólo en los discursos formales de las instituciones y de los gobiernos, con la mirada puesta en un verdadero desarrollo global que sea, de verdad, ambientalmente más sostenible, ante la consciencia de la importancia de esa sostenibilidad ambiental y de las interrelaciones implícitas en la misma.

4) Utilización del mayor conocimiento científico de los procesos disponibles en la actualidad, y de las formas de optimizar la planificación e interrelación de estas Megalópolis.

5) Utilización mayor y más eficiente de las tecnologías disponibles en materia de agua, energía y en la optimización de la eficiencia en su uso independiente e interrelacionado. La existencia de petróleo y de gas natural en países como Egipto les lleva a fuertes subvenciones al uso de la gasolina y a la pervivencia de muchas de las contradicciones señaladas.

6) Mayores esfuerzos por aportar a la sociedad una información más útil, con una mayor transparencia, que favorezca la compresión ciudadana de retos y objetivos, así como un mayor esfuerzo por integrar a la sociedad civil en las tomas de decisiones, sobre todo en los ámbitos en que las medidas son más cercanas al uso directo de las infraestructuras y recursos naturales.

La globalización implica que nadie está al margen de los problemas del resto del mundo. Si el mundo desarrollado no ayuda a que se resuelvan las tensiones en las sociedades que presentan mayores contradicciones por el lado del mal-estar de sus ciudadanos, las consecuencias serán para todos.