Hace varias semanas también acompañé a mi madre a la consulta de un médico, cuyos pacientes, en su mayor parte ancianos, representaban la otra cara del hecho que conlleva cumplir años. La sala de espera era un espacio de sufrimiento, de personas que estaban pagando la factura del tiempo, y que mostraban en sus miradas inquietud sobre su futuro. Un futuro sin duda previsible, pero que puede estar rodeado de bienestar y de atenciones ante la adversidad o del desinterés de una sociedad que, en ocasiones, desatiende a sus abuelos.
España es uno de los países con la esperanza media de vida más elevada del mundo. A lo largo del siglo XX se ha producido un aumento notable. Si en 1900 ascendía a 34,76 años, en 1930 se situó en 49,97, en 1960 en 69,85, en 1990 en 76,94 y, según datos del Instituto Nacional de Estadística relativos al año 2009, supera ya los 81 años. Por otro lado, las proyecciones de este mismo organismo prevén un crecimiento demográfico decreciente para los próximos cuarenta años, que se concretará en un incremento de 2,1 millones de habitantes para el año 2049. Los mayores crecimientos poblacionales se localizarían en las edades avanzadas, en particular entre el grupo de mayores de 64 años, que se duplicará en tamaño y representará el 31,95% de la población total de España. A lo anterior hay que añadir que para ese mismo año la tasa de dependencia se elevará al 89,6%, a diferencia del 47,8% en la actualidad, mientras que la esperanza media de vida superará los 87.
En los trabajos del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales de la UNED una de las tendencias que se constata, y que ha ido consolidándose a lo largo de los años, es precisamente que la edad media de vida en los países desarrollados podría alcanzar los 100 años. Los expertos en estas cuestiones precisan que efectivamente alcanzaremos esa edad, incluso más, pero ¿con calidad de vida? Este es el aspecto fundamental, que exige una reflexión en profundidad y ser conscientes de que podríamos encaminarnos hacia una “cronificación” de la vejez, gracias a los avances médicos, científicos y tecnológicos.
La senectud trae consigo, independientemente del estado de salud, un deterioro del organismo y la mente. Precisamente, la enfermedad del olvido, el Alzheimer, es una de las más características en los países de nuestro entorno y afecta fundamentalmente a personas de edad avanzada. Se trata de una patología para la que no hay ni una forma de prevención eficiente, ni de curación. Según el Informe Mundial Alzheimer, publicado en septiembre de 2010, la cifra de enfermos en el mundo supera los 35 millones de personas, con una previsión para el 2030 de 65,7 millones y de 115,4 en 2050. En España, según datos hechos públicos en las jornadas “¿A dónde va la investigación de Alzheimer?”, organizadas en febrero de 2011 por la Fundación Alzheimer España la padecen entre 650.000 y 800.000 personas.
Si ya en estos momentos hay un perfil de ancianos en situación de fuerte dependencia, que es habitual ver trasladar a primera hora de la mañana en pequeñas furgonetas a centros de día y regresar a media tarde a los domicilios de sus familiares; si ya hay largas listas de espera para acceder a residencias públicas para mayores; si, en general, hay una fuerte demanda de servicios para atender las necesidades de esta población y si desde instancias políticas no se hacen previsiones de futuro, ni se destinan los recursos pertinentes para acometer esta realidad: ¿no creen ustedes que las expectativas de bienestar para los que vayan entrando en la tercera edad son inciertas?, ¿retrocederán las próximas generaciones de ancianos en el disfrute de derechos sociales?, ¿será sostenible una sociedad con un número creciente de personas mayores que exigirán cuidados especiales?
La Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia ha supuesto un paso notable respecto a la situación anterior, si bien es preciso solventar las disfuncionalidades que han ido surgiendo a lo largo de los años y evitar que por residir en una u otra Comunidad Autónoma el proceso para la concesión de la ayuda pueda resolverse en un tiempo razonable, o en un periodo temporal tan dilatado, que se hace interminable para los solicitantes y sus familiares. Y se lo comento por experiencia…
Pero creo que hay que ir más allá de esta bienintencionada Ley, debemos ser conscientes de las complicaciones que puede implicar cumplir años, y desde instancias políticas es indispensable prever lo que está por llegar, y actuar con sentido de justicia y de humanidad.