Pero dicho esto, lo cierto es que en Francia se le está dando un giro a la política de Sarkozy, se le ha propinado una bofetada a la impresentable Merkel y se ha transmitido a la sociedad europea aquello de que es posible otra política. Quizás Soraya Saéz de Santamaría y algunos otros preclaros dirigentes del PP tengan que tragarse el o sí o sí que utilizaron machaconamente para hacernos creer que sólo era posible la política de Rajoy.
Según fuentes de Eurostat, esto es, según la Comisión Europea, partiendo de los últimos datos consolidados y homologándolos a euros constantes del año 2000, resulta que en Francia se ha gastado en protección social en 2009 nada menos que 8.312 euros por habitante. En España poco más de la mitad: 4.411 euros. De ese gasto, en la parte dedicada a pensiones, nosotros gastábamos 1.350 euros por habitante y Francia 3.118. En España, la edad media de jubilación está hoy por encima de los 63 años y en Francia en torno a los 60 años.
Citar estos ejemplos a modo de contraste no pretende remarcar las grandes diferencias que nos separan de Francia. Vienen de muy atrás y tampoco en la actualidad la situación de ambos países es la misma. Pero vale la pena utilizar estos datos para destacar que, frente a la cantinela de que la solución a los problemas de envejecimiento y futuros desastres en los sistemas de pensiones el único remedio es retrasar la edad de jubilación, recortar la cuantía de las pensiones y reducir las cotizaciones sociales a los empresarios, resulta que en Francia han encontrado otras fórmulas sustancialmente distintas. Si Sarkozy modificó la ley para elevar a 62 años la edad mínima para que pudieran acceder a la jubilación los que empezaron a cotizar antes de los 19 años, Hollande ha devuelto a los 60 años dicha posibilidad. Para que las arcas del Estado no se resientan se sube una décima la cotización empresarial y otra la de los trabajadores. Sin duda no es una reforma revolucionaria, pero si se tiene en cuenta que en gran parte de los países europeos los recortes en pensiones van acompañados de recortes en la sanidad y en la educación, mientras que Francia va también en esto en otra dirección y, además, va a incrementar el salario mínimo por encima del IPC y prevé sustituir con nuevos empleados públicos a los que se jubilan, llegaremos a la conclusión de que no sólo es necesaria sino que es posible y viable otra política distinta a la que estamos sufriendo aquí y en otros países.
Por supuesto que esa otra política requiere recursos. En Francia están decididos a que pague más el que más tiene, incluido echar atrás la catarata de exenciones fiscales que practicaba Sarkozy.
No caben traslaciones mecánicas ni obviar que estamos en el centro del huracán de la crisis, aunque tampoco Francia está al margen de la tormenta. Pero que la política de Rajoy no es la única salta a la vista. Lo grave no es que no sea la única sino que es la peor de las posibles. A los hechos podemos remitirnos.