Con la llegada de las vacaciones se han recrudecido los problemas en las Urgencias hospitalarias, debido a la reducción de los turnos de personal sanitario y también debido a unos déficits de programación y dotación que amenazan con hacerse endémicos. Estas carencias hacen que las Urgencias de los hospitales españoles apenas se parezcan en nada a lo que es habitual ver en algunas series de televisión.
Ante los problemas que tales carencias generan, un alto responsable de una importante Comunidad Autónoma ha llegado a sostener que es normal que en los servicios de Urgencias haya mucho barullo y muchas personas, ya que los “enfermos suelen acudir acompañados de muchos familiares” (sic) y que “lo propio de las urgencias es que se tarde en atender a los enfermos” (¡cáspita Pedrín!).
Es posible que el “responsable” –es un decir– que ha intentado justificar con tamaños disparates el colapso de las urgencias estuviera él mismo afectado por un problema médico de gran insolación, que estaba siendo atendido, como es propio, con un poco de retraso en un servicio de urgencias. De ahí su desorientación delirante. El problema es que tales situaciones ya casi no producen escándalo en la opinión pública.
En una reciente Encuesta del Herald Tribune sobre las mejores ciudades para vivir, Madrid, precisamente, aparecía afectada especialmente por dos aspectos negativos: los déficits educativos y el mal funcionamiento sanitario. No en balde, la Comunidad de Madrid se encuentra a la cola de España en lo que se refiere a inversiones públicas (en porcentaje del PIB) en estos dos servicios básicos.